Cine

Anna Magnani

Y la pasión se hizo mujer (italiana)

6 marzo, 2008 01:00

Anna Magnani, en Roma en 1974. De 'Miradas de cine', de Angelo Frontoni

Hay un plano que ha quedado grabado en la Historia del Cine. Una mujer desesperada corre detrás de un camión en el que la Gestapo se lleva a su amado. Es la expresión máxima del sufrimiento, de la soledad y la indefensión, la carrera de los sentimientos martirizados hacia la nada, que se acaba expresando en un grito estremecedor, antes de caer abatida por los disparos de ametralladora. El final descarnado de Roma, citta aperta, de Roberto Rosellini, que convirtió a Anna Magnani (que mañana hubiese cumplido 100 años) en un mito, símbolo en carne y hueso de la pasión y la tragedia, una fuerza de la naturaleza capaz de traspasar y hacer arder la pantalla. Es difícil imaginar a la Magnani en color. Siempre la vemos en blanco y negro, con su cabellera revuelta y embravecida, sus ojeras cargadas de insomnios, su mirada de carbón encendido reflejo de profundos sentimientos y arrebatos viscerales. En su fealdad cobraba raíz su extraña belleza, con todo su temperamento sensual. Tenía una fuerza telúrica capaz de trastornar en su explosiva simplicidad. Hay quien se pregunta si realmente fue una actriz. Comenzó siendo sencillamente ella misma, para acabar reinterpretándose a lo largo de toda su carrera, con momentos más elevados o más bajos, pero siempre cargados de tensión inimitable. Hasta el último centímetro de su piel, su voz y temperamento, respondían a una naturaleza apasionada e indómita, de rompe y rasga, hecha para el dolor igual que para el gozo de una inabarcable energía vital.

Aunque su biografía oficial nos la presenta como nacida en Roma, siendo la representante por excelencia de la mujer latina, la puta, la amante, la esposa, la "Mamma", con toda su fogosidad, en realidad vio la luz en Alejandría, para trasladarse a los suburbios de la ciudad del Tíber, criándose con su abuela en la pobreza hasta que su talento en bruto la llevó a aprender canto y dicción. Su personalidad le hizo pronto destacar, lo mismo que su particular voz, para hacerse artista en los clubes nocturnos y cabarets, donde alternaba a veces con el gran Totó. Su inimitable forma de cantar desgarrada hizo que algunos la considerasen la Edith Piaf italiana. Eran tiempos difíciles donde hacía sus pinitos en el teatro y participaba en algunas películas donde se combinaban el aparente lujo de las comedias de teléfonos blancos con los precedentes de un nuevo realismo en el que brilló con su papel de trajinada cabaretera en Nacida en viernes de Vittorio De Sica.

En medio ya del conflicto mundial, había que sobrevivir con cine insípido, donde la personalidad de la Magnani se iba fortaleciendo para configurar su imagen definitiva de mujer con huellas que la lanzaría al estrellato. Especialmente en esa obra maestra, rodada con medios paupérrimos, tras la rendición de Alemania, con la ciudad todavía en ruinas marcada por la niebla de la pólvora y los cascotes y el olor de los caídos. Roma citta aperta era un fresco donde convivían el amor, la traición, la rebeldía, los ideales y la tragedia entre un grupo de gente de diferentes formas de pensar unidos en la resistencia frente al invasor y un funesto destino de aniquilación. Su triunfo encumbró a Rossellini y supuso la subida al olimpo de aquella abrasadora mujer. La relación con Rosellini, entre el amor y los celos, duró toda su vida. Su peor momento lo tuvo cuando el director decidió darle el papel protagonista a Ingrid Bergman. En su descargo habría que decir que en ese momento vivía un febril romance con la sueca. Pero la Magnani llena de despecho se hizo traer de Hollywood al director William Dieterle para hacer una especie de remedo isleño, Vulcano.

De todas modos, el afecto mutuo sobrevivió, para protagonizar El amor y seguir en estrecho contacto. Hoy los restos de la actriz descansan en el mausoleo de la familia Rosellini. En realidad con todo su orgullo, la Magnani nunca llegó a adquirir formas de diva o "prima donna". Su distinción singular consistía en su autenticidad sentimental, en nunca dejar de ser ella, fagocitando los personajes en su particular sustancia descarnada y tangible. En Bellisima Visconti le hizo interpretar a una apasionada mamá de artista deslumbrada por un futuro de lujos, empeñada en lanzar a su hija al estrellato, hasta descubrir la falsedad de las ilusiones de gloria. Toda una declaración en los días en que las actrices italianas de belleza exuberante, Sofía Loren, Silvana Mangano o Gina Lollobrigida triunfaban como modelos de exotismo pasional.

Su forma de actuar sin más método que saltar a escena, encontró un cómplice en Jean Renoir y su magnífica La carroza de oro, donde el teatro se hacía cine y el cine se introducía en el teatro. Ese imponente carácter dramático recibió la inevitable llamada de Hollywood, para interpretar en cine el drama teatral de Tennesee Williams La rosa tatuada, que le dio un Oscar. Pero la aventura americana no aportó mucho a su gloria, hasta caricaturizarse en El secreto de Santa Vitoria, siendo su trabajo más destacable el que hizo con un experto en la dirección de actrices como George Cukor en Viento salvaje. Siendo un mito de la pantalla, la filmografía de la Magnani no es muy extensa, marcada por intensos fogonazos y ese talento que parecía nacer del bajo vientre. Destacan con luz propia filmes como El Milagro, Infierno en la ciudad, Risotto de Gioia, donde Monicelli la hacía volver a alternar con Totó, y sobre todo Mamma Roma, en la que Pasolini sacaba el máximo partido a su papel de prostituta ajada. Su gloria como la más grande actriz de la posguerra italiana y musa del neorrealismo le llevó a retirarse pronto para pasear por las calles del Trastevere como un monumento más de la ciudad eterna. Queda el fulgor de su pureza maltratada y emoción a flor de piel. Como los versos de Pasolini: "Casi emblema, el grito de la Magnani en nosotros, bajo los mechones desordenadamente absolutos. Renueva en las desesperadas panorámicas, y en las ojeadas vivas y mudas se concentra el sentido de la tragedia. Es allí que se disuelve y mutila el presente y ensordece el canto de los aedos".