Image: Ciudades y Ciencia (2): París y los medallones Arago

Image: Ciudades y Ciencia (2): París y los medallones "Arago"

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Ciudades y Ciencia (2): París y los medallones "Arago"

18 marzo, 2016 01:00

Uno de los 135 medallones de bronce instalados en honor a François Arago

Sánchez Ron continúa con su serie sobre las ciudades científicas dedicándole a París una segunda entrega. En esta ocasión, además de recorrer la historia del meridiano de Greenwich, rastrea los medallones "Arago", instalados por toda la urbe en honor del científico François Arago.

La Tierra es, con alguna deformación, puesto que está achatada por los polos y abombada por el ecuador, una esfera. Y como su superficie tiene dos dimensiones, para situar un punto en ella es preciso especificar dos coordenadas. Éstas son la latitud y la longitud. La determinación de la primera no ofrece en principio problema: tomando el círculo del ecuador ("paralelo 0"), la latitud de un punto dado de la superficie de la Tierra es la distancia angular, medida en grados, minutos y segundos, que existe entre el paralelo (círculo) que pasa por ese punto en cuestión al círculo del ecuador. Muy diferente es el caso de la longitud: si se cubre la superficie terrestre con círculos que pasan por los polos, es preciso tomar uno de ellos como referencia, como "meridiano 0", determinándose la longitud de los restantes meridianos de forma similar a la de la latitud: midiendo el ángulo que forma ese meridiano con el plano que pasa por el meridiano de referencia (estrictamente no se utilizan círculos sino semicírculos, por lo que los meridianos indican la longitud con valores de 0° a 180°). La localización de un lugar de la superficie de la Tierra viene dada por las coordenadas del punto en el que se cortan el paralelo y el meridiano que pasan por él.

El problema reside en qué meridiano seleccionar como "0". Y aquí entran los avatares históricos, la política y los orgullos nacionalistas. A lo largo de la historia se han utilizado diferentes meridianos. En un espléndido Diccionario Marítimo Español, publicado en 1831, en la voz "Meridiano" se dice: "Primer meridiano: el que cada nación ha adoptado por término de comparación u origen fijo de donde partir, para contar la longitud en el mar. Así, los españoles toman por primer meridiano el que pasa por el observatorio Real de S. Fernando; los ingleses el de Londres o Greenwich; los franceses el de París, etc.; mas en lo antiguo estaba generalmente admitido por tal el que pasa por la isla del Ferro de las Canarias". Y parecido se puede decir de mucho antes: Ptolomeo (c. 100-175), el autor del libro, Almagesto, en el que la cosmología geocéntrica alcanzo su máxima expresión, y también de una magna Geographia, empleó como primer meridiano en sus mapas el que pasaba por Alejandría, la ciudad en la que trabajó.

Pero si nos limitamos a los dos últimos siglos, fueron París y Londres las ciudades que con más vigor compitieron por el "honor" de que el meridiano 0 pasase por ellas. Y como la determinación de latitudes y longitudes son tareas astronómicas, aquella competición implicó a dos observatorios: el de París, creado en 1667, y el de Londres, el Real Observatorio de Greenwich, ubicado cerca del Támesis, en una colina con espléndidas vistas de la capital, fundado en 1675.

Fue finalmente Gran Bretaña la que venció en aquella "guerra de los meridianos", un detalle que hay que entender a la luz del entonces superior poderío y prestigio internacional británico frente al francés. En octubre de 1884, 41 delegados de 25 naciones se reunieron en Washington D.C. para una "Conferencia Internacional sobre el Meridiano". La mayoría de los delegados eran diplomáticos profesionales, pero algunos países enviaron también científicos y técnicos (España participó con tres delegados). La decisión final -veintidós votos a favor, uno en contra (Santo Domingo) y dos abstenciones (Francia y Brasil)- fue que el meridiano que pasaba por Greenwich sería el "Primer Meridiano del Mundo" y que todas las longitudes se expresarían midiendo hacia el oeste o hacia el este, hasta un máximo de 180°, o bien en horas, cada hora correspondiendo a 15° (nótese que al dividir 180 por 15 se obtiene 12: doce al este y doce al oeste suman las 24 horas de un día). Asimismo se acordó que todas las naciones deberían adoptar la misma duración para un día, que comenzaría a la medianoche de Greenwich y duraría 24 horas. El meridiano parisino no fue un contrincante duro y ello por varias razones: la primera, que Estados Unidos ya había adoptado el meridiano de Greenwich, la segunda que, como señaló el delegado canadiense (un británico), si se calculaba el tonelaje total de los barcos que navegaban por los mares, el 72 por ciento del comercio mundial dependía de cartas marinas que utilizaban el meridiano de Greenwich.

Pero volvamos al meridiano de París que, apropiadamente, pasaba por el centro del Observatorio, determinando el eje de simetría del edificio. Aunque no lograron conseguir el meridiano 0, los astrónomos galos se distinguieron en diversos trabajos, como la medida del tamaño del meridiano de París, que sirvió de base para determinar la longitud del metro en 1799. En esta tarea participó un joven científico, François Arago (1786-1853), que nombrado secretario-bibliotecario del Observatorio en 1805 llegaría a ser su director en 1843. Para honrar la memoria de Arago, que además de astrónomo fue excelente físico, político, escritor y administrador, y a iniciativa de la Asociación Arago, a finales del siglo XX se decidió materializar el meridiano parisino instalando en el suelo de la ciudad 135 medallones de bronce de 12 centímetros de diámetro, que seguían su trayectoria a lo largo de los nueve kilómetros que van desde la puerta de Montmartre, al norte, a la Cité Universitaire, al sur. Diseñados en 1994 por el artista holandés Jan Dibbets, en ellos aparece el nombre ARAGO, más una N y una S, señalando el norte y el sur. Recorrer París buscando estos medallones (algunos han desaparecido) es, o lo fue para mí, un ejercicio interesante y divertido. Aunque no puedo asegurar que todavía estén ahí, mencionaré algunas de sus ubicaciones.

Existen dos a la altura de los números 125-127 y 152, respectivamente, del Boulevard Saint-Michel. Otro par se halla en el Quai de Conti, uno de ellos en el ángulo de la plaza del Institut; esto es, cerca del Institut de France, la institución creada en 1795 por los revolucionarios de 1789, que agrupa las cinco grandes académicas galas, encabezadas por la Académie Française. También hay dos en el gran Boulevard Haussmann (en los números 11 y 16/18). En el Jardín de Luxembourg, un lugar delicioso por el que pasear, se instalaron 10, uno de ellos en la rue Auguste Comte, justo a la entrada del Jardín, otro está en una de las calles que bordean este jardín, una que tiene su gracia: entre el 15 bis y el 15 de la rue de Vaugirard, delante del Senado. La "gracia" es que en esa calle, a la altura del n°. 36, bajo las primeras arcadas, fijado al muro hay un metro-patrón de mármol, uno de los 16 que la Convención Nacional instaló, entre febrero de 1796 y diciembre de 1797, en los lugares más frecuentados de París, para que los parisinos se acostumbraran a utilizar el sistema métrico, cuya instauración fue uno de los logros de la Revolución Francesa. Apropiadamente, otro de los medallones se halla en la peana del monumento a Arago, situado en la plaza de la Île-de-Sein, frente al observatorio de Paris, a un lado del Boulevard Arago. Por cierto, la estatua que debía coronar la peana no existe: fue desmontada y fundida por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar armas. Que no se haya restituido, pero sí mantenido su recuerdo, no deja de tener un profundo significado. Vive la France!