Cine

Infiltrados, un Scorsese en plena forma

5 octubre, 2006 02:00

Martin Scorsese

Infiltrados, de Martín Scorsese, llegará a las pantallas españolas el próximo 27 de octubre, poco después de su presentación europea en el Festival de Roma. Su éxito en Estados Unidos no hace sino predecir su alcance internacional. Y es que el director de Goodfellas ha recuperado el pulso de aquellas crónicas del hampa que han definido su carrera, desde Malas calles hasta Casino. A partir de un guión de William Monahan, a su vez inspirado en la producción china de serie B Internal Affairs, el cineasta neoyorquino traslada a la pantalla con su habitual energía narrativa y más que demostrado talento visual la historia cruzada del enfrentamiento entre policías y mafia irlandesa en el Sur del Boston contemporáneo.

Arranca el film con el tema Gimne Shelter de los Rolling Stones, y mediante un prólogo excepcional, muy en sintonía con el de Goodfellas, la película enseguida muestra sus cartas. Traiciones, dobles juegos, asesinato y corrupción, el reino de la violencia en las calles, y en el centro de todo ello el capo de la banda irlandesa Frank Costello (Jack Nicholson), pieza clave del crimen organizado a quien la Policía de Boston lleva tratando de capturar mucho tiempo. Para ello infiltrarán a uno de sus miembros, el recién licenciado Billy Costigan (Leonardo Di Caprio), en la banda de Costello. Costigan pronto se convierte en uno de sus chicos, y entre ambos se forja una relación de falsas simpatías que recuerda mucho a la que el propio Di Caprio vivía con Daniel Day Lewis en Gangs of New York. Costelo, sin embargo, también tiene su propios as en la manga, y es que a su vez él se ha encargado de infiltrar a uno de lo suyos en el Departamente de Policía. Su nombre es Collin Sullivan (Matt Damon), el niño preferido de Costello, a quien desde bien joven ha preparado para representar el papel que le garantice su inmunidad en las calles de Boston. Informado en todo momento de los movimientos de la Policía detrás de él, puede así traficar con drogas y hacer negocios con la mafia china libremente.

En un alarde de talento escénico y ritmo argumental, Scorsese va cruzando los movimientos de ambos jóvenes, inteligentes y duros, que aunque hayan crecido los dos en la comunidad irlandesa bostoniana no se conocen entre sí, si bien a medida que avanza el film las similitudes entre ellos son cada vez más manifiestas (Di Caprio y Damon están completamente entregados a sus papeles). Trabajando para lados opuestos, ambos reportan a los mismos contactos, tanto al mafioso más bromista que se recuerda, Costelo (el histrionismo de Nicholson, en todo caso, se integra a la perfección en el histrionismo narrativo del film), como al capitán Queenam (Martin Sheen) y al sargento Dignam (Mark Wahlberg), de quien procede gran parte del humor que atraviesa la película. Ambos incluso intiman con la misma mujer, la psicóloga de la Policía Madolyn (Vera Farmiga), cuya relevancia en la trama, sin ser determinante, adquiere una consistencia especial, si bien termina siendo el segmento con menos entidad del film. Cuando los bandos enfrentados descubren que tienen un chivato en sus filas, pero al que ninguno de los dos logra detectar, las sospechas se adueñan de las acciones y los impulsos, comienza entonces la guerra sin cuartel cuyo escenario la película ha ido construyendo con formidable habilidad.

Infiltrados es un artefacto cinematográfico que desprende tragedia amarga y cierto aire desmitificador ("¿Qué es la familia?", pregunta el personaje de Di Caprio), una auténtica caja de explosivos con fuertes implicaciones éticas y psicológicas, en el que las trampas y tretas que envuelven a sus criaturas encuentran su adecuada vía de exposición argumental con el empleo de montajes simultáneos, información dosificada y algunos saltos temporales (hay que concederle el crédito a la editora Thelma Schoonmaker). Con un perfecto y graduado suspense, el director italoamericano transmite al espectador la tensión interna que viven ambos personajes, siempre caminando sobre el alambre de la confianza y la moral individual ("No quiero ser un producto de mi entorno. Quiero que mi entorno sea un producto de mí", son las primeras y conductoras palabras del film). Las diálogos ingeniosos y los múltiples temas escogidos para la banda sonora se integran armónicamente con la propuesta, que no oculta su lado fetichista y barroco (la música compuesta por Howard Shore hunde sus raíces en el Morricone de los spaguetti-westerns), a pesar de la enorme atención que Scorsese pone en conceder a las imágenes un tono naturalista. El hiperrealismo, como no podía ser menos procediendo del director de Taxi Driver, tiene su máximo aliado en la violencia del film, sin duda una de sus líneas de fuerza, oscuramente estilizada. En el entorno de sacrificio y muerte retratado, de traiciones y fingimientos, la sangre y la ira van adueñándose poco a poco de la película, cuyo inteligentísimo guión encuentra el respaldo de grandes interpretaciones (hasta los personajes secundarios, pongamos Alec Baldwin, tienen altura) y una dirección tan sabia como vigorosa. Scorsese está en forma.