Image: Langosta: La brutalidad y la nada

Image: Langosta: La brutalidad y la nada

Cine

Langosta: La brutalidad y la nada

4 diciembre, 2015 01:00

Colin Farrel y Rachel Weisz en una imagen de la película

El director griego Yorgos Lanthimos, autor de Canino y Alps, fija su mirada en el mundo de la relaciones sentimentales en Langosta, una película llena de imágenes, ideas y conceptos que reflejan su poderosa mirada.

Pocas irrupciones más fulgurantes que la del griego Yorgos Lanthimos en la escena internacional con Canino (2010), en la que plasmaba una metáfora desquiciada sobre las relaciones familiares en clave de provocación en un universo de brutalidad y violencia. En Alps (2012) continuaba con las retorcidas fábulas familiares en una reflexión sobre el duelo. Parece lógico que en su nuevo filme, Langosta, el cineasta fije su mirada en el mundo de las relaciones sentimentales para plantear de nuevo una realidad enfermiza. En este caso la soltería está prohibida y quienes siguen sin pareja son enviados a hoteles de lujo donde son "reeducados" para encontrar cónyuge y, en caso de no conseguirlo, son humillados y degradados a la categoría de animales, pasto de los cazadores y el oprobio.

Lanthimos no es un talento cualquiera y Langosta está llena de imágenes, ideas y conceptos que reflejan su poderosa mirada. En esta ocasión, el cineasta nos quiere hablar de una sociedad, la nuestra, en la que los seres humanos han sido reducidos a categorías mercantiles y donde un cabello abundante, un buen físico o unos bonitos ojos son valores comerciales de igual valor que activos inmobiliarios. El hotel donde se recluyen los célibes recuerda a aquella mansión en la que Pasolini situaba las depravaciones de Saló o los 120 días de Sodoma (1975), un lugar en el que el sadismo es la única regla, y que sirve como proyección de un capitalismo desquiciado en el que la idea del éxito se ha convertido en una nueva forma de absolutismo.

Buenas ideas y buenos actores (protagonizan dos excelentes Colin Farrel y Rachel Weisz) para una película que una vez demostradas sus mejores cartas deja de sorprendernos o escandalizarnos para convertirse en una rutinaria, y previsible, concatenación de escenas de impacto en su mayor parte desagradables que recuerdan un poco a aquello de "épater le bourgeois" del siglo XIX pero en una versión un tanto pueril.

Después de una primera parte en el hotel dominada por la brutalidad, el protagonista huye al bosque para unirse a un grupo de solteros proscritos que viven en los bosques como Robin Hood y sus secuaces, imperturbables en su soledad. En medio del espanto, la pareja estelar vivirá un insospechado romance que los convertirá en proscritos de los proscritos para enfrentarse a la misma sinrazón que sus opresores. No hay salida, quiere decirnos el director. Y el amor, además, no existe. Somos todos monstruos egoístas que buscamos pareja para no estar solos, o para encajar mejor socialmente, y solo amamos como forma de extender el amor por nosotros mismos.

No tengo nada en contra de esa conclusión, esa atmósfera perturbadora y psicótica ya la planteó Lanthimos en Canino con impactantes resultados. Langosta fascina al principio, asquea poco después y al final agota. Hay un exceso de conceptos, a veces contradictorias, de "genialidades" y una búsqueda excesiva del escándalo. Me temo que esta vez, los burgueses, más que epatados, llegan al final de sus dos horas ansiosos por salir a la calle.

@juansarda