Image: La vida irrecuperable

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Cine

La vida irrecuperable

La francesa Mia Hansen-Love se afianza con Un amor de juventud como una de las autoras más poderosas del cine europeo

11 mayo, 2012 02:00

Camille y Sullivan en Un amor de juventud, de Mia Hansen-Love.

Con su tercer filme, la francesa Mia Hansen-Love se afianza como una de las autoras más poderosas del cine europeo. En 'Un amor de juventud' rescata experiencias propias y compone una elegía al primer amor.

El paso del tiempo, dicen, cambia la perspectiva de todas las cosas. La historia emocional de Camille (Lola Creton), enamorada sin tregua de Sullivan (Sebastian Urzendowsku), se obstina en pensar, o más bien en sentir, todo lo contrario. Los años no alteran su entrega absoluta a la pasión de juventud, cuando ella tenía 15 y él 17 años, cuando la vida era un divino tesoro. En Un amor de juventud, Mia Hansen-Love (El padre de mis hijas) vuelca experiencias autobiográficas para componer una universal elegía al (des)amor, al fervor del romanticismo inquebrantable. Como esas grandes pasiones que han lanzado a la hoguera del cine las autopsias de tantos romances, el tercer largometraje de la cineasta gala busca perforar nuestros sentidos con la delicadeza de una caricia.

En un día de invierno parisino, febrero de 1999, arranca Un amor de juventud. Sullivan cruza en bicicleta las calles de París, compra preservativos y regresa al nido, al encuentro sexual con Camille. Ella dice entonces, sin afectación, una de las frases más declamadas por los amantes de París: "Si me dejas, me tiro al Sena". Él dice ser demasiado joven para depender de alguien. Quiere viajar y conocer mundos. El amor de juventud se marcha a las Américas y ella purga sus ausencias tentada por los suicidios del amour fou, clavando chinchetas de su itinerario en un mapa, cobijándose en la seguridad de un amante adulto... Varios años después, aparentemente recobrada del abandono, Camille se enfrenta al regreso de Sullivan. En verdad, la historia es lo de menos, nos la han contado muchas veces, desde las formas del melodrama, la nostalgia alcanforada o la crudeza hiperrealista. El cine ya solo puede alterarnos con el lenguaje de las formas.

"Todo lo que tengo es un río", cantan Johnny Flynn y Laura Marling en el tema The Water, que suena sobre el desfile de los créditos finales. Con una mirada atenta a los detalles y latidos del relato, sin dejarse llevar por sobresaltos o sobredosis de sentimentalismo, confiando en el fluir natural de los días que nunca pasan en balde, el cauce del filme recorre los afluentes y meandros de una educación sentimental tan hermosa como dolorosa. A su manera trágica, a su manera luminosa. La presencia simbólica a lo largo de la película de los ríos Sena y Loira, cuyas aguas funden a negro al término de la película, concentra acaso el lamento de Heráclito, aquello tan elemental de que no podemos entrar dos veces en el mismo río. Camille y Sullivan intentarán hacerlo sólo para descubrir que el filósofo tenía razón. La vida siempre es irrecuperable.

El catálogo francés es extenso y glorioso: la joie de vivre de Renoir, los intercambios de vida y cine de Godard, las turbulencias morales de Truffaut, las disputas psicológicas de Eustache, la cercanía física de Pialat, el desgarro melancólico de Garrel... Hansen-Love recoge aquellos frutos, destila sus esencias y encuentra su propio perfume. Un amor de juventud glosa en su primera parte el soneto de Shakespeare - "El amor conforta como el sol después de la lluvia"-, que completa en la segunda mitad - "pero la lujuria es como la tempestad tras el sol"-, versos que recitan Rachel Weisz y Simon Russell en The Deep Blue Sea, otra gran elegía romántica surgida del reciente cine de autor europeo. Más allá de sus alejadas sensibilidades estéticas, el sublime filme de Terrence Davies (pronto en salas españolas), comparte con Un amor de juventud un triángulo imposible, los estragos de las gradaciones del amor no correspondidas.