Cine

Tras la pista de un innovador

1 mayo, 2015 02:00

Los cineastas Enrique Urbizu, Santi Amodeo, Jaime Rosales, Montxo Armendariz, León Siminiani, Pedro Aguilera y Javier Rebollo escriben sobre el legado de Orson Welles y sobre la enorme influencia que imprimió en su cine.

Prodigioso y maldito

Enrique Urbizu

Sed de mal

Probablemente yo no estaría aquí de no ser por Orson Welles, de no ser por Sed de mal. Me explico. Eres pequeño, te gustan las películas, ves todas las que se te ponen por delante. Pero enseguida notas que hay algo más: las películas "están hechas" de una determinada manera: ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por quién? Intentar responder a estas preguntas empezaba a ser tan o más interesante que el mero placer de ver las películas. Había una manera de organizar todo aquello y, precisamente eso, desentrañar los "cómos" y los "porqués", era la mejor parte. Entonces RTVE programó, los miércoles creo recordar, un ciclo de Orson Welles: Ciudadano Kane, Macbeth, Otelo, El cuarto mandamiento, La Dama de Shanghai, Sed de mal, Campanadas a medianoche... Una bomba. Orson Welles era el tipo, el "joven prodigioso y maldito", que hacía cosas raras: torcía la cámara en ángulos extraños; hacía planos secuencia con exageradas profundidades de campo; en feroz blanco y negro. Era, y hoy en día continúa siéndolo, fascinante, provocador, evocador y altamente inspirador. Fue el primero al que reconocí. Fue el primero al que imité. Cuando descubrí Sed de mal, creo que ése fue el momento en que decidí convertirme, para siempre, en director de cine.


Rotundo, surrealista...

Santi Amodeo

El proceso

"Lo malo de la izquierda estadounidense es que se traicionó para salvar sus piscinas". No sé si viene al caso, pero me encanta esta cita de Welles, descubriéndonos que las piscinas siempre fueron más importantes que las ideologías. Durante años se hablaba de Orson Welles como el mejor director de cine de todos los tiempos. No sé si ese tipo de etiquetas son muy sensatas, pero lo que sí me parece incuestionable es que tiene una de las filmografías más rotundas de la historia. Si tuviera que destacar la película de Orson Welles que me hubiera gustado que fuera mía, diría El Proceso. Siempre me sedujeron esos espacios surrealistas, con un Anthony Perkins pequeñito moviéndose por decorados enormes, fuera de escala, acentuando en cada plano la insignificancia de su personaje. Deliciosa.


La fuerza de un maestro

Jaime Rosales

La dama de Shangay

El cine de Orson Welles es muy importante, no me cabe duda. Ocurre, no obstante, que hoy en día lo importante ya no importa y lo banal ocupa el centro de la atención. ¿Los jóvenes cineastas ven el cine de Welles? Espero que así sea. Por suerte, nuestra época pasará y vendrá otra en la que el cine de Welles volverá con la fuerza que tuvo, tiene y que nunca perderá. Esa, y ninguna otra, es la prueba del arte: el paso del tiempo. Desde el punto de vista técnico, hoy en día es muy fácil hacer lo que hizo Welles hace más de cincuenta años. Los planos secuencia de Sed de mal parecen sencillos comparados con lo que hemos visto en algunos cineastas recientes. No estoy seguro, sin embargo, que las proezas visuales del digital actual apoyen la dramaturgia como lo hacía Welles. En el centenario del maestro Orson, podría resumirse su cine en una sola idea: un innovador que además tenía algo que decir.


Toda una lección de vida y de arte

Montxo Armendáriz

Campanadas a medianoche

Durante mi adolescencia y juventud el cine era una forma de asomarse al mundo, de conocer otras vidas, otras gentes. Y hay algunas películas, no muchas, que marcaron de forma especial ese aprendizaje. Campanadas a medianoche fue una de ellas. Y lo fue por dos razones: por estar rodada magistralmente -cómo olvidar la escena de la batalla-, y por mostrar sin ambigüedades el deterioro que provoca la ambición humana y el paso del tiempo. Toda una lección de vida donde la realeza y los burdeles se dan la mano a través de amistades inquebrantables, de traiciones históricas y de amores imposibles. Porque en el fondo, como nos recuerda el personaje de Falstaff con su pícara sonrisa, todos somos iguales, todos acabaremos bajo tierra. Un personaje inolvidable al que dio vida el propio Orson Welles, tan inmenso en su interpretación como en su aspecto físico. E inolvidable también el cine en que la vi, varias veces, a finales del año 65 en mi querida Iruña. Hoy ese cine, al igual que otros muchos, se ha convertido en un centro comercial, haciendo que la célebre frase que repite maese Shallow -ya viejo y decrépito, recordando sus andanzas con Falstaff- cobre todo su significado premonitorio: "¡Jesús, la de cosas que hemos visto!"


W for Welles

Pedro Aguilera

Macbeth

Mis películas favoritas de Welles han ido cambiando con el tiempo. Antes me encantaba Fraude, pero hace tiempo que no la reviso. Ahora son El cuarto mandamiento y Macbeth. Son las más contenidas y austeras, y creo que por eso me gustan. Se habla en ellas del peso de la identidad, de quiénes somos o creemos ser y por qué el pasado que arrastramos nos presiona, un tema recurrente en Welles y que siempre me ha interesado. También aborda a veces el tema de la frágil línea entre lo real y lo irreal, mito y realidad, y yo que veo el mundo de una forma bastante solipsista siempre me he sentido cercano a sus películas por eso. De alguna forma Welles es un existencialista. Con Nicholas Ray quizá de los pocos en el cine norteamericano con esa visión. Hace poco volví a ver en un festival una copia restaurada de Sed de mal, y su ritmo, la utilización de la música, los encuadres, podrían pasar por una película actual, pero al final lo que más me fascina no es la aparatosidad formal, es cómo construye atmósferas y personajes, rostros que te atrapan: cuando aparece Marlene Dietrich te emocionas. Creo que solo Bergman es capaz de crear un primer plano tan explosivo y carismático. Sus películas son bombas de energía, y consiguen lo más difícil en cine: tener Carácter. Si Welles viviera hoy y siguiera rodando, probablemente sería el rey, teniendo en cuenta que los directores ahora cada vez se parecen más a profesores, curas, o lo que es peor, políticos. Pero él no, él tenía Carácter.


Un mago del montaje

León Siminiani

El cuarto mandamiento

En muy pocos cineastas clásicos encuentro una relación más marcada entre vida y obra que en Orson Welles. De hecho la evolución de su cine es una consecuencia directa de su carácter irreductible, de su largo y duro pulso con los modos de Hollywood. Es un cierto lugar común contemplar la figura de Welles como el talento "más desperdiciado" de la Historia del Cine. Anhelar las obras maestras que quedaron en el tintero de quien fue capaz de filmar Ciudadano Kane o El cuarto mandamiento sin haber cumplido los treinta. Sin embargo, con el paso del tiempo, yo he ido invirtiendo mi percepción de una filmografía que las Historias del Cine en fascículos de mi primera juventud vendían como una casa empezada por el tejado. Las continuas y crecientes dificultades de financiación le fueron instalando en un lugar tal vez no elegido, pero desde luego único. Un espacio en el que las carencias le llevaron a afinar hasta niveles inéditos su talento en el montaje. Para mí Orson Welles es sobre todo eso: un mago del montaje. Alguien que mediante la combinación de imágenes y sonidos consiguió esa "transmutación maravillosa e increíble" que la RAE define como "alquimia".


Cosas que me ha enseñado O. W.

Javier Rebollo

El Quijote

Que no debemos pertenecer a las cosas sino que ellas son nuestras y que no importa perderlas ni que arda tu chalet; que una película es un todo y no secuencias geniales ensambladas; que los vagos como nosotros cuando se ponen a trabajar son incansables; que puedes beber mucho pero que, a partir de un momento, debes entrar ‘on the wagon' y solo tomar café; que para saber dónde va la cámara debes preguntarte qué se oye; que en las medias botellas de vino para uno siempre acaba faltando una copa; que nunca debes dejar que Jesús Franco te monte una película; y, sobre todo, que el cine es el mejor juguete de nuestra infancia adulta.