Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Itzea y 'la casa del escritor'

27 agosto, 2013 09:00

Acabo de leer, con cierto retraso, la biografía de Pío Baroja publicada por José Carlos Mainer el año pasado en Taurus, bajo el impulso y patrocinio de la Fundación Juan March. En rigor, el libro del profesor Mainer no es una biografía, sino un recorrido analítico y cronológico por la amplia obra del escritor donostiarra, sazonado con tan abundantes como leves apuntes biográficos, que no aportan apenas nada a lo ya conocido y que renuncian a profundizar en los más concretos episodios de la vida del autor de La busca.

No obstante, he disfrutado mucho con el libro, que acierta a poner en pie un retrato del novelista vasco, de sus ideas convulsas y cambiantes y también a perfilar un bosquejo de casi un siglo de la historia de España, con sus polémicas, sus problemas y sus desgarros. El trabajo de Mainer es, desde luego y sobre todo, una insustituible guía para ahondar en la literatura barojiana y en su contexto.

En las páginas del libro de Mainerhe encontrado el dato de que Pío Baroja escrituró ante notario la compra de Itzea, su casa en la localidad navarra de Vera de Bidasoa/Bera, el 26 de junio de 1913, de manera que ahora se habría cumplido el centenario de la presencia barojiana en 'el país del Bidasoa', presencia y vida que no sólo atañen a don Pío, sino, notoriamente, a sus hermanos Ricardo y Carmen Baroja y a sus sobrinos Julio y Pío Caro Baroja. Fue don Julio, el gran antropólogo, quien, algún año antes de morir, nos enseñó Itzea a un amigo y a mí, sin prisas y con extraordinaria amabilidad. También recuerdo haber asistido al funeral de don Julio en la iglesia parroquial y a su entierro en el cementerio de Bera una tarde agosto de 1995.

El escritor que más sabe de Baroja y de Itzea es, sin duda, Miguel Sánchez-Ostiz, quien la describe y la interpreta con pormenor en Derrotero de Pío Baroja (Alberdania). En ese libro –en el que, por cierto, Sánchez-Ostiz asegura que quien más tiempo vivió en la casa fue Ricardo Baroja-, el novelista pamplonés recomienda Itinerario sentimental (Guía de Itzea) (Pamiela), de Pío Caro Baroja, como el mejor libro para conocer los entresijos de Itzea y de sus moradores.

Este reencuentro con Itzea, en las páginas del libro de Mainer, me ha hecho replantearme el asunto de 'la casa del escritor', de cualquier escritor, que el catedrático emérito de Literatura Española también evoca. No se trata, claro, de la casa natal –convertida hoy, o no, en museo visitable-, ni de una casa en la que un escritor vivió, entre el azar, la necesidad y la conveniencia, durante un tiempo más o menos prolongado. Se trata, como en el caso de Itzea, de esa clase de casa que un escritor adquiere y equipa con intención de que sea su santuario y su retiro, una casa para vivir y escribir con arreglo a su personalidad, como reflejo, resumen y proyecto de una vida, de un talante y de una obra.

Cuando Mainer toca esta cuestión, para aplicarla a Itzea, escribe: “Desde hacía bastante tiempo, los escritores reconocidos consideraban su vivienda como una escenificación de su relieve social y cultural y, a menudo, como una suerte de 'teatro de la memoria' que atesoraba y exhibía recuerdos personales, objetos adquiridos en viajes, retratos de sus maestros o motivos vinculados a su propia obra”. Y añade un poco más adelante: "viviendas representativas de lo que habían logrado ser".

Mainer, pues, sitúa Itzea y, en general, 'la casa del escritor' en un contexto histórico marcado por una especie de moda y –aunque señala con acierto algunos de sus ingredientes constitutivos, como ese 'teatro de la memoria'- pondera aspectos relacionados con la vanidad o la ambición –'escenificación de su relieve social', 'viviendas representativas de lo que habían logrado ser'-, lo cual quizá fue propio de un tiempo o de algunos literatos, pero que no parece representativo de la generalidad, antes y ahora, de los escritores que anhelan esa clase de casa.

No existe un estatuto o una constitución de 'la casa del escritor' –Sánchez-Ostiz da más pistas-, ni seré yo quien los establezca aquí, pero creo que este tipo de casa, más que representativa de lo que un escritor ha logrado ser, es representativa de lo que quiere ser, de cómo quiere vivir su vida en adelante, lo cual, ciertamente, implica haber alcanzado ciertos logros, de los que servirse, pero no para mostrarlos, con ánimo de exhibir relevancia, sino, al contrario, para ocultarlos y utilizarlos en provecho propio y de las personas –amores, amigos- con las que se desea compartir –charlas, comidas, música, libros, películas, cuadros, paseos…- ese mundo íntimo laboriosamente forjado y propenso a una soledad sólo participada por los más cercanos.

Casa en el campo, probablemente, con vida anterior, con raíces, en un paisaje saludable y vistoso, en un escenario propicio a los goces naturales, espirituales y culturales, con jardín, prado, huerto y, tal vez, algún animal doméstico, con proximidades aptas para excursiones e indagaciones según el gusto, óptima para el trabajo literario sin molestias y para otras aficiones, acogedora, claro, de todos los objetos y enseres del universo personal…Por ahí, por ahí…

 

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