Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Creer o no creer

17 septiembre, 2015 11:35

[caption id="attachment_704" width="560"] Órgano de la Catedral de Salamanca. Foto: federicojorda / Foter / CC BY[/caption]

Esa es la cuestión. ¿Puede uno creer en algo que es notoriamente increíble? Pues sí, y precisamente por eso, por increíble, decían los primeros padres. “Credo quia absurdum”, lo creo porque es absurdo, decía más o menos Tertuliano, como nos recordaba hace poco Juan Goytisolo en su bonito artículo “Fe y razón”. Goytisolo, notoriamente ateo, siente respeto y simpatía por los “esfuerzos sociales y justas iniciativas políticas” del Papa, pero piensa que no tendrá éxito en la tarea que parece haberse impuesto: dar continuamente explicaciones de lo inexplicable. Yo, la verdad, siento antipatía y muy poco respeto por algunos de esos “esfuerzos sociales” de Francisco, como su reacción ante el asesinato de los redactores de Charlie Hebdo: si yo me acuerdo de tu madre, puedo esperar que me des un puñetazo, dijo en una de sus charlas improvisadas en el pasillo de un avión. O sea, yo me río de tu dios en un tebeo y tú me asesinas a mí y a todos mis compañeros. ¿Cómo es posible concebir como normal una secuencia así de repugnante?

Pero volvamos a aquello de creer en lo increíble. En Ideas y creencias, Ortega distinguía las creencias increíbles, que son las de la fe, de esas otras cosas en las que creemos a pies juntillas y que no debemos llamar ideas porque no las razonamos, ni las criticamos. Ni siquiera las pensamos: sencillamente, las tenemos, que es lo que se hace con las creencias. Por ejemplo: tengo la firme creencia de que, detrás de la puerta de mi casa, existe un descansillo. Aunque no lo estoy viendo en este momento, creo en ello sin la menor crítica. Si tuviera que salir de casa con los ojos vendados, daría mis primeros pasos sobre el descansillo con aplomo, sin vacilar, apostando mi vida en cada zancada. Pero un descansillo tras la puerta es una creencia creíble y aun necesaria para vivir. Sin esta y otras como ella, no daríamos un paso. Literalmente. Las otras creencias, las increíbles, las que requieren un acto de fe, son innecesarias. Eso creo yo, pero muchos —la mayoría— difieren. Lo indudable es que estas creencias son dificilísimas de explicar y de conciliar con el mundo moderno y con la mirada que le corresponde, que es escéptica. Goytisolo sugiere a Francisco que desista y que, en lugar de empeñarse en clarificar, dé la media vuelta y oscurezca. Que en vez de venirse del latín acá, a la lenguas vernáculas, se vaya más allá y diga la misa en sánscrito, por ejemplo. Es más fácil creer en lo incomprensible que en lo absurdo. Si he de tener fe, o soy Santa Teresa y me complazco en la profundidad poética de la contradicción, o si no dame fe ciega. Yo añado que si Roma ha de dar la media vuelta, que la dé también en materia de música: que se deje de kumbayás y de guitarras y recuerde los tiempos en los que el canto gregoriano, la polifonía, el órgano y, en general, la música de arte mayor agarraba a las mentes del personal por el oído y las ponía mirando al cielo. Lo demás, no sé, pero el agarre aquel molaba.

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