
Foto de escena de 'Los cuernos de don Friolera' en Teatros del Canal.
'Los cuernos de don Friolera' remata con éxito un año dedicado al esperpento de Valle
Con cerca de 150 años, Valle-Inclán sigue siendo nuestro autor más asombroso y moderno. Ha costado dar con representaciones logradas de sus obras teatrales, porque ha costado entenderlo.
Más información: El esperpento de Valle-Inclán 'Los cuernos de don Friolera', actualizado en los Teatros del Canal
En poco más de un año se han estrenado en Madrid las dos obras en las que Valle expuso su poética del esperpento: Luces de bohemia, afortunada representación que se representó en el teatro Español en 2024 y que ya glosé aquí. Y la que ahora me ocupa, Los cuernos de don Friolera, en los Teatros del Canal, dirigida por Ainhoa Amestoy. Hay que añadir que también el Museo Reina Sofía le ha brindado una estupenda exposición al género que acaba de clausurarse.
Esta nueva puesta en escena de Los cuernos de don Friolera sigue un estilo clásico que explota el poder sugerente del teatro y de la palabra de Valle, a la que se ajusta con fidelidad, lo que ya tiene bastante ganado porque nuestro autor es claro y preciso. La mezcla de títeres con otras fórmulas primitivas de teatro popular hacen un espectáculo entretenido, interesante, culto y con un fabuloso elenco que nos guía gozosamente por los diálogos y acotaciones que con filigrana precisa y evocadora describen ambientes y caracteres.
Los cuernos de don Friolera podría entenderse como la traducción del Otelo de Shakespeare a la estética del esperpento. En vez de hacer una tragedia, Valle monta una mascarada con personajes arquetípicos y grotescos; las pasiones se transforman en vicios y el celoso Otelo se convierte en un chusco y ridículo militar africanista español a quien un anónimo le lleva a creer que su mujer le ha plantado unos cuernos en la testuz. Es lo que ha llevado a algunos expertos a describir el esperpento como una deconstrucción de la tragedia (a la que los españoles somos negados por nuestra moral judeocristiana, según decía Valle).
La historia la vemos escenificada de varias maneras y con distintos desenlaces: primero, como un teatrito de marionetas por un bululú; luego, como la farsa del militar y su mujer Loreta; y por último, como un romance de ciegos que cuenta la historia y que el autor equipara al periodismo ramplón (quizá por eso también aparece tergiversada).
Valle hace escarnio del honor militar y de sus códigos (la pieza se escribió coincidiendo con el Desastre de Annual, en 1921) y transforma en burla y mofa la crueldad con la que Friolera se aplica con su mujer Loreta, siguiendo el estilo de los títeres de cachiporra.

'Los cuernos de don Friolera'. Foto: Pablo Lorente.
El texto incorpora un prólogo fabuloso donde el autor nos desliza su prédica estética y teológica que defienden sobre la escena don Estrafalario (trasunto del mismo Valle al que da vida Roberto Enríquez) y don Manolito (se presume que está inspirado en la figura de Francisco Giner, interpretado por Nacho Fresneda), entregados a criticar los dramas de honor calderonianos por dogmáticos frente a la heroica crueldad de Shakespeare.
Uno de los aciertos de la directora del espectáculo ha sido darle tanta importancia a los personajes primeros como al coro. Figuras principales (Enríquez como don Friolera, Lidia Otón como su mujer, Iballa Rodríguez como la hija de la pareja, Fresneda como el presunto amante y Ester Bellver como la vecina cotilla o la propietaria del boliche), en un tono de guiñol, distanciado y cómico, van arropados por un trio de actores comodín (Miguel Cubero, Pablo Rivero Madriñán y José Bustos), que preparan y descomponen las escenas, leen las ricas acotaciones y aportan espíritu, composición y ambiente popular.
Casi todos los actores se doblan en varios personajes. Enríquez y Fresneda hacen un trabajo soberbio, uno en su transformación en picado hacia la locura, el otro como el amante, el barbero Pachequín con trazas evidentes de Séptimo Miau y un tono sarcástico. Cubero es también hilo conductor del montaje, narrador además de comodín, su momento deslumbrante llega casi al final, con el romance de ciegos, que recita como un rapsoda de hermosa voz. Las chicas Otón y Bellver, curiosamente de la misma escuela de La Abadía junto con Cubero, son muñecas expresionistas, sarcásticas y exageradas.
Amestoy ha confiado en Tomás Muñoz para el diseño escenográfico, que ha resuelto con extraordinaria eficacia, ideando una reja que rodea los tres lados de la caja escénica, con corredores de varias alturas y ventanas que se abren y cierran, y que logra que imaginemos los diversos escenarios donde transcurre la obra: huertos, habitaciones, calles, cuarteles, boliches y patios de una ciudad imaginaria frente a la costa africana. La luz, el vestuario y la música complementan adecuadamente la labor técnica.
Con cerca de 150 años, Valle-Inclán sigue siendo nuestro autor más asombroso y moderno. Ha costado mucho tiempo dar con representaciones logradas de sus obras teatrales, porque ha costado entenderlo. Valle necesitaba un público que lo entendiera y ya lo tiene; también tiene actores versátiles en diferentes técnicas interpretativas y abiertos a su sensibilidad única y contradictoria y directores que saben leer la polifónica tradición estética que sintetiza su visión teatral.
Los cuernos de don Friolera
Teatros del Canal, hasta el 23 de marzo.
Elenco: Roberto Enríquez, Nacho Fresneda, Lidia Otón, Ester Bellver, Pablo Rivero Madriñán, Miguel Cubero, José Bustos e Iballa Rodríguez. Dirección y adaptación: Ainhoa Amestoy. Texto: Ramón María del Valle-Inclán. Diseño de escenografía: Tomás Muñoz. Diseño de vestuario: Rosa García Andújar. Diseño de iluminación: Ion Aníbal López (AAI). Música original y espacio sonoro: David Velasco Bartolomé. Diseño y realización de marionetas: Gerardo & Tony. Asesoría de movimiento: Mar Navarro. Producción: Comunidad de Madrid para Teatros del Canal