Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Placeres modernos

19 mayo, 2017 14:38

Si descontamos a Erik Satie y sus muchos descendientes, la modernidad musical parece más dada a los trabajos que a los gozos. Rara vez falta el gusto de la exploración, pero no abundan los placeres propiamente sensoriales. Los conciertos de contemporánea han sonado tradicionalmente más en serie de grises que en colores. Creo que, en parte, esa sensación áspera tiene que ver con la tradicional grisura de las interpretaciones. No digo que fueran malas, sino grises, poco contrastadas, sin la riqueza de articulación, matiz y fraseo que disfrutamos en la interpretación de otras músicas. Pero eso era antes. Los intérpretes han necesitado decenios para poder mirar las dificultades técnicas de la música contemporánea como miran las de la otra, desde arriba, olvidándose de ellas, entregándose al disfrute de la partitura, iluminando las frases, dándoles color y vida y, sobre todo, jugando con ellas. Hace ya tiempo que se hace así en muchos sitios. Por seria que sea, por trágico que sea su contenido, hoy la contemporánea tiene que sonar sonriente. Tenemos que poder recibirla con una sonrisa en los oídos —la sonrisa de la buena música bien hecha— aunque su asunto nos encoja el corazón. En España, quien ha desbordado esos límites y ha roto a disfrutar y a hacernos disfrutar ha sido Fabián Panisello y su Plural Ensemble.

[caption id="attachment_871" width="560"] Ema Alexeeva[/caption]

El otro día, en el ciclo de conciertos que la Fundación BBVA programa en el Auditorio Nacional, pudimos oírles llenar de color y de luz las Tres pinturas imaginarias de Alberto Posadas (1967), nuestro último vanguardista. Es una obra deliciosa que ofrece numerosas oportunidades de expresión. Los miembros del Plural disfrutaban ostensiblemente de los solos, bien difíciles, y también de las construcciones colectivas. En Hot (1989), Franco Donatoni, pope internacional de la vanguardia, se volvió jazzero. Es un jazz serioso que el saxofonista Andrés Gomis consiguió hacer sonreír. Antes, en Posadas, había mostrado cómo producir multifónicos con delicadeza y musicalidad.

La sesión terminó con Alban Berg. El rostro humano de la vanguardia, suele decirse. Mi impresión es que, lo que en Schönberg se vive como conflicto y en Webern como estricto futuro, en Berg se vive y se oye como síntesis. Oímos formas clásicas dichas en vocabulario nuevo y la sensación que nos queda es de expresión extraordinariamente real y verosímil, una especie de verismo germano y perturbador que su Concierto para violín ejemplifica bien. Es una obra muy difícil que requiere del solista una técnica poderosa, un sonido múltiple, a la vez XIX y XX, y una afinación también multiforme, a la vez exacta y abierta, capaz de tratar las notas con la geometría de Schönberg —que es la misma de Bach— y permitirles la querencia por la nota vecina, como pide la expresividad romántica. Ema Alexeeva hizo una versión admirable que espero podamos disfrutar pronto con orquesta.

Digo esto porque lo que oímos en esta ocasión fue el arreglo para violín y trece instrumentos que hizo Andreas Tarkmann (1956), especialista en este tipo de trabajos. Su obra nos permite rescatar un placer olvidado: el de la transcripción. En estos tiempos que vivimos de fonografía fácil y de obsesión por la fidelidad, se transcribe poco. Hay poca necesidad de ello. Pero transcribir, es decir, cambiar la instrumentación de una música, es una forma de jugar con ella. Hoy, la música se "toca" (como decimos en español) cada vez mejor, pero se "juega" (como dicen en inglés, francés y alemán) cada vez menos. Los teatreros en seguida juegan con las obras de teatro. A los músicos nos cuesta más, no sé por qué.

 

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