Ciencia

100 años de la deriva continental

Recorremos la vida y la obra de Alfred Wegener, autor de "El origen de los continentes"

30 noviembre, 2012 01:00

El estrecho del Bósforo visto desde el satélite Landsat. De "Cielo y Tierra" (Phaidon)

En 1912, Alfred Wegener publicó por primera vez los fundamentos de su teoría sobre la movilidad continental. Francisco Anguita, geólogo y traductor de la obra que dió a Wegener un lugar destacado en la historia de la ciencia, "El origen de los continentes y océanos", analiza la figura del científico alemán y recuerda también su faceta de explorador.

El genetista Theodosius Dobzhansky, uno de los grandes científicos del siglo XX, enfatizó que en biología nada puede comprenderse si no es a la luz del evolucionismo. La paráfrasis es muy fácil: en las modernas Ciencias de la Tierra nada tiene sentido si no es en el marco del movilismo. Tanto si intentamos prever los terremotos como si estamos luchando por reconstruir la historia de un océano perdido o por entender el clima futuro, la certeza abrumadora de que los continentes han vagado a lo largo de la geometría esférica del planeta es un marco de referencia irrenunciable.

Alfred Wegener (Berlín, 1880 - Groenlandia, 1930) sería hoy un desconocido si hubiese continuado su apacible carrera de meteorólogo en vez de interrogarse sobre las fuerzas que modelan el planeta. La revolución geológica que estalló en 1968 hubiese triunfado igual sin el precedente fallido de principio del siglo: hoy también comprenderíamos el funcionamiento de la Tierra sin Wegener.

Entonces, ¿qué es lo que hace del sabio berlinés una figura científica de envergadura histórica? Wegener fue un investigador de abrumadora capacidad de síntesis, un profesor popular y un explorador valeroso, pero ninguna de estas cualidades garantizan un lugar en el panteón científico. Lo que realmente distingue al berlinés es su rebeldía ante las opiniones establecidas, su insistencia en rechazar las teorías dominantes entre los geólogos de su tiempo, su arrojo al atreverse a defender sus ideas en el terreno en el que más aversión despertaban: los Estados Unidos.

La élite de la geología

En 1926, Wegener viajó a Nueva York para asistir a un simposio sobre su teoría, la deriva continental, y allí se encontró con la élite de la geología anglosajona, los catedráticos de Stanford, Chicago, Yale, Johns Hopkins... que fueron inclementes con Wegener y su descabellada idea de que los continentes se movían. El alemán fue acusado de actuar no como un científico sino como un abogado; es decir, de seleccionar los datos favorables, olvidando los adversos. Pero la lectura de El origen de los continentes y océanos no apoya esta acusación. Son muchas las observaciones que se explicarían si los continentes se moviesen; pero, a pesar de sus esfuerzos, Wegener reconoce humildemente su incapacidad para explicar las causas del movimiento: "Aún no ha aparecido el Newton de la teoría de los desplazamientos...".

Hoy está claro que la deriva continental era un intento prematuro. Apenas se sabía nada sobre las propiedades del interior del planeta, y los fondos oceánicos eran una terra incognita casi tan desconocida como la Luna. En estas condiciones era utópico construir una teoría que, hoy lo sabemos, depende básicamente de procesos profundos de origen térmico (como los que agitan una sopa hirviendo, y que llamamos convectivos).

Sólo cuando los geofísicos dispusieron de sismómetros y sonares pudieron comenzar a auscultar las fronteras, y a caballo de la Geofísica y la Oceanografía surgió la tectónica de placas, la heredera intelectual de la deriva continental wegeneriana. Pero mientras que ésta era básicamente una teoría paleogeográfica (es decir, aspiraba sobre todo a reconstruir las posiciones de los continentes en el pasado), la tectónica de placas se ha convertido en una teoría global de la Tierra, un marco de todas las disciplinas que estudian el planeta.

Ni su historia ni su presente se pueden explicar sin ella, y sólo gracias a ella podemos plantear extrapolaciones razonables sobre su futuro: calculamos, por ejemplo, que los continentes se detendrán dentro de unos 2.000 millones de años, momento en que el interior estará demasiado frío para moverse y arrastrarlos. Pero aún hay otras fronteras. Sólo recientemente ha comenzado a plantearse algo que ni Wegener ni los revolucionarios de 1968 (me refiero, claro, a los geológicos) pudieron imaginar: si los movimientos continentales serán un fenómeno exclusivo de la Tierra.

La exploración de Venus y Marte ha permitido identificar grandes estructuras deformadas como las que en la Tierra se generan en los choques de las placas, y para explicarlas se han propuesto etapas cortas (unos centenares de millones de años) de tectónica de placas, aunque esta idea es por el momento minoritaria. Existen incluso animadas discusiones sobre la probabilidad de que algunos exoplanetas (los planetas que giran en torno a otras estrellas) tengan interiores convectivos y superficies móviles.

Dejo para el final el momento culminante de la vida de Alfred Wegener: su heroica muerte. Apunté ya que se trataba de un explorador valeroso, y demostró esta cualidad hasta su jornada final. En 1930, en una expedición a Groenlandia en la que esperaba obtener datos para confirmar el alejamiento de ésta con respecto a Europa, acudió a llevar víveres a una base aislada en el centro del continente, y pereció, probablemente a causa de un fallo cardiaco, en el regreso. Antes de partir había escrito: "Pase lo que pase, la expedición [...] debe continuar bajo cualquier circunstancia, incluso con los mayores sacrificios".

Siempre me ha gustado fantasear sobre historias alternativas. En este caso, quiero imaginar a un Wegener octogenario recibiendo con una sonrisa las novedades que, medio siglo después de su idea seminal, confirmarían que, contra los prebostes de su época, el meteorólogo rebelde siempre había tenido razón.