Image: Clooney y el clasicismo

Image: Clooney y el clasicismo

Cine

Clooney y el clasicismo

El actor vuelve a la dirección con Los idus de marzo, que llega hoy a la cartelera española

9 marzo, 2012 01:00

George Clooney en Los idus de marzo.

El hombre frente a sus ideales. George Clooney vuelve a la dirección con 'Los idus de marzo', nueva incursión en el mundo de la política en la que también participa como actor.

"La política es el arte de buscar problemas, dar con ellos, hacer un diagnóstico equivocado y, acto seguido, aplicar remedios disparatados". La frase no es de Shakespeare, pero casi. Groucho Marx (él sí es el autor) no podía haber resumido mejor el dilema de Bruto: matar al padre, salvar la República y, por ello, condenarse; o dejar vivir a César, arruinar la República y, por la misma razón, condenarse. Tan furiosamente político, tan trágicamente disparatado.

George Clooney, pues de él hablamos, lee a Shakespeare. Y, quizá, a Groucho. La prueba es Los idus de marzo, una película, la cuarta en un corta e intensa carrera de director, con vocación de clásico. Y la razón no es tanto la forma evidente de invocar desde el título al autor de Julio César, como las hechuras de una cinta que bebe en la mejor tradición del género. Ni tan esquinada y brillante como Confesiones de una mente peligrosa, su deslumbrante debut como realizador, ni tan formalmente exquisita como Buenas noches y buena suerte (de Ella es el partido nos olvidamos), Los idus de marzo posee la vibración del drama antiguo empaquetado en una estructura tan reconocible como eterna. Vocación de clásico. La película no es otra cosa que la escenificación de una herida perpetua: la historia de un hombre entregado a la tarea de dar con el precio exacto de sus ideales. En la tradición del cine político de los 70, Clooney presenta la duda de un hombre obligado a decidir entre la realidad y el deseo; entre lo posible y lo que debería ser posible. Y todo por culpa de la posibilidad de un escándalo. Morir íntegro, pero morir al fin y al cabo, o vivir demediado, pero... ser presidente. En realidad, la película no hace sino recuperar un argumento con la misma edad que el propio celuloide. Ya Griffith no pudo resistirse al magnetismo de los enfrentamientos entre Lincoln y Douglas para componer un retrato apasionado de la derrota en Abraham Lincoln (1930). En Caballero sin espada (1939) era Frank Capra el que se entretenía con el dibujo exaltado de un político contra todo lo malo. John Ford, por su parte, utilizaba el gesto de galápago de Spencer Tracy para en El último hurra (1958) radiografiar el corazón petrificado de un político cabal. En todas ellas un hombre se debate contra el tamaño y la dureza de sus ideales. Habrá que esperar a El candidato (1972), de Michael Ritchie, para descubrir un escenario para el drama político a la altura de la propia vida: la campaña electoral. Y aquí, las actuaciones de Clooney-Gosling se emparejan con Redford en el papel del idealista Bill McKay. Hija de su tiempo convulso, El candidato diseccionaba con gesto frío la enfermedad de una sociedad rota incapaz de decidir si la política es un mal necesario o una actividad necesariamente mala.

Los idus de marzo, en consonancia, luce el gesto elegante y efectivo de un cine ya clásico. La idea es rastrear el límite preciso en el que la mentira se disfraza de sacrificio por culpa de cosas tales como el poder. ¿A quién salva realmente Bruto con su acción? ¿A quién mata en verdad cuando asesina a César? ¿A la República o a él mismo? ¿En qué momento la política deja de ser un juego elegante de hombres justos para convertirse en un problema de diagnóstico equivocado y solución necesariamente disparatada? Pocos argumentos tan 'marxistamente' clásicos, pocas películas tan 'shakespearianamente' pulcras.