Image: Fahrenheit 9/11  (Documental)

Image: Fahrenheit 9/11 (Documental)

Cine

Fahrenheit 9/11 (Documental)

Director: Michael Moore

22 julio, 2004 02:00

George W. Bush en Fahrenheit 9/11, de Michael Moore

Reparto: Michael Moore, Ben Affleck, George W. Bush. Guionista: Michael Moore. Estreno: 23 julio. 122 minutos

El sorprendente éxito mundial alcanzado por Bowling for Columbine (con el inesperado Oscar de Hollywood incluido) han hecho de Michael Moore un cineasta de amplísima proyección internacional. Su personalidad extrovertida y exhibicionista (pues acostumbra a convertir su presencia ante la cámara en un show que busca siempre la complicidad del espectador), su prodigalidad ante los medios (sus libros Estúpidos hombres blancos y ¿Qué han hecho con mi país, tío? se han convertido en inesperados best-sellers), su habilidad para manejar en beneficio propio cualquier tipo de contexto (la supuesta negativa de la casa Disney a distribuir su película) y su discurso populista (basado en eficaces simplificaciones ideológicas) le han colocado en una bien promocionada posición de agitador cultural y político que él mismo se encarga de reforzar y publicitar.

Michael Moore asume con gusto, y además con alta rentabilidad (ahí está la Palma de Oro con la que Cannes ha premiado Fahrenheit 9/11), su condición de Pepito Grillo cinematográfico de George Bush y de su camarilla de neocons fundamentalistas, atrincherados en la Casa Blanca y en el Pentágono. Impulsado por reconocimientos tan importantes y, desde luego, por lo desbordante de su personalidad, Moore parece haber asumido la misión de echar a Bush de la presidencia (una tarea de perfiles algo mesiánicos para un cineasta) lo que le lleva a presentar su trabajo como banderín de enganche para aglutinar a cuantos ciudadanos se sienten ofendidos, o directamente amenazados, por la agresiva deriva nacionalista y conservadora del magnate tejano.

No es este el lugar ni el momento para discutir aquí las razones políticas del empeño, que el firmante comparte al cien por cien, quede claro esto por anticipado para evitar malentendidos. Pero sí pueden ser estas páginas un espacio adecuado para discutir las razones cinematográficas del instrumento elegido como herramienta; es decir, los métodos, el rigor y la pertinencia de los procedimientos puestos en juego para construir el texto fílmico y el discurso ideológico que generan las imágenes de Faherenheit 9/11. Porque no vale todo para cualquier fin, ni en términos de ética cinematográfica (recuerden a Godard: "un travelling es siempre una cuestión moral") ni tampoco desde la perspectiva ideológica de una izquierda -o alternativa política cualquiera a las posiciones de Bush- que aspire a legitimarse por la vía de la razón y no de la manipulación.

Y resulta que Michael Moore es mucho mejor y más interesante cineasta cuando manipula materiales ajenos que cuando filma su propia y casi siempre autocomplaciente puesta en escena. Por eso lo mejor de la película está en su primera parte, cuando analiza con brillantez -y con reveladora capacidad para traspasar las apariencias- las imágenes de George Bush durante su visita a un colegio, indeciso y paralizado tras recibir la noticia del ataque a las Torres Gemelas, o cuando somete a un hábil escrutinio las relaciones de la familia Bush (que mantiene fuertes intereses en el negocio del petróleo) con destacados miembros de la familia Bin Laden, residentes en Estados Unidos y, finalmente, los únicos a quienes se les permitirá volar en avión -camino de Arabia Saudí- cuando el espacio aéreo americano haya sido cerrado a todo el tráfico internacional después del atentado.

El problema es que, de aquí en adelante, Michael Moore amontona groseras simplificaciones (ocultar la participación de Inglaterra y de España en la alianza militar para ridiculizar la contribución de Marruecos, ilustrada con un grupo de monos, y de Holanda, representada por una imagen de gente fumando marihuana, es suficientemente representativa), acumula efectos de fácil demagogia populista (la puesta en escena de su campaña personal, pidiendo firmas a los congresistas americanos para que sus hijos vayan a combatir a Irak) y monta con efectismo -a veces contundente- una serie de imágenes que, lejos de proponer una reflexión crítica, lo que hacen no es otra cosa que subrayar un discurso predeterminado de antemano.

Ocultar en el press-book original (distribuido en Cannes) que Fahrenheit 9/11 está coproducida y cofinanciada por el todopoderoso magnate Harvey Weinsten, señor de Miramax, quien además ha jugado un papel importante para encauzar finalmente la distribución americana del film, tampoco contribuye a iluminar las flagrantes contradicciones -cinematográficas, pero también comerciales- en las que se mueven los vibrantes panfletos fílmicos de este inteligente agitador mediático con el viento a favor. Sólo que el rigor del discurso y la bondad de su formulación expresiva es algo que debería analizarse sin dejarnos llevar por compartidas fobias políticas y, en cualquiera de los casos, con mayor exigencia estética.