Image: Soderbergh resucita al Che

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Cine

Soderbergh resucita al Che

“La diferencia entre el Che y Bin Laden es que el primero condenó siempre los ataques a civiles”

4 septiembre, 2008 02:00

Steven Soderbergh. Foto: B. Marshak

El 5 de septiembre llega a las pantallas Che, el argentino, primera parte del díptico que el realizador estadounidense Steven Soderbergh, autor de filmes como Traffic o Erin Brockovich, ha dedicado al mítico guerrillero. En una reciente visita a Madrid, el cineasta se explayó con El Cultural sobre una película que, sin caer en la hagiografía, sí destaca las virtudes políticas y espirituales del revolucionario.
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Genio y figura, Steven Soderbergh (Atlanta, 1963) es tanto ese joven prodigio que revolucionó el cine mundial con la incisiva Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), Palma de Oro en Cannes para un novato tras triunfar en Sundance, como el hábil cineasta del éxito comercial de la saga de ladrones Ocean (ya van por la tercera). Capaz de lo mejor (Traffic, 2000), pero también de lo peor, (Kafka, 1991), Soderbergh es un director impredecible que tanto puede comportarse como un visionario presuntuoso (Bubble, 2005) como brillar como contador de historias y maestro del montaje, valgan como ejemplo Una relación muy peligrosa (1998) o la célebre Erin Brockovich, por la que ganó un Oscar en 2000 como director.

Ahora, Soderbergh se atreve con uno de los iconos más vivos de nuestro tiempo, Ernesto Guevara, más conocido como el Che. El mito guerrillero, convertido en una especie de Jesucristo laico a través de incontables camisetas, pósters, bandoleras, tazas y demás merchandising revive en las carnes de Benicio del Toro, protagonista absoluto y coproductor de un filme por el que ganó en el último Festival de Cannes el premio a la Mejor Interpretación Masculina.

Una sola película, producida mayoritariamente con dinero español (por Telecinco y Morena Films), que consta, eso sí, de dos partes, Che, el argentino, que se estrena mañana, y Guerrilla, que podrá verse en octubre y que recoge los últimos meses del mito, cuando deambulaba por Bolivia metido en una revolución improbable con tintes suicidas. Han pasado 41 años desde aquel trágico desenlace boliviano pero el Che, una vez más, cuando el mito podría haber caído en un cierto olvido, vuelve al centro del foco. El díptico Che, el argentino y Guerrilla, como antes otras películas, espectaculares biografías o revelaciones históricas, volverá a alimentar las fantasías de millones de personas, para quienes el Che significa el anhelo eterno de la juventud por construir un mundo más justo así como las iras de quienes lo consideran un terrorista desalmado, culpable directo de muchos de los males que aún hoy padece Suramérica.

Un fenómeno único
No en vano, dígase ya, sin caer en la hagiografía pura y dura, Soderbergh sí construye una película cuya frialdad clínica y distante no oculta un retrato más bien benévolo y afín de un hombre que sigue provocando reacciones histéricas como símobolo inequívoco de la lucha contra el colonialismo capitalista.

-El Che podría ser una continuación de Traffic. Allí abordaba las relaciones entre Suramérica y Estados Unidos, la pobreza de unos y la riqueza de otros, en el mundo contemporáneo con las drogas como fondo. Ahora, resucita el conflicto norte-sur a través de un mito.
- Jamás me había interesado demasiado en el Che hasta que Benicio del Toro me insistió cuando rodamos Traffic. Por aquel entonces, yo tenía una idea muy vaga sobre el Che, como creo que la tiene la mayoría de nuestro público. Sabía que había luchado en Cuba y que había sido uno de los arquitectos de la revolución. También sabía que había muerto joven y en combate, pero desconocía las circunstancias exactas. Desde luego, fue la pasión de Del Toro y de la productora, Laura Bickford, lo que me motivó para ahondar en su trayectoria.

-¿Hasta qué punto le fascinaba la posición del Che como mito contemporáneo, como figura pop?
-Uno de los aspectos que siempre me apasionó es el hecho de profundizar en algo tan presente y al mismo tiempo tan mal conocido. No se me ocurre ningún otro fenómeno de la misma dimensión. Todo el mundo sabe quién es el Che a través de la infinidad de objetos ilustrados con su efigie, sobre todo tal y como lo inmortalizó Korda. Sin embargo, muy poca gente conoce los detalles de su biografía o su pensamiento político. Para mí era una gran oportunidad explicarle a la gente qué es algo que lleva viendo toda su vida. Por supuesto, también se trata de una figura que genera una gran controversia. Esa polémica también es muy interesante.

El lado oscuro
-La película no oculta algunas partes oscuras de Guevara, como su dureza a ordenando ejecuciones, pero uno sale del cine más bien pensando que el Che era un buen tipo.
-Cuando hago una película no pienso en términos de si el Che era bueno o malo. No es tan simple. Estamos hablando de hechos que pasaron hace cuarenta años, en circunstancias que no tienen nada que ver con las de ahora. No se puede juzgar al Che partiendo de los mismos conceptos que utilizamos para analizar el mundo contemporáneo. Para mí fue una gran oportunidad hablar con personas que compartieron parte de su vida con él. Pude darme cuenta de lo duro que fue todo para él. Como hijo de la burguesía argentina y médico brillante, podría haber tenido una existencia muy cómoda y agradable. Pero escogió el camino más difícil una y otra vez. Se escapó dos veces de la vida que se había construido, mientras otros se de disfrutaban de sus privilegios. Y lo hizo por un genuino deseo de ayudar a la gente.

Che el argentino se adentra, durante más de dos horas, en la revolución cubana. Desde que Guevara y Castro se conocen en un aparta- mento de Ciudad de México el 13 de julio de 1955, pasando por la famosa travesía en la que ochenta guerrilleros se dirigieron hasta Cuba en un bote (ochenta de los que sólo doce llegarían vivos a la conquista de La Habana, como se remarca en la película) hasta 1959, momentos antes de que los revolucionarios se hicieran con un poder absoluto que siguen ostentando en la actualidad. Todo ello combinado con fragmentos de una reconstrucción del famoso discurso que el mito pronunció en la ONU en 1964.

La segunda parte, Guerrilla, con un tono menos narrativo y más autoral que la primera recoge, como se ha dicho, sus últimos días en Bolivia. Aunque Soderbergh mantiene en todo momento una mirada amable sobre su héroe, también huye deliberadamente del tono épico o grandilocuente. No vemos grandes gestas ni la música se vuelve jamás emocionante: "Quería explicar la historia desde una escala que pudiera entender -explica Soderbergh-. No quería mostrar las escenas de la vida del Che que uno esperaría en una película como esta. Se trataba de retratar al personaje a partir de un mosaico de situaciones aparentemente más anecdóticas pero que al mismo tiempo revelaran su verdadera personalidad".

Así, vemos la camaradería del Che con los guerrilleros, enmarañados en una jungla sin fin donde el comandante, como cuenta la leyenda, y en esto la realidad le ampara, soportó larguísimas caminatas a pesar de sufrir asma. Se muestra también su voracidad lectora (ahí está ese Che capaz de concentrarse durante horas en un libro aun en las situaciones más tensas) o su rigidez espartana, rayana en el fanatismo y que se traducía, en último extremo, en la ejemplaridad de sus castigos. Mientras, se cuelan algunas de las contundentes soflamas "antiimperialistas" que pronunció en Nueva York durante intervención en la ONU, escenas interpretadas con tanto aplomo por Benicio del Toro que uno tiene la impresión de asistir a la resurrección de un muerto. Como es habitual en Soderbergh, quien dirige, monta y fotografía todas sus películas y en este caso también produce, el look está muy cuidado, enfatizando en el "contraste entre la jungla de Sierra Maestra y el asfalto de Nueva York". Un contraste remarcado por el paso del color de la selva al blanco y negro de la urbe.

Retrato con mosaico
Soderbergh rodó primero el discurso de Nueva York, que debía ir incluido en Guerrilla, en un principio la única película que iba a realizar sobre el mito. El propio cineasta intuyó pronto que las dos horas previstas serían pocas. Fue entonces cuando se decidió que lo grabado en la Gran Manzana pasara a formar parte de una nueva película, en la que cobraría una importancia trascendental la aventura de Sierra Maestra, que originalmente, al igual que el discurso en la ONU, sólo iba a servir para dar unas pinceladas a la catástrofe boliviana. "Fueron las propias localizaciones las que imprimieron un tono distinto a sendas partes de Che, el argentino. Empezamos con el episodio de la ONU porque sabíamos que el edificio iba a ser remodelado. Sólo entrar allí la atmósfera se vuelve muy académica, y la realización tiene un tono muy formal. Asimismo, quisimos ser absolutamente fieles al discurso del Che. No cambiamos ni una coma ni a lo que dijo ni a las réplicas de los embajadores que estaban presentes. Aunque se trataba, sobre todo, de captar la emoción del momento".

¿Luchador o terrorista?
Del horizonte gris de Nueva York a la exuberancia cubana, el filme refleja las dos dimensiones públicas del mito: por una parte, el incansable soldado intelectual. Por la otra, el estadista mundano aclamado como un "beatle" en medio mundo. "Mi intención en la parte de la jungla era que el espectador pudiera sentir de una forma física la vida de los guerrilleros. Debía comprender lo que significaba dormir al raso durante dos años. Debemos pensar incluso en cómo olía aquella gente. Eso afecta al grano de la fotografía, a la composición y el movimiento".

- La película no despeja del todo la duda de si el Che era un luchador legítimo o un terrorista aunque parezca inclinarse por lo primero.
- El contexto lo cambia todo. Si juzgamos a los padres fundadores de Estados Unidos a partir de los conceptos actuales los meteríamos en la cárcel. Una de las razones por las que incluí el discurso de la ONU fue para que la gente pudiera entender mejor cómo era el mundo en el que vivió el Che. Lo que le dignifica es que le motivaba una cólera sincera por la pobreza que había en Sudamérica. Como médico, atendió en decenas de lugares donde no habían recibido jamás ningún tipo de asistencia ni educación. Eso le enfurecía y lo empujaba a luchar. Para él era inhumano que hubiera gente viviendo en esas condiciones.

-Usted se refiere al contexto como factor clave. Surge la cuestión de si ha podido hacer su película porque han pasado cuarenta años y la sangre no está tan fresca. ¿Hasta qué punto no puede hacerse una película sobre Bin Laden como la suya sólo porque no ha pasado mucho tiempo desde el 11-S?
-El Che fue muy claro en su condena a los ataques indiscriminados contra civiles. Lo dejó escrito en varias ocasiones. Para el Che la revolución estaba relacionada con lo militar pero también con lo ideológico e incluso lo sentimental, le interesaba derrotar por las armas al enemigo pero también ganarse los corazones de la gente. Esa es una diferencia enorme en cuanto a la actitud. Y es fundamental el aspecto religioso. Che era un ateo, no estaba metido en ninguna guerra religiosa. Cuando Dios se mete de por medio, relacionado con la idea de la vida más allá de la muerte, eso marca una diferencia enorme.

-¿Se planteó si estaba ayudando a engrandecer el mito?
-Nunca lo pensé. Hay millones de Ches, cada uno tiene el suyo. Además, no puede significar lo mismo para un americano como yo que para un europeo, aunque también haya una idea sobre él que todo el mundo comparte.

Millones de Ches
Soderbergh y sus coproductores no lo tuvieron fácil para reunir el dinero. De hecho, no lo encontraron en Estados Unidos ("y lo intentamos exhaustivamente", afirma el cineasta) por lo que tuvieron que recurrir a capital español y francés (Wild Bunch). De todos modos, el director está convencido de que va a salirse con la suya: "La película va a funcionar bien en Estados Unidos. Hay un público adulto que demanda producciones que le interesen, y no me cabe duda de que el Che interesa. Es muy triste que fuera imposible encontrar la financiación en mi país. Eso dice bastante sobre el estado del cine y sobre el hecho de que el Che sigue siendo una herida abierta".

De todos modos, Soderbergh se mueve como pez en el agua entre el Hollywood más comercial y el cine independiente puro y duro, que muchas veces produce él mismo. Muy ligado a la cuadrilla formada por George Clooney, Brad Pitt y Matt Damon, con quienes ha colaborado de todas las maneras posibles, Soderbergh y sus amigos suelen hacer caja con los sucesivos Ocean para después producir recientes éxitos del cine independiente como Michael Clayton (2007), Keane (2004) o Lejos del cielo (2002).

Aunque nadie puede discutirle su condición de autor, Soderbergh se caracteriza por su variedad estilística, de contenido y presupuesto: "Creo que soy esquizofrénico. A mí lo que me motiva es que cada proyecto sea diferente. Me gusta que cuando la gente diga que va a ver una película de Soderbergh en realidad no sepa qué va a encontrarse.

-Sexo, mentiras y cintas de vídeo, un filme claramente generacional, no ha tenido continuación.
-No estoy interesado en los problemas de mi grupo de gente. Tampoco quiero hablar de mi ombligo ni de lo que me pasa. Jamás haré otra Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Busco experiencias que están más allá de mí mismo, para eso hago cine.

-Lanzó Bubble en salas, DVD e Internet al mismo tiempo. Fue incluso acusado de "matar el cine".
-No soy un purista, no creo que sea obligatorio ver una película en pantalla grande para disfrutarla. El problema no es el formato sino el contenido. Yo he visto muchas películas de dos horas, algunas incluso han ganado el Oscar, que no son cine y en cambio algunos spots de publicidad sí lo son. Y existe el problema de los que no viven en Nueva York o Chicago y no tienen forma de ver determinadas producciones. Eso puede solucionarse a través del DVD e Internet. Además, la gente no va a dejar de ir a las salas igual que no deja de ir a restaurantes porque pueda cocinar en su casa.

-Usted ha vivido grandes éxitos y algunos fracasos. ¿Cómo se vive en esa montaña rusa?
-No me afecta el éxito en el sentido convencional. En este sentido, me da igual lo que diga la crítica o la taquilla. He vivido unos ataques durísimos y siempre he sobrevivido. Para mí, el éxito depende de la medida en que me he acercado a lo que tenía en mi cabeza. Por ejemplo, mi último filme, El buen alemán, fue muy maltratado, y sin embargo, yo me quedé encantado porque el resultado está muy cerca de lo que había imaginado.

Soderbergh, un hombre serio y sonriente, vestido con un traje carísimo, perilla y sombrero en el más puro estilo cool, se despide con la misma cordialidad distante y perspicaz con la que se ha comportado durante la entrevista. Un chófer le recoge para llevarlo al aeropuerto. En Estados Unidos le espera la posproducción de The Informant, un thriller con elementos de comedia negra sobre el mundo de las grandes corporaciones protagonizado por Matt Damon. Película a la que hay que sumar su misterioso documental Untitled Spalding Gray Project y su trabajo para la televisión Girlfriend Experience.

El mito del Che vivo

Carlos Malamud, Catedrático de Historia de América de la UNED

El mito del Che sigue vivo y sigue engullendo a quienes se aproximan al mismo. En las cuatro últimas décadas, la mayor parte de sus biógrafos, literarios o cinematográficos, fueron atraídos por el embeleso del guerrero intelectual. Prueba de ello es un reciente reportaje a Benicio del Toro, el protagonista de la película Che el argentino, superado por la abrumadora personalidad del personaje. Cientos y miles de camisetas, tazas y otros productos recordatorios se consumen diariamente en el mundo. No es sólo un tic romántico de las sociedades desarrolladas, amantes de las revoluciones lejanas que no les afectan. La retórica de los nuevos populismos latinoamericanos incorporó el recuerdo al Che como reclamo de su izquierdismo y su compromiso con los sectores más desfavorecidos. Los discursos de Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales o Daniel Ortega así lo atestiguan. En Rosario, su Argentina natal, se acaba de inaugurar una colosal estatua suya, con gran respaldo del gobierno Kirchner y del peronismo.

Ernesto Guevara murió en La Higuera, en las selvas bolivianas, el 8 de octubre de 1966. Desde entonces se celebra en su homenaje el "Día del Guerrillero Heroico". Allí nació el mito del Che, anclado en su evidente popularidad, pero un mito incomprensible sin la perspectiva de 1968, del mayo francés, de las movilizaciones estudiantiles en Estados Unidos contra la Guerra del Vietnam y de tantas otras muestras del descontento juvenil de entonces. En buena parte del planeta, el Che se convirtió en sinónimo de rebeldía, de lucha consecuente y sin claudicaciones contra el sistema y un icono revolucionario.

Un examen desapasionado de su trayectoria política y militar demostraría los numerosos fracasos que jalonaron su vida. Guevara fracasó como gestor político y económico de la Revolución Cubana. Ni como presidente del Banco Nacional de Cuba ni como ministro de Industria alcanzó sus objetivos de implantar rápidamente el socialismo ni de forjar al hombre nuevo. Como militar, sus aventuras en áfrica y Bolivia se contaron por reveses y la última le costó la vida. También fracasó como intelectual y teórico de la revolución. En su Guerra de guerrillas, de 1960, un manual sobre la lucha armada en América Latina, su apuesta por el foco rural, la guerrilla que crece en el campo para conquistar el poder en las ciudades, fue desautorizada por los hechos. Tras su muerte, la guerrilla dejó de ser rural en la mayor parte de la región para convertirse en urbana.

Hoy el mito sigue vivo. Para ello fue despojado de sus partes más negativas, como su faceta represora o autoritaria, su vertiente profundamente anti democrática o su admiración por la China de Mao. Si a esto le sumamos la publicidad en torno a su figura podremos comprender cómo se ha seguido alimentando una leyenda que seguirá resplandeciente durante mucho tiempo.