Image: Fatih Akin

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Cine

Fatih Akin

Una apología del mestizaje

2 abril, 2010 02:00

Adam Bousdoukos es Zinos Kazantsakis en Soul Kitchen.

El cine de Fatih Akin ha conseguido tender puentes entre Oriente y Occidente aunando calidad y gran público. El director de películas como Contra la pared y Cruzando el puente, lleva estos días a nuestra cartelera la comedia Soul Kitchen.

Contrariamente a todos los cineastas surgidos bajo el epígrafe de Nuevo Cine Alemán -de Wenders a Herzog, de Kluge a Schlondorf-, Fatih Akin (Hamburgo, 1973) habla del presente más vivo sin tener que realizar lecturas morales o políticas del pasado. Para el firmante de Contra la pared (su película más popular realizada en 2004) la herida histórica de la vieja Europa, más que haber sido cerrada, es como si no hubiera existido nunca. Hay una actitud política, claramente progresista e integradora, pero ésta sirve más como coartada argumental que como mecanismo dramático de ignición.

El cine de Akin se nutre del efectismo visceral propio del cine americano de los años ochenta y noventa: música, sexo, violencia. No hay espacio ni para tiempos muertos ni para derivas narrativas, cada plano posee su correspondiente acción y viceversa. Akin cita al Scorsese de Malas calles (1973), pero la gravedad con que se narran en su obra las acciones violentas, procedentes por lo general de conflictos interraciales o de índole familiar, así como el gusto por la deconstrucción narrativa de las historias, recuerdan más a las historias cruzadas de gran pesar dramático del tándem formado por el guionista Guillermo Arriaga y el director Alejandro González Iñárritu. La mejor prueba de ello sería Al otro lado (2007), donde Akin, acostumbrado a transmutarse en deus ex máchina para solucionar todo tipo de entuertos insalvables, acumula en una sola obra asesinatos, actos terroristas, graves peleas familiares, romances lésbicos, pérdida de identidad cultural y fragmentos de cine carcelario para, al final, erigir una mirada conciliadora y esperanzada sobre las virtudes del entendimiento interracial, intergeneracional y políticamente globalizado. Un mestizaje forzado, surgido de la violencia más azarosa y estrambótica, cuyo principal valor ontológico sería la comprensión del otro desde la ausencia de juicios éticos.

Para optar con éxito a dicho logro, Akin utiliza la música como herramienta principal para definir y construir tanto a sus personajes como a las acciones que ellos desarrollan. En su cine hay espacio para todos los estilos y ritmos: krautrock, hip hop, post-punk, techno, pop, rock duro, psicodelia, música tradicional… y, como prueba su documental Cruzando el puente. Los sonidos de Estambul, (el trabajo de 2005 que le ha dado más prestigio como cineasta) dicha acumulación acaba por definir un nuevo espacio social. Allí conviven en armonía todo tipo de razas y caracteres humanos, con un alto porcentaje de individualidades marginales. El puente que cruza el Bósforo no es una frontera, para Fatih Akin es una bisagra física y mental capaz de unir a Europa con Asia, a Occidente con Oriente.

En este contexto, la violencia ejerce una doble función: es el desencadenante de los conflictos dramáticos, pero también es su propio catalizador para una futura cura. Todos los problemas que golpean al protagonista de Soul Kitchen (recién estrenada), aún en clave de comedia -la primera abiertamente reconocida del cineasta-, conllevan tanto una tragedia a todos los niveles posibles -económico, sentimental, fraternal- como su posterior desenlace positivo. En este trabajo conviven el optimismo, tamizado tras unas imágenes de miseria, y el carácter comercial escondido bajo la postura del realizador. Su cine se convierte así en un producto fácilmente exportable a las salas de versión original de occidente donde acabará por satisfacer al mismo público que aplaude la obra de cineastas afines a Akin como Tony Gatlif, Tom Tykwer o Mathieu Kassovitz. Es decir, un modelo de cine europeo de raigambre hollywoodiense de cuya afectación y anquilosamiento es difícil desprenderse.