Ilustración de vacas marinas en la edición de 1895 de 'Los dos libros de la selva', de Rudyard Kipling.

Ilustración de vacas marinas en la edición de 1895 de 'Los dos libros de la selva', de Rudyard Kipling.

Entre dos aguas

Un menú muy poco ortodoxo: la vaca marina y otros animales que se extinguieron por su sabor

En 'La bestia del mar', la finesa Iida Turpeinen narra la historia del descubrimiento de esta especie durante una expedición rusa en el siglo XVIII.

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La literatura —pienso sobre todo en las novelas, no en la poesía— ofrece no pocas ventajas.

Las novelas nos entretienen, por supuesto, y alegran o entristecen nuestro espíritu, pero, además, realizan una labor cuya importancia suele pasar desapercibida: nos hacen vivir vidas que nunca viviremos, y al hacerlo amplían nuestros horizontes vitales y colaboran en la tarea de apreciar la prácticamente infinita variedad que muestra la naturaleza humana, personalidades, deseos, frustraciones o alegrías, de la bondad que alberga y la maldad que nunca desaparece, la naturaleza de los hombres y mujeres de ayer y de hoy, sin dejar de lado, en ocasiones, imaginar cómo será esa naturaleza en el futuro, en los escenarios en los que previsiblemente se sitúe la existencia humana.

Es evidente que la literatura no es ajena al tiempo en que se crea, aunque los temas novelados puedan trascender ese tiempo presente.

En Auto de fe (1936), Elías Canetti ideó una historia en la que es posible encontrar reminiscencias de la epopeya cervantina: las del sinólogo vienés Peter Kien, poseedor de una biblioteca de 25.000 libros, que quema tras varias desventuras, como si fuera un don Alonso Quijano al que, dicen, por fin le regresó la cordura (yo pienso que lo que sucedió es que el muy cuerdo Don Quijote se volvió loco).

"Cuando por fin las llamas lo alcanzaron —termina el libro de Canetti— se echó a reír a carcajadas como jamás en su vida había reído". La risa de un loco que destruye uno de los grandes tesoros de la humanidad: los libros.

Decía que la literatura no es ajena al tiempo en que se crea, esto es, en el que viven sus autores. El dramático trasfondo de Madame Bovary (1856-1857) de Flaubert, las terribles frustraciones de una mujer sometida a un matrimonio que se vuelve insoportable, continúa vivo pero ahora adopta, en general, formas diferentes. Por eso se sigue y se seguirá leyendo.

El zeitgeist, el espíritu del tiempo, se refleja también en otro aspecto que no quiero dejar de mencionar: el del protagonismo de lo individual, ya sea en las redes sociales, que inundan el ciberespacio de "historias" y fotografías absolutamente personales o en una parte no desdeñable de las obras literarias en papel, en las que el autor o autora lo que hace es describir sus muy personales vivencias.

En el fondo, se trata de una manifestación más de la filosofía posmoderna, esa de que "mi verdad es tan buena como la tuya", ahora trastocada en "mi historia es tan valiosa como la de cualquiera".

No desdeño este tipo de novelas, pero sí la filosofía posmoderna: la verdad no es relativa, desde luego no en la ciencia, aunque sí sea necesario tener en cuenta las situaciones específicas. Y no todas las historias tienen el mismo valor trascendente, independientemente de que algunas novelas puedan estar dotadas de buen estilo narrativo. Pero se trata de una tendencia que, de persistir e incrementarse, no favorecerá a la propia literatura, a esa que nos lleva a mundos que solo mediante ella viviremos.

A punto estuvo de desaparecer no solo la vaca marina sino también su memoria: nada más se conservan tres esqueletos completos

Afortunadamente, el panorama literario es lo suficientemente amplio para encontrar en él creatividad e imaginación, acompañados de magníficos estilos narrativos. Y quiero aprovechar estas dos páginas para recomendar la ópera prima de la finesa Iida Turpeinen, La bestia del mar (Seix Barral, 2025).

Provista de un amplio y sólido conocimiento en biología, zoología y paleontología, esta escritora ha compuesto una obra que transcurre durante los siglos XVIII al XX, con un tema central, pero no exclusivo: el descubrimiento y posterior extinción de la vaca marina (Hydrodamalis gigas), un mamífero marino herbívoro del orden de los sirénidos, que junto a los cetáceos constituyen los únicos mamíferos adaptados a la vida acuática.

Portada de 'La bestia del mar', de Iida Turpeinen (Seix Barral, 2025)

Portada de 'La bestia del mar', de Iida Turpeinen (Seix Barral, 2025)

Medían en torno a 8 metros de longitud, y pesaban entre 4 y 10 toneladas. La historia y los personajes del libro son reales, aunque el paso del tiempo y la falta de importancia que se les dio en su momento, y también posteriormente, dejaron huecos que Turpeinen ha rellenado con su imaginación.

Se trata de una historia del pasado, pero también de nuestro presente y, ¡ay!, de nuestro previsible futuro. La historia de la pérdida de biodiversidad, del insaciable apetito destructivo de nuestra especie, que en la novela de Turpeinen propició una expedición organizada, a instancias del zar Pedro el Grande, por la por entonces joven Academia de Ciencias de San Petersburgo.

La expedición partió en 1741 de la península de Kamchatka, en el extremo oriental de Rusia, comandada por el capitán Vitus Bering, a quien acompañaba un naturalista de nombre Georg Wilhelm Steller, en el que no es imposible ver el modelo que desempeñaría un tal Charles Darwin poco menos de un siglo después, en otro barco, el Beagle, y en una misión con diferentes destinos.

El propósito de la expedición rusa era trazar un derrotero desde Asia hasta América, pero las tempestades impusieron su ley apartándola de la misión planeada y llevándola a una isla perdida. El capitán no sobrevivió, pero sí su nombre, que será recordado —si los Trumps del futuro no median— en un mar, un estrecho y la isla a la que arribaron, y en la que Steller encontró las vacas marinas, cuya carne y grasa resultó ser tan excelente manjar que al difundirse la noticia acarrearía el final de las mismas, el de su árbol genealógico.

El mismo final que, al hilo de esta historia nos recuerda Turpeinen, sufrieron el cormorán gigante, un gran pájaro que en el agua se movía a una velocidad asombrosa, y cuya carne también era deliciosa, y las alcas gigantes (Pinguinus impennis), que carecían de capacidad de volar pero que eran magníficas nadadoras y buceadoras.

Al igual que la paloma migratoria, no importa que fuera el ave más abundante de América, quizá del mundo entero: de ella se llegó a decir, seguramente exagerando, que una bandada podía tardar catorce horas en pasar volando.

De hecho, a punto estuvo de desaparecer no solo la vaca marina sino también su memoria: en la actualidad nada más se conservan tres esqueletos completos, en Kiev, Moscú y Helsinki, en museos de Historia Natural, esos fascinantes lugares, en parte reliquias del pasado, recordatorios de lo que perdimos, pero también muestrarios de lo que aún conserva este planeta nuestro. ¿Por cuánto tiempo?