Image: El primitivismo experimental de Gaspar Noé

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Cine

El primitivismo experimental de Gaspar Noé

La vacua y pretenciosa Enter the Void propone un viaje de ultratumba

22 mayo, 2009 02:00

El director francés Gaspar Noé, y la actriz estadounidense Paz de la Huerta, director y protagonista de Enter to Void. Foto: Christophe Karaba / EFE

Carlos Reviriego (Cannes)
(Especial para ELCULTURAL.es)

El festival de Cannes está dando sus últimos coletazos y parece que ya está todo dicho. La barrabasada fílmica de Gaspar Noé que se ha visto este mediodía parece la confirmación de que, a no ser que Isabel Coixet o Tsai Ming-liang den una improbable campanada, la Palma de Oro está lista para sentencia. A este cronista no le cabe duda de que el premio debería acabar en manos de Tarantino, y si no en las de Haneke o en las de Almodóvar. Pero los caminos de los jurados son inescrutables e impredecibles, como ha demostrado hoy el sanedrín de la Quincena de Realizadores otorgándole todos los premios al film francés J’ai tué ma mère, película que relata con irritante histerismo la relación amor-odio entre una madre y su hijo homosexual. A no ser que el jurado haya tenido en cuenta circunstancias extracinematográficas, es decir, que su director y protagonista Xavier Dolan tiene apenas veinte años (cuando la rodó tenía 18), no se entiende muy bien qué clase de audacia creativa aporta este filme a una sección que se supone que premia la innovación creativa.

Pero volvamos a Noé, cuya película era muy esperada por numerosos espectadores desde que hace ya siete años escandalizara a la Croisette con la perturbadora y brutal Irreversible. Si lo recuerdan, fue aquella película sensacionalista, grotesca y de preocupante afiliación fascista en la que la señora Belluci era violada durante varias minutos y su marido Vincent Cassel se tomaba la justicia por su cuenta. El artificio cinematográfico del filme consistía en que la historia se contaba hacia atrás. La vacuidad de aquella propuesta ha vuelto a tomar las riendas de su nuevo artefacto fílmico, Enter the Void, que esta vez consiste en filmar una historia íntegramente desde la mirada subjetiva de Oscar, un traficante de drogas en Tokio. La idea no es nueva, ya en 1947 Robert Mulligan filmó Lady in the Lake desde el único punto de vista su protagonista, pero Noé le añade un toque supuestamente trascendental al invento: su personaje muere tiroteado al principio y su espíritu vaga por la ciudad de Tokio, resistiéndose a abandonar el mundo para velar por su hermana Linda, que trabaja de gogó en un club nocturno. Oscar hizo un pacto de infancia con su hermana cuando sus padres murieron en un brutal accidente de coche, según el cual nunca se abandonarían el uno al otro. El filme, de dos larguísimas horas y media de duración, está dividido en cuatro partes. En la primera, somos la mirada de Oscar hasta que es tiroteado; en la segunda, su espíritu viaja por Tokio para ver qué hace su hermana; la tercera es un recorrido también en punto de vista subjetivo por los momentos más importantes de su existencia (la vida que pasa por delante de nuestros ojos al morir), y en la cuarta trata de saldar cuentas antes de abandonar definitivamente el mundo.

Para lograr sus objetivos, Enter the Void se complace en larguísimos planos-secuencia con cámara flotante, movimientos virtuosos y una fotografía entre limpiamente oscura explosivamente colorida, con sofisticados diseños visuales que pretendidamente simulan los viajes de la mente en ácido lisérgico. Todo el desarrollo dramático es tremendamente obvio y primitivo en una película que se complace una y otra vez en filmar el cuerpo femenino y el sexo de diseño, en los ambientes oscuros y los tramposos golpes de efecto, en los universos crápulas de la lujuria y el vicio, del hedonismo y del crimen. Se adivina detrás de toda la parafernalia que a Gaspar Noé le interesa establecer una analogía clara entre las puertas de la percepción que abren las drogas sintéticas y la experiencia que supuestamente atraviesa nuestro espíritu cuando morimos, con toda una elaborada filosofía de supermercado en torno a la resurrección y la transmigración de las almas basada en el "Libro tibetano de los muertos", pero el resultado apenas provoca una fría fascinación en la retina y el cerebro, la agotadora sensación de que todo podría haberse contado con al menos una hora menos de película, y el hastío frente a secuencias en las que un falso cineasta experimental trata de convencernos una y otra vez de que es un genio. Un filme hipertrofiado, vacuo y superficial. Por eso mismo generará, por supuesto, admiradores incondicionales.