Image: Harold Lloyd

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Cine

Harold Lloyd

Se publica en DVD la obra completa del genial cómico

24 julio, 2008 02:00

Fue el artista que tuvo que competir con Chaplin y Keaton pero que creó un estilo inconfundible. Con motivo de la publicación de Harold Lloyd, la colección definitiva, Jorge Berlanga recorre para El Cultural los hitos que le convirtieron en una leyenda.

El centenario de Harold Lloyd nos devuelve al nacimiento del cine como espectáculo, al fenómeno de feria convertido en arte, con toda su magia, humor, acción y sorpresa, y sobre todo a aquellos comediantes de la primera era de la industria que exploraban con cada película las posibilidades impredecibles del medio. Una fabulosa aventura en la que la creación iba unida a los inventos técnicos en búsqueda de entretenimiento. Por eso su valor no pierde vigencia con el tiempo, cuando conservan esa magnífica frescura del ingenio y la imaginación en constante peripecia, con ideas vertiginosas puestas en movimiento y diciéndole a la cámara, sígueme si puedes.

Lloyd tuvo una infancia itinerante y agitada hasta que descubrió su gusto por la interpretación y su vocación por el cine participando como extra en un western primitivo de los que se rodaban a salto de mata. Decidió probar fortuna en la emergente factoría de Hollywood con pequeños papeles, donde conoció como compañero de figuración a un personaje fundamental en su carrera, Hal Roach. A mediados de los años diez, el rey de las producciones cómicas era Mack Sennet, un tipo de carácter imparable que en sus estudios Keystone marcó un estilo propio con producciones de dos rollos de acción trepidante e hilaridad surrealista que señalaban las primeras claves cómicas que ha quedado para la Historia: desafío a la autoridad, destrucción de la propiedad y reto a las leyes físicas. La fórmula sustancial del Slapstick. Lloyd colaboró con la compañía hasta que Roach recibió una herencia y decidió crear su propia empresa. Fue el inicio de su cadena de triunfos. Ambos tenían su particular duelo. Roach tenía que competir con Sennet, Harold con Chaplin, que en aquellos momentos era el genio indiscutible de la pantalla. El primer intento fue crear una mala imitación del personaje del vagabundo de Charlot, Lonesome Luke, que a pesar de funcionar bien, no dejaba de estar a su sombra.

La casualidad quiso que un día alguien trajera al plató unas gafas redondas sin cristal, que Lloyd decidió adoptar para crear su personaje definitivo, que marcaría sus señas de identidad y ofrecería fama eterna. Si el indigente de Chaplin es un muerto de hambre que con su picardía se enfrenta al mundo burgués y las estructuras de la sociedad, Harold Lloyd es el joven tímido que aspira a triunfar en el cruel mundo capitalista del sueño americano y se ve arrastrado por el ritmo frenético del mundo moderno. Su método era casi repetitivo, pero siempre eficaz. Un inicio calmado, en el que el muchacho trataba de buscar la felicidad en el trabajo y el romance, hasta que los mecanismos de las situaciones se iban acelerando para llevarle a los contratiempos más disparatados y desequilibrantes.

Lloyd supo imitar el humor en ocasiones acrobático de Buster Keaton para sublimarlo hasta hacerlo referente de su propio estilo. Para siempre nos quedará su imagen colgado de las agujas del reloj de un rascacielos a punto de caer al vacío en El hombre mosca. El mérito de sus piruetas es mayor sabiendo que tras un accidente en un rodaje, cuando intentaba encender un cigarrillo con la mecha de una bomba que se suponía que era de atrezzo, ésta explotó, provocándole una ceguera de la que logró recuperarse, y la pérdida de dos dedos, que solucionó con un guante de prótesis. Su capacidad atlética le permitía rodar las escenas más arriesgadas, salvo los planos largos encaramándose por las paredes de un edificio, que hacía un doble amigo.

En los años veinte logró una popularidad formidable, que le permitiría vivir en la opulencia el resto de sus días. Creó su propia compañía y ayudó a fundar la Academia de Cine. Era un perfeccionista que trabajaba minuciosamente sus gags a pesar de su apariencia azarosa. éxitos como Marinero de agua dulce, El estudiante novato, ¡Ay mi madre!, o El Hermanito, entre otras, ofrecen la grandeza del cómico en plena forma, superando su suerte en la cuerda floja. A diferencia de otros, no cayó con la llegada del sonoro, y sostuvo el apoyo del público con títulos como ¡Ay que me caigo! Cinemanía, La garra del gato o La vía láctea, antes de acabar su carrera junto a Preston Sturges en una magnífica autoparodia, El pecado de Harold Diddlebock, lamentablemente mutilada por Howard Hughes. En su retiro dorado se dedicó a múltiples actividades, entre otras a hacer fotografías de desnudos femeninos, donde cabría destacar los de Marilyn Monroe. Genio y figura de un artista con estilo inconfundible.