Rima interna por Martín López-Vega

Vida de Szymborska (al aparato con Abel Murcia)

27 abril, 2015 09:58

La editorial Pre-Textos acaba de publicar la biografía de Wislawa Szymborska titulada Trastos y recuerdos, firmada por Anna Bikont y Joanna Szczesna, un lúcido recorrido por la vida de una de las mejores poetas del siglo XX que es además una antología de poemas, un ensayo sobre su obra y una novela fascinante. Le he preguntado a Abel Murcia, uno de sus grandes traductores junto a Gerardo Beltrán, por la biografía y la vida de Szymborska, y esto es lo que desde Moscú me ha contado.

 

—¿Cuál le parece que es el verdadero alcance de esta biografía?

—Una vida tan intensa como la de Szymborska puede dar para muchas biografías, biografías en las que se vayan presentando aspectos totalmente diferentes, anécdotas distintas, etc. Pero yo creo que esta biografía es mucho más que correcta y nos aproxima a esas diferentes Szymborskas que se encerraban en ella. Me parece que el lector tiene la posibilidad de sentirla tan cercana como cuando se encuentra con ella en sus poemas y de familiarizarse con la Szymborska que aparecía ante sus amigos. Siempre resulta difícil, pero creo que es posible llegar a percibir cómo era ese ser humano que se llamaba Wislawa Szymborska.

 

—Como traductor de Szymborska, seguro que tiene más de una anécdota que contar. ¿Cómo fue su experiencia con ella?

—Resulta complicado resumir en un par de frases mi experiencia con Szymborska. Esa experiencia está plagada de pequeños momentos robados a actos públicos, de carácter muchas veces más o menos lúdicos en función de que estuviera rodeada de un número mayor o menor de personas realmente cercanas. Y así nos vimos en distintas celebraciones en las que en muchas ocasiones aparecía la ocasión de intercambiar un par de frases, un par de bromas, etc. Tal vez resulte más fácil enumerar una serie de momentos en los que compartimos algo más de tiempo. Entre esos momentos estarían las tres entrevistas que concedió a "medios de comunicación" españoles. La primera fue a Félix Romeo y en ella hubo toda una serie de curiosos guiños. La arrolladora personalidad de Félix y la contenida curiosidad, la simpatía y la fina ironía de Szymborska. Algo realmente especial. Y Gerardo Beltrán y yo de testigos de ese encuentro, de posibilitadores del mismo y al mismo tiempo de participantes directos. Lo que tenía que haber durado una media hora se extendió casi dos.

La segunda para Xavi Ayén y el fotógrafo Kim Manresa. En esa entrevista, la Szymborska "coqueta", que también existía, estuvo bromeando con algunas de las máscaras que tenía en casa y de ello quedó la huella en las fotografías de Kim.

La tercera para Javier Rodríguez Marcos que contaba con el apoyo de un fotógrafo local al que Szymborska no dejaba de decirle que tenía que haberla fotografiado cuarenta años antes y no ahora. Los comentarios sobre las fotos fueron acompañando toda la conversación mientras intentaba no contestar a las preguntas sobre literatura que Javier intentaba hacerle.

Porque lo que sí compartían todas esas entrevistas era que Szymborska se negaba a hablar de literatura, intentaba zafarse de las preguntas y pasaba al ataque preguntando sobre la vida, sobre los gustos, sobre las experiencias...

 

—Y luego, las famosas cenas en su casa...

—Sí, entre los momentos más emotivos estuvieron, sin duda, las dos cenas en su casa. Cenas con rifa incluida. Sus famosas rifas. Le tengo un especial cariño al tenedor extensible que me tocó en una de esas rifas. Aún recuerdo su risa cuando me tocó en el sorteo. En una de esas cenas, nunca había más de ocho personas -si mal no recuerdo-, coincidí con Wajda y su mujer y con Zagajewski y su esposa, en otra con Rusinek, su secretario, y su así llamada nieta, Maria Filipowicz-Rudek, nieta del escritor Kornel Filipowicz, pareja de Szymborska durante muchos años, etc. Recuerdo la vez que me llamó por teléfono para proponerme que fuera a cenar a su casa. Menos mal que me había adelantado su llamada su secretario, si no me da un pasmo. En una de esas dos cenas, Gerardo y yo llegamos con una botella de mezcal, y ella no se podía creer que el gusano de la botella -Gusano Rojo, era la marca- fuera de verdad. Al final, cuando nos acabamos la botella, dijo: "Bueno, por si acaso, fuera de verdad, mejor le damos digna sepultura" y lo metió en una caja de cerillas.

 

—¿Y la broma con la “edición” instantánea en español de su libro?

—Fue el día de la presentación de Aquí en la Ópera de Cracovia. Nosotros habíamos conseguido que Rusinek, su secretario, nos pasara el manuscrito un par de meses antes, y nos habíamos puesto a traducirlo. Conseguimos también un ejemplar impreso del libro en polaco y con las traducciones que habíamos hecho y traduciendo también los créditos, etc., hicimos un collage, de manera que el mismo día de la presentación, de nuevo con la complicidad de Rusinek, acabada la presentación, fuimos a la tercera planta de la Ópera, donde ella estaba descansando y le entregamos un ejemplar en español del libro que acababa de presentar en polaco. Abrió los ojos como platos, con esa sorpresa que sólo los niños son capaces de expresar y dijo: "Pero cómo es posible, no, no puede ser". Nosotros le dijimos que justo una poeta polaca acababa de traducir un libro que habíamos escrito y se puso a reír como eso, como una niña. El ejemplar, llevaba en la portada una pegatina en la que ponía "ejemplar gratuito".

 

—¿Llegaste a tener algunos de sus famosos collages, no?

—Uno de los momentos más dolorosos fue cuando dejé aparcado el coche al lado del gran teatro de Varsovia. Iba con una amiga a una representación teatral y cuando volví, resulta que me habían robado el contenido del maletero. Tenía un ordenador portátil y llevaba algunos de los libros de Szymborska, dedicados por ella, y varias postales y collages que me había regalado en una de la visitas a su casa. Cuando hice la denuncia en la policía y les insistía en que lo más importante eran aquellos libros y las "postales" me miraban como si estuviera loco. Por desgracia, nunca las recuperé. Pero me quedan los recuerdos. Eso sí.

 

—¿Qué supuso para vosotros traducir a Szymborska?

—En cuanto al tema de nuestras traducciones, he de reconocer que tuvimos mucha suerte. Entre los amigos más cercanos de Szymborska hay un genio que se llama Ireneusz Kania, traductor de un sinfín de lenguas (es el traductor de Eliade, Cioran, Kavafis, por citar un par de autores, de textos budistas antiguos, traduce del francés, del portugués, del inglés, del ruso, etc., etc.; es también traductor del Diccionario de símbolos de Cirlot, y su conocimiento del español es francamente bueno). Desde siempre -y sé que no me está bien decirlo- ha manifestado que las traducciones al español que Gerardo y yo habíamos hecho se encontraban entre las mejores traducciones de Szymborska a cualquier lengua. Creo que Szymborska, para quien la opinión de Ireneusz era importantísima en el ámbito de la traducción, siempre nos valoró por esa opinión y por la de Maria Filipowicz-Rudek, filóloga hispánica a la que le tenía un especial cariño como nieta que era de su pareja, el escritor Kornel Filipowicz.

 

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