Image: Los jueves, milagro

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Cine

Los jueves, milagro

La forma del caos, por Francisco Nieva

27 noviembre, 2003 01:00

Guadalupe Muñoz Sampedro en Los jueves, milagro, de Luis G. Berlanga

Los jueves, milagro -próxima entrega de la Filmoteca de El Cultural del jueves 4 de diciembre- es, para el dramaturgo y académico Francisco Nieva "el guión más redondo, más clásico y más molieresco" en el cine de Luis G. Berlanga. Concebida como una fábula religiosa, que tuvo que sortear varios filtros de la censura, esta obra "define de un solo golpe" la filmografía del autor de Plácido. En el cuaderno de 16 páginas que acompaña al DVD, escriben sobre esta película, además, el escritor Manuel Hidalgo y el guionista Rafael Azcona, quien fuera colaborador habitual de Berlanga durante muchos años.

Es curioso observar cómo las generaciones artísticas -miradas con cierta distancia- terminan por adquirir un perfil estético muy reconocible y característico, qué extraño parentesco se establece entre personas que pueden vivir a gran distancia unas de las otras, pertenecer a mundos y a profesiones artísticas distintas. Hay generaciones en que, sin quererlo conscientemente, sus componentes forman algo así como una piña dispersa y a distancia. Se dice que es "el aire del tiempo", sin que eso sea decir gran cosa sobre este bien curioso fenómeno. No lo es poco que Berlanga desarrolle cinematográficamente muchas de sus historias con una estética narrativa parecida -en su medio específico- a la del escritor Italo Calvino, o al García Márquez de Cien años de soledad. ¿Quién los había puesto de acuerdo? Nadie, nada. Pero ello estaba en el aire del tiempo, el aire de "lo contemporáneo" en un determinado periodo.

La reciente contemplación de Los jueves, milagro me ha dejado bien sorprendido. Tantos actores conocidos, extraídos del mejor teatro de su tiempo -Alberto Romea, Guadalupe Muñoz Sampedro, Perchicot, José Luis López Vázquez, Mariano Ozores... y el imponderable Pepe Isbert. Incluso el italiano Paolo Stoppa- tan preferido por Visconti y Fellini.

Para quien nada o poco conozca el cine de Berlanga, esta película lo define por entero y de un golpe, y lo sitúa en un lugar preeminente de la más genuina filmografía española, en competición con la mejores del mundo, sin distinciones económicas ni políticas. No vale más una violeta que un gladiolo en el reino floral. Aún bajo la dictadura en España, pudo hacerse un cine cuya libertad de expresión -en el caso presente- se podía comparar con la de cualquier país democrático, porque el arte salta fronteras, es como un fluido que se cuela por las grietas más finas, que traspasa imposibles barreras.

"La contemporaneidad" del cine de Berlanga es incuestionable. Nadie hubiera podido hacer cine de esa forma antes que él. En su conjunto, es un cine coral, ambiental, envolvente y luminosamente barroco. Sus películas son como grandes retablos narrativos. Y, por suerte, todo ese cine de Berlanga se ha desarrollado con amplitud y largamente, sin salirse de la misma y feliz vía expresiva, fiel a sí mismo hasta la fecha. No ha sufrido la menor alteración en sus recursos, porque está su propia forma de estar en el mundo, su manera de respirar, el ritmo de su pulso.

Las imágenes
Con qué gracia de marionetas maneja a los actores, pidiéndoles que hagan lo que siempre han hecho, pero aprovechándolos al máximo, con esa mirada y esa intención que son las suyas, por lo cual parece que se los ha inventado para que figuren exclusivamente en esta película.

Este plantel de grandes actores de carácter o de género, de aquellos característicos de muy reconocido mérito -que forman un coro esencial y rico de expresión- amenizan superiormente a la anécdota de base y le confieren lo que pudiéramos llamar "carne".

La sensación de que nada es esforzado, que la interpretación fluye, también concierne en muy gran parte a las imágenes y a los encuadres. Esto, debido a un innato espíritu de síntesis, dentro del orden giratorio y barroco de la narración. Cómo ordenar y dar forma a un caos de ingredientes. Por modesta o por cara que sea la producción, siempre será un cine pensado "en grande". También lo denuncia un instinto plástico, que en un valenciano no es cosa rara. Pictórica y pintorescamente, estas imágenes tienen la eficacia de un cuadro de costumbres, que no se pierde ni un detalle. La intencionalidad de las localizaciones y los decorados, del vestuario y sus detalles, los capta como en un antiguo pliego de "aleluyas", que se lee y se mira con alborozo. Hoy diríamos un "cómic", alejándonos bastante del sentir de Berlanga. Pero me refiero más a ese "vamos al grano", pasando por parajes situacionales de todo tipo, que tienen esa virtud velazqueña -en cierto modo impresionista- de tratar una noble cabeza como una calabaza o una zapatilla, sin distinción de clases. Todo bien pintado. Convierte en marioneta cinematográfica, no sólo a los actores, sino al escenario y a todo lo que toca. Cualquier imagen "berlanguiana" tiene esa recámara plástica de retablo narrativo, que parece improvisado de un modo entusiasta. Una "Cruz de mayo" levantada por un vecindario muy característico, aunque en gran parte inventado. Y por ello parece tan natural. Pero su funcionalidad cinemática está "decorada", "ornamentada" con una profunda intencionalidad plástica. Los personajes se erigen en caricaturas humanas o, más bien, surge la humanización extrema de la caricatura. El más antiguo y prestigioso cine cómico, teñido a veces de un toque de lirismo y distancia, se hace ver en estas imágenes y en todo el cine de Berlanga. Hay nostalgia del cine esencial, incluso de su apresuramiento fantasmal y parpadeante. Todo el cine visto y gustado por Berlanga, está en Berlanga.

Toda gran obra se asienta en precedentes de los que hace un resumen particular, sin pretender ocultarlo lo más mínimo. Va "más allá", pero el "más acá" -que también reconocemos en ella- la vuelve familiar, comprensible, entrañable, al tiempo que novedosa y audaz. Todo lo bueno tiende a convertirse en clásico, y así va perdurando como ejemplar. Si no ¿para qué conservarlo ni difundirlo? El mejor cine clásico, sin distinción de nacionalidad ni procedencia, se hace patente en estas imágenes, que el espectador actual puede contemplar detenidamente. El neorrealismo, el realismo mágico, el cine fantástico, durante un espacio de treinta años en la Europa del siglo XX, desde la segunda posguerra mundial, resucita en tales imágenes. Imágenes que perduran como arte. Un arte saturado y pleno, que nos da la misma sensación que un estallido de entusiasmo. Perdura en la hora presente el eco encantador de ese entusiasmo, nos sigue trasmitiendo un gusto de "ver cine" como niños que siempre esperan ver algo asombroso.

El argumento
Precisamente, esta película puede tener a gala el ser un ejemplo de la "película bien hecha", como puede estar bien hecho un buen reloj. Diríamos que es incluso aristotélica, minuciosamente bien contada. Uno de los más equilibrados argumentos o guiones en la filmografía de Berlanga.

Se inicia con un tono de cuento de Maupassant, como si llevara una andadura literaria con su correspondiente voz "en off", pero, de repente, se pone a dar vueltas un "tiovivo" cinematográfico, con asombrosos toques se sainete arnichesco y el dinamismo de una película de Chaplin. Aquel recurso convencional se olvida enseguida, por esa segunda intención expositiva que pronto se adivina. Era un tiempo de fervores montaraces -milagros de olivo y de reato de corderos- que movían a veces muchedumbres y significaban para la Iglesia un peliagudo compromiso, que hacía sonreír. ¿Cómo desautorizar el milagro una institución que se afirma propagadora -en esencia- del milagro, el cual siempre invoca y concita la fe? Sólo puede haber un tipo de milagro que le siente bien a la Iglesia, creyente en el milagro. Pero este gracioso argumento lo satisface irónicamente y es también un milagro inventado para aleccionar a la Iglesia, sin represalias condenatorias. Para la España y la censura de aquel tiempo no es poco atrevido.

Resulta, al fin, que todo ese conjunto de "farsa moral" está entretenido, diríamos que saturado, de escenas cómicas de una gran entidad de impacto. En todo el desarrollo, vienen como oleadas, con un ritmo de mar sin descanso. Es una "peli" de buenos y malos. Pero de malos infinitamente simpáticos, como buenas marionetas que figuran estar haciendo de malos. Es, en el fondo, un "alto divertimento" -con ciertos rebordes trágicos y hasta líricos- como resulta ser todo el cine de Berlanga.

Las falsas apariciones milagrosas se prestan a interpretaciones cómicas, pero también a interpretaciones metafísicas muy ambiguas. La intervención de San Dimas no importa tanto como su "juego" con las marionetas de los malos simpáticos. La falsa inocencia del cuento está al servicio de la chanza, la sorna, la broma entusiasta y vitalista de Berlanga. Aquí, la forma domina al fondo y lo transforma, lo cambia de sentido o punto de vista, siendo como es el guión más redondo, más clásico y más "molieresco" en el cine de este director. En otro terreno, me recuerda a los Los caciques de Arniches, que es también otra obra maestra. No es un cine que venga del teatro, sino un cine de la teatralidad cinematográfica, algo que lo completa en un alto extremo. Lo importante de la peripecia ha sido ese juego constante, pintorescamente saturado hasta el final. Hay escenas en extremo elocuentes y rápidas, que equivalen a un cuento dentro del cuento, y que dan fe de la prolífica imaginación argumental. Toda la película parece recamada por esa celeridad anecdótica que ha distinguido al posterior cine americano, muchas de cuyas mejores películas del tiempo en que se rodó Los jueves, milagro nos parecen morosas y lentas. Woody Allen aprendió tanto del cine europeo, que en nuestro continente se lo reconocen bastante agradecidos. Esto no es lo que menos hace en extremo moderno un film rodado en España hace 46 años. Los malos y los buenos en esta película forman una sola pieza del cortejo, fundidos o confundidos por el arte y el juego, de una sola especie y un sólo género -por dentro- como los participantes en un desfile de "moros y cristianos".

Berlanga ha tenido siempre ese ritmo de pasacalle delirante, de cortejo circunstancial, animado, pregonero, cálido. En él se expresa todo un mundo que se repite cíclicamente, porque vive de verdad, porque conserva su genio y su figura y sigue su camino marchoso, se pierde a lo lejos, cantando la gloria del sol que se pone o que se levanta.






La forma del caos, por Francisco Nieva
Ficha y datos de la película
Entrevista a Luis G. Berlanga
Blanco y negro, por Manuel Hidalgo
Esa hermosa gente, por Rafael Azcona
Cronología de Luis G. Berlanga