Katerina Didaskalu en Triple agente

El debate pictórico sustituye al juego de la política, la palabra a la Historia, las escenas de interior al espionaje callejero y la emoción privada a la actividad pública dentro de una inteligente pieza de cámara que viene a subvertir, con plena premeditación, todos los esquemas convencionales del cine histórico, del thriller político y de las películas de espías. En manos de Rohmer, el auténtico "affaire Skobline" deviene mero pretexto para ficcionar libremente una indagación apasionante en la ambigöedad de la palabra que se pone en escena a sí misma como sucedáneo de la realidad.

Triple agente se ocupa, casi exclusivamente, de retratar la vida privada y la relación conyugal entre Fiodor (un oficial ruso del ejército blanco, exiliado en París, que trabaja como espía no sé sabe nunca para quién) y su esposa Arsinoé (una pintora griega, autora de cuadros figurativos y realistas). Pero sucede que esos espacios de interior, lugar del discurso, del arte y de la reflexión cultural, se hacen eco de las contradicciones trágicas de una Historia (el período que va desde el triunfo del Frente Popular francés hasta la firma del pacto germano-soviético) que irrumpe en la ficción mediante la ruptura y el contraste intermitente que ofrecen los noticiarios de la época.

Tras la sorpresa que supuso La inglesa y el duque, esta segunda entrega de una presumible serie de "tragedias de la Historia" -carente de certezas y llena de preguntas- viene a prolongar y enriquecer algunas de las cuestiones ya planteadas en aquella. La dialéctica entre el discurso ideológico y la realidad de los hechos, la reflexión sobre los controvertidos caminos del arte para capturar o para hacer expresiva la realidad, el debate sobre la relación entre los medios y los fines se convierten así, de nuevo, en sustantivas metáforas de una Historia que contradice el sentido discursivo de las ideologías.