Image: James Dean o la balada del ángel caído

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Cine

James Dean o la balada del ángel caído

por Jorge Berlanga

29 septiembre, 2005 02:00

El 30 de septiembre, hará medio siglo que James Dean falleció trágicamente en un accidente de coche. Mito del cine, icono del siglo XX, consumió su vida con la rapidez con que se convirtió en leyenda, con apenas tres películas. El escritor Jorge Berlanga lo recuerda para El Cultural.

¿Tenía la belleza del ángel o del demonio? Tenía la grandeza urgente de los elegidos, la del ser que acaba siendo víctima de su propio fulgor, que resplandece en el ardor de la vela por ambos extremos, señalado por la pasión de la fugacidad que desafía al juego de lo eterno. Sigue representando la llama insolente de la juventud con toda su audacia y atractivo indómito. Se soñó en vida un mito siguiendo hasta el límite la sagrada consigna del "Vive deprisa, muere pronto y deja un hermoso cadáver". Puede que se creyera su papel hasta las últimas consecuencias, con la suficiente motivación como para llegar al sacrificio, o tal vez los dioses le concedieron la oportunidad de entrar en el momento adecuado en el territorio supremo de la mitología, partiendo desde Hollywood, su principal sucursal en la Tierra. Desde entonces, forma parte del olimpo de los símbolos que han marcado nuestra cultura, tanto para alimento de corazones sin causa como fuente de ingresos para comerciantes de iconos. Luminoso ser en su oscuridad interna, no ha dejado de provocar la magnética sensación incombustible de la belleza en rebeldía, que conserva su fuerza y su atracción en el transcurso de las generaciones.

James Byron Dean (¿Cuándo se perdió aquel Byron que le hubiera dado ya el último remate lírico de romántico maldito?) nació en una granja de Marion, Indiana, en 1931, como un Clark Kent con poderes insospechados. Cuentan las crónicas que desde pequeñito era un superdotado en el arte de hacer gracias, el niño respondón con ingenio que hacía reír hasta a las vacas y levantar en vuelo las faldas de las aldeanas. Una criatura prodigio que no tenía más remedio en cuanto le entró la primera pelusilla que irse a Nueva York a hacer carrera. ¿Llegó Jimmy asilvestrado, sacudiéndose las mieses del cabello, asombrado por los rascacielos de la Gran Manzana? No. Se dijo, "Yo seré bajito y de pueblo, pero puedo llegar más alto que el Empire State Building". Dicho y hecho. Su descaro era lo que estaba necesitando una escena medio apagada con necesidad de renovación. El lugar adecuado en el momento justo. La ciudad que nunca duerme, que cantaba Frank Sinatra, en la explosión cosmopolita y feliz de principios de los 50. Territorio en pleno abono para hacer brotar talentos, en plena explosión del Actor’s Studio de Lee Strasberg y Elia Kazan dispuestos a embravar a jóvenes inquietos con el Método para hacer espectáculo de sus entrañas. Los teatros de Broadway enarcaban la ceja sobre sus elegantes escenografías contemplando al "Off-Broadway" con sus airados y brillantes cachorros apoderándose de los escenarios. Marlon Brando, Paul Newman y esa especie de comadreja menos guapa pero con singular encanto, James Dean, que brillaba en la oscuridad con luz propia interpretando a un chantajista en Los inmorales de Gide.


Pero Dean, con su intuición baudeleriana del "Se es sublime ininterrumpidamente, o no se es", no estaba hecho para el teatro de escenario, con demasiada impaciencia para repetir funciones, sino para practicarlo en vida, o como mucho, dejándose retratar con su impulso torrencial en la pantalla. Un cazatalentos le pilló la brasa y decidió llevárselo a Hollywood. Sólo quedan para fans irreductibles sus papelitos televisivos, creándose su personaje hasta acabar apareciendo en el nuevo medio como él mismo. Como pocos de su mínima aparición en ¿Quién ha visto a mi chica?, con Rock Hudson y Piper Laurie. Ahí estaba Elia Kazan para agarrar al diamante en bruto y soltarlo en Al Este del Edén para provocar una tormenta con nombre en la apacible meca del cine de la época.

Caleb era el muchacho cainita, retando al padre supremo, aplastado por su hermano, incomprendido, frágil y feroz a la vez. Era el personaje que estaba buscando Dean para expresar todo el dolor, insatisfacción y soberbia que atesoraba. El adaptado folletón bíblico, con su trastornador poder simbólico, sirvió para hacer explotar una personalidad de carácter clásico en medio de una sociedad acomodada en una modernidad apacible. Los primeros años cincuenta fueron tiempos de imagen feliz de hogares con tele, aspiradora, túrmix y señoras sonrientes con vestido plegado preparando martinis a su marido. Los adolescentes tenían que salir a beber batidos, bailar "swing" y darse un besito antes de las diez de la noche. Pero apareció el rock, Elvis, el gusto inevitable por los chicos malos, y James Dean, el muchacho atormentado, inconformista, con inquietud intelectual e inevitablemente miles de adolescentes se identificaron con él.

Curiosamente, se convirtió en un ídolo con una sola película. A su muerte, todavía no se habían estrenado las otras dos que acabaron definitivamente en convertirlo en mito. Rebelde sin causa y Gigante. En la segunda se dejó hacer una caricatura de sí mismo, pero ya estaba marcado por la marca del petróleo, o el peligro de la gasolina. George Stevens reconoció que si bien era imposible para el rodaje, tenía una absoluta magia para el sentido escénico. Tipos como Jack Warner llegaron a declarar, "Ese chaval era verdaderamente insoportable, pero nos ha hecho ganar un montón de pasta". Un mito diferente, como Humphrey Bogart, dijo "Dean murió en el momento justo. Dejó atrás una leyenda. Si hubiera seguido viviendo, es difícil que hubiera podido sobrevivir a su propio personaje". Un día antes había rodado un "spot" publicitario de tráfico recomendando a los jóvenes que no corrieran en la carretera. "Pensad que si os chocáis con alguien, puedo ser yo", decía. El 30 de septiembre de 1955, al volante de su flamante Porsche Spyder, camino de una carrera de automóviles, tras haber recibido una multa por exceso de velocidad, se topó en el cruce de la autopista 46 con el cruce de la 41 de Colaway, California, que hoy se piensa en llamar "Cruce James Dean", con el reflejo cegador de una máquina con ruedas teñida de destino. Hoy su tumba en el cementerio de Fairmont, Indiana, sigue siendo visitada por miles de viejos y nuevos adolescentes. Hasta su cazadora roja en Rebelde sin causa sigue vendiéndose como churros. Su figura está ya en manos del mercado, pero tal vez su espíritu siga incordiando con el timbre suficiente para despertar a las sociedades que se suceden, donde siempre habrá jóvenes dispuestos a romper las normas y mugir a las estrellas.


Tres clásicos
Al este del Edén (1955), de Elia Kazan. Un irritado James Dean, anunciado como la nueva estrella de la Warner Bros, hizo su aparición en una gran pantalla que estrenaba formato panorámico. En realidad, ya había aparecido fugazmente años atrás en sendas películas de Samuel Fuller y Douglas Sirk, pero su puesta de largo fue la del atormentado Carl, personaje que Kazan y Steinbeck le adjudicaron nada más conocerle, por su mirada extraviada, por su odio contenido, por su ambición secreta, oculta bajo un autismo que idolatraba a Marlon Brando.

Rebelde sin causa (1955), de Elia Kazan. El irredento Nicholas Ray le sacó el jugo extremo para transformar su ego rabioso, su insatisfacción herida y a la vez dulce, su lucidez en el desconcierto temprano, para crear al inolvidable chico inadaptado con la chaqueta roja, Jim Stark, arrastrando tras él, con la condena que tienen los hermosos y malditos, en la vida posterior más allá de la pantalla a sus compañeros de reparto, Natalie Wood, Sal Mineo y casi, casi, a Dennis Hopper. Una crónica del desconcierto juvenil impactante, imprescindible.

Gigante (1956), de George Stevens. Sin tiempo para digerir la fama alcanzada, cuando áun no se había estrenado Rebelde sin causa, la superproducción Gigante de George Stevens le colocó junto a Liz Taylor y Rock Hudson en las tierras petrolíferas de Texas. Su interpretación del magnate Jett Rink, a modo de febril biografía (podemos imaginar cómo sería con veinte años más), le valió otra nominación al Oscar. No pudo disfrutarla. Durante el rodaje se dio un paseo con su Porsche Spyder y ya nunca más volvió.