Image: De 'El Torete' a 'El Cristo', la resurrección del cine quinqui

Image: De 'El Torete' a 'El Cristo', la resurrección del cine quinqui

Cine

De 'El Torete' a 'El Cristo', la resurrección del cine quinqui

25 enero, 2017 01:00

Una imagen de Criando ratas

Porros, tirones, navajas, robos de coches, persecuciones trepidantes, palos en estancos o joyerías, prostitución, rumba, chutes de heroína, mono... Hablamos de cine quinqui, por supuesto. Directores como José Antonio de la Loma, Eloy de la Iglesia y Carlos Saura se adentraron en los 80 en el lumpen callejero de la mano de auténticos delincuentes juveniles y dieron a luz a un género que, a pesar de sus evidentes defectos, sigue hoy ganado adeptos. El CCCB le dedicó en 2009 una excelente exposición titulada Quinquis de los 80 y no es raro encontrarse en la TDT con películas como Colegas o El pico. Ahora un nuevo filme, Criando ratas, dirigido por Carlos Salado al margen de la industria (se puede ver en YouTube), con actores sacados de la calle como marca el canon, actualiza el legado de aquellas películas y nos trasporta de nuevo a los suburbios de las grandes ciudades. Aprovechando la coyuntura, trazamos un recorrido que nos lleva de los orígenes del género a la asunción del neoquinqui.

Cine quinqui: la delgada línea entre realidad y ficción

Perros callejeros II: busca y captura (1979) de José Antonio de la Loma arranca in media res con la escena final de Perros callejeros (1977), como si la película fuera a continuar la historia justo donde terminaba la anterior. En ella vemos como 'El Torete' se despeña por una ladera en su coche al tratar de escapar de la policía. El vehículo, mientras rebota contra la roca, se va convirtiendo en un amasijo de hierros que solo puede servir de ataúd a nuestro bandolero favorito. Sin embargo, en un momento dado, percibimos con alivio que ese funesto final se está proyectando, dentro de la propia película, en una pantalla de cine. Desde las butacas la contemplan tres personajes: el productor y el director, muy satisfechos con la espectacularidad de la escena, y 'El Cornetilla', el hermano de 'El Torete', que nos informa de que este último no ha podido acudir al visionado porque se encuentra en busca y captura. De esta manera el personaje de 'El Torete' abandona la categoría de mártir de la sociedad con la que se despedía en la primera entrega, directo a una muerte segura, para pasar a ser en su segunda película lo que de hecho ya era en el mundo real: una quinqui-star.

Una imagen de Perros Callejeros

En las películas de José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia la realidad y la ficción siempre tuvieron fronteras desdibujadas. Ambos directores fueron capaces de trasmitir a sus películas el pulso del momento. Para ello se valían de los propios quinquis y de sus cortas y vertiginosas trayectorias vitales para los papeles protagónicos, jóvenes que desde el extrarradio de las ciudades encaraban un futuro negro a punta de navaja. Este aspecto dotaba al género (si es que se le puede llamar así) de cierta voluntad verista, naturalista, que sin embargo quedaba negada por la utilización de los códigos más pulp respecto a la violencia. El cine español nunca fue tan crudo como aquí: castraciones, chutes de heroína en primer plano, violaciones, automutilación... Cualquier exceso podía acabar en pantalla. Estos directores tenían la necesidad de llevar al extremo la libertad recién adquirida en la Transición, pero no era un mero ejercicio de lucimiento. Con su trabajo creaban un artefacto que se podía arrojar contra un estado en pañales que era incapaz de resolver la marginalidad heredada del franquismo. Sin embargo, con la ayuda de la rumba de Los Chichos, Los Chunguitos y Bordón 4, y también de la prensa sensacionalista, el cine contribuía a la mitificación del quinqui como "alegre bandolero" con un estricto código moral, y aupaba a la fama a chavales que no estaban preparados para ella y que, como no podía ser de otra manera, sufrieron las consecuencias.

El trágico final

Eloy de la Iglesia llevó en 1980 a la pantalla en Navajeros la historia de 'El Jaro', el "español en quien más genuinamente se habían combinado la juventud y la delincuencia en el drama de ahora", publicaba un diario español por su prematura muerte a los 16 años tiroteado por un vecino. El director después abordaría la criminalidad del aborto en Colegas (1982), la drogodependencia en El pico (1983), el salvaje sistema penitenciario en El pico 2 (1984) y el paro en La estanquera de Vallecas. Por su parte, José Antonio de la Loma cerraría en 1980 la trilogía de 'El Torete'. En 1985 rodaría una especie de docudrama en el que el célebre 'El Vaquilla' (que iba ser el protagonista de Perros callejeros) narraba su vida desde el penal de Ocaña 1 y después haría una versión femenina de la película fundacional del género, Perras callejeras (1985). Pero sería Carlos Saura el que lograría el filme más redondo del cine quinqui con Deprisa, deprisa (1981), ganadora del Oso de Oro en Berlín, un retrato más certero y contenido y con un lenguaje cinematográfico más sutil.

José Luis Manzano y Antonio Flores en Colegas

Con la llegada de los años 90 el fenómeno del cine quinqui estaba visto para sentencia. La marginalidad y el paro comenzaban a reducirse y la policía empezaba a estar mejor preparada para lidiar con estos delincuentes juveniles. Además la heroína y el sida habían hecho auténticos estragos tanto en las calles como entre las quinqui-stars. José Luis Manzano, actor fetiche de Eloy de la Iglesia, protagonista de Navajeros, Colegas, las dos entregas de El pico y La estanquera de Vallecas, moría en la casa del director en 1992 por culpa de un chute de heroína adulterada. 'El Torete' fallecía un año antes a causa del sida. 'El Pirri', el mayor robaescenas del cine quinqui, otro de los habituales de Eloy de la Iglesia, moría de sobredosis en la carretera que va de Vicálvaro a San Blas. José Antonio Valdelomar y Jesús Arias Aranzuerque, protagonistas de Deprisa, deprisa, fallecían el mismo año de 1992 con apenas 30 años. Incluso Antonio Flores, que había interpretado uno de los papeles principales de Colegas, moriría de sobredosis en 1995. Trágico final para un género que varios directores trataron de revivir en años posteriores aunque con un acercamiento diametralmente opuesto, más preocupados por el discurso fílmico que por restregarle al sistema sus miserias. Por ejemplo, Alberto Rodríguez lograría una gran película con 7 vírgenes (2005), un retrato más poético de la marginalidad que se sostiene principalmente por el gran trabajo del actor Jesús Carroza. Por su parte, Miguel Albaladejo llevaría el género a una de sus cotas más bajas con la risible Volando voy (2005), biopic sobre 'El Pera', uno de los quinquis más famosos de la historia por su espectacular manejo del volante cuando no era más que un niño. Desde entonces, la producción de cine quinqui es un desierto en el que, quizás, se podría mencionar la webserie Malviviendo, que en clave paródica recuperaba algo de aquella esencia.

Criando ratas: la construcción del neoquinqui

En este vacío aparece una película que, al margen de la industria (está disponible en Youtube de manera gratuita), pretende renovar el género quinqui acudiendo a sus orígenes y además sin rubor. Lo demuestra el hecho de que el director, Carlos Salado, tuviera que lidiar con el ingreso en prisión de Ramón Guerrero, que interpreta al protagonista de la película, 'El Cristo'. Salado, lejos de desanimarse, aprovechó para preparar el papel con el recluso, al tiempo que abría el guion a más personajes, todos ellos interpretados por personas que han vivido de primera mano el narcotráfico, la droga y la cárcel, procedentes de deprimidos barrios de Alicante como Colonia Requena, Mil Viviendas o Virgen del Remedio. En Criando ratas seguimos el descenso a los infiernos de 'El Cristo', un delincuente juvenil que tiene que saldar una deuda con los narcotraficantes más poderosos del barrio. Desesperado, 'El Cristo' se refugia en el consumo de drogas al tiempo que inicia una espiral de crímenes en la que parece no haber salida. La historia se abre a otros personajes entre los que encontramos a tres adolescentes que no paran de hacer chanchullos y de meterse en problemas, a un yonqui que es pura carne de cañón y a una meláncólica prostituta callejera. También, y esto es novedad en el género, introduce Salado a las mafias del este en su película. Criando ratas es una digna sucesora de las películas de De la Iglesia o De la Loma, si bien por el camino se quedó la alegría y el goce de la vida del quinqui. Aquí solo nos asomamos al abismo, el mismo que tuvo que escalar Salado para sacar adelante un proyecto sólido con tan solo 5.000 euros. El quinqui ha vuelto. @JavierYusteTosi