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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Jean Echenoz y la medida del arte

1 octubre, 2013 13:27

Una novela sobre la Primera Guerra Mundial, ¿acaso un mamotreto de mil páginas? No. A Jean Echenoz (Orange, 1947), una vez más fiel a su habitual criterio de brevedad y concentración, apenas le hacen falta cien páginas para captar la esencia del horror en las trincheras, describir el vacío desolado de la retaguardia, transmitir el desesperante y destructivo paso del tiempo, contar una triste historia de compañerismo y amistad y poner en pie, con delicadas veladuras, la evolución de un melancólico y gaseoso triángulo amoroso.

Echenoz, pues, en estado puro: mínimo, minimalista, sutil, elegante y, al mismo tiempo, inapelable, contundente. 14 va de menos a más, como esos muchachos que parten para un frente difuso, sin saber lo que les espera, ni dónde están, ni qué tienen que hacer, salvo ir hacia adelante o hacia atrás según les requieran las voces de mando, mientras el fuego y la metralla, de un día para otro, se abate sobre ellos y los diezma.

No hay línea que tenga desperdicio. De lo personal a lo colectivo, de la intimidad psicológica al confuso frenesí de la acción, todo está descrito en trazos claros, precisos y económicos. Sin levantar la voz, la tragedia individual y general queda retratada en su exacta dimensión: un absurdo sobrevenido. Pero las pocas páginas que se dedican al combate son estremecedoras: los piojos y las ratas en las trincheras –tan temibles como las bayonetas y los morteros enemigos-, la putrefacción de los cadáveres sin retirar, el mal olor mareante, la humedad pegada al cuerpo, el deseo de automutilarse e incluso suicidarse para escapar del infierno, la tentación de la deserción y su duro castigo… La juventud malograda, el destino para siempre torcido o amputado.

Los jóvenes Anthime y Charles están enamorados de la misma chica, Blanche, que galantea con ambos. Cuando desfilan, el día de su partida hacia el frente, Blanche sonríe a Charles, que lleva ventaja a Anthime en el corazón de la muchacha, pero, a continuación, también sonríe a éste, que queda abrumado e improvisa su respuesta. Escribe Echenoz: “…pero él, Anthime, sólo reaccionó con una mirada, lo más corta y lo más larga posible, esforzándose en cargarla de la mínima expresión posible pero sugiriendo la máxima”.

Estas dos antinomias sirven, por cierto, para explicar el propio estilo literario de Jean Echenoz. No obstante, son también una prodigiosa síntesis de posibles estrategias representativas para adoptar una posición emocional ante el ser amado, aún bajo el principio de la incertidumbre, sin desbordarse ni pecar de insuficiente. La medida: arte de escribir y arte de amar.

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Image: Simón Casas

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