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En plan serie por Enric Albero

'El joven Wallander': loa a Henning Mankell

A pesar del éxito de las anteriores adaptaciones de la novela, la versión de Harris para Netflix supera el reto con solvencia

18 septiembre, 2020 08:10

Tras el éxito cosechado por las adaptaciones televisivas de las aventuras protagonizadas por el comisario Salvo Montalbano, los impulsores de la longeva serie -todavía en emisión- basada en las novelas de Andrea Camilleri decidieron seguir explorando la biografía del policía siciliano con una precuela. El escritor de Porto Empedocle, que ya estuvo al frente de la teleficción original, se alió con dos de sus más fieles colaboradores (Francesco Bruni y Salvatore De Mola) para descubrirle al público cómo fueron los primeros años de uno de los personajes más famosos del policíaco contemporáneo, posibilidad que el propio Camilleri ya había desarrollado brevemente en el libro de relatos bautizado como ‘El primer caso de Montalbano’.

Si traemos a colación este ejemplo es porque Kurt Wallander, como Montalbano, forma parte de esa estirpe de héroes novelescos con sitio reservado en el panteón de la cultura popular y, sobre todo, porque el guionista Ben Harris ha calcado la operación arqueológica que en 2012 y bajo el amparo de la Rai, llevaron a cabo Andrea Camilleri y sus adláteres. Aunque haya similitudes de partida entre las dos producciones, la empresa asumida por Harris se enfrentaba a no pocos contratiempos. En primer lugar, no podía contar con la asesoría del creador del inspector Wallander, puesto que el escritor sueco Henning Mankell falleció en 2015. Continuar la obra de un autor reputado -aunque sea en otro formato- y con infinidad de admiradores es como firmarle un cheque al portador al fracaso, un cheque que puede ser cobrado en cualquier momento. Ciñéndonos al terreno literario, pocos son los que han podido sobrellevar el peso de una herencia como la que supone devolver a la vida a un ídolo al que todos daban por muerto y cuyo regreso, tan deseado como inesperado, siempre será observado con recelo (valgan como casos de éxito ‘La rubia de ojos negros’, que supuso la feliz resurrección de Philip Marlowe de la mano de Benjamin Black/John Banville, y ‘Problemas de identidad’ en el que Carlos Zanón recupera al detective Pepe Carvalho surgido de la imaginación de Manuel Vázquez Montalbán… cuyo segundo apellido sirvió para dar nombre al comisario inventado por Camilleri).

Contra el proyecto de Harris para Netflix, que el gigante del streaming estrenó el pasado 3 de septiembre, también conspiraba otro factor: el éxito de las anteriores adaptaciones, tanto la sueca protagonizada por Krister Henriksson entre 2005 y 2013, como la británica, magníficamente interpretada por Kenneth Branagh entre 2009 y 2016; sin olvidar las miniseries y TV-Movies que, entre 1995 y 2006, contaron con Rolf Laasgard como Wallander, actor al que el escritor sueco le dedicó su novela La pirámide que, precisamente, antecede al primer caso del inspector glosado en Asesinos sin rostro.

El joven Wallander (en ESPAÑOL) | Tráiler oficial | Netflix

Así pues, el reto para el guionista de Devils (2020) se presumía mayúsculo y lo cierto es que lo supera con solvencia, quizá porque encara el proyecto sin ningún ánimo de subversión, sin plantearse otras posibilidades que impliquen perderle el respeto al corpus creado por el escritor de Estocolmo. Harris indaga en temáticas profusamente tratadas a lo largo de la obra de Mankell, desde las consecuencias de la inmigración pasando por sus nada veladas críticas al comportamiento de las élites de su país, y arma un caso en el que las rencillas y los secretos familiares se ocultan detrás de agresiones racistas, los ataques de una ultraderecha en auge y el tráfico de armas. El planteamiento juguetea con la ucronía puesto que no respeta la (teórica) edad original de Wallander y lo presenta como un joven policía que da sus primeros pasos en la comisaría central de Malmö en pleno 2020 (de acuerdo con los libros su fecha de nacimiento ha sido fijada en 1949, por lo que ahora tendría 71 años). Esa es la máxima licencia que se toma el showrunner a la hora de poner sobre el tapete una historia que arranca con el asesinato de un adolescente en el barrio de Rosengard, una zona suburbial habitada mayoritariamente por inmigrantes en la que también vive Kurt. Su primer caso se le asignará no tanto por sus capacidades deductivas como por su conocimiento de la zona y de sus residentes. Precisamente, uno de sus vecinos será acusado del crimen. Se trata de un joven que está a punto de entrar a formar parte de las categorías inferiores del equipo de fútbol de la ciudad. Su nombre es Ibra (Jordan Adene), apocope con el que también se conoce a la gran figura sueca del momento, Zlatan Ibrahimovic, que, como el sospechoso, es hijo de inmigrantes (padre bosnio y madre croata), debutó como profesional en el club de su ciudad natal (Malmö) y posee una personalidad volcánica.

Sin necesidad de estropear las sorpresas que depara la investigación, conviene apuntar que la lógica detectivesca que ordena la trama se sostiene con firmeza, si bien se le pueden señalar algunas manchas, como el conocimiento, por parte del padre de la víctima, de la ubicación del sospechoso (capítulo 4), un pasaje que se solventa con una explicación poco plausible (tiene algún confidente en el interior de la policía) que después no tiene ninguna consecuencia (nadie se preocupa por averiguar de dónde proceden las filtraciones, chivatazos que han costado una vida). Si esos deslices pueden pasar desapercibidos es porque Harris coloca los cliffhangers como si en su vida laboral anterior hubiera sido TEDAX. El piloto termina con un navajazo, el segundo episodio con una brutal paliza y el tercero con los disparos de un francotirador: como acicates para seguir viendo la serie no están nada mal.

El armazón dramático apenas reviste problemas estructurales, una fortaleza que, no obstante, no posee el personaje de Wallander, alguien que parece estar ‘en construcción’. El Wallander encarnado por Adrian Palsson es impulsivo y tenaz, pero (todavía) carece de grandes conflictos internos. Se insinúa su querencia por la bebida (en especial por el brandy que elabora su padre) pero eso está lejos de marcar su conducta; sus relaciones son volátiles, pero no interfieren en su trabajo ni le alteran en lo anímico; es una página en blanco sobre la que alguien empieza a escribir las primeras líneas, un trozo de mármol sin esculpir (lo del mármol va por los abdominales… que este Wallander también es un poco toy-boy). También hay algún que otro personaje romo, como Rickard Lundgren (Richard Clothier), el padre de la víctima, un tipo intransigente, racista y autoritario con menos matices que una pintura rupestre.

Una escena de 'El joven Wallander'

Con todo, y a pesar de lo forzado de algunas relaciones, como esa confianza excesiva que Wallander se toma con Bash (Charles Mnene), el capo del gang del barrio, los seis episodios se ven con facilidad gracias no solo a los atractivos del argumento, sino también a una realización en la que el dinamismo no está reñido con una planificación mínimamente elaborada. El joven Wallander es una serie bicolor, en la que el azul y el rojo bañan casi cada secuencia, sugiriendo una suerte de traducción cromática del bien y el mal. Esas masas de color que chocan y se intercalan dan una idea de lo fácil que es pasar de un lado al otro del espectro, de cómo alguien como Bash puede primero amenazar a Kurt para después convertirse en su confidente, o de cómo los prejuicios pueden nublar el razonamiento… Mandan las circunstancias y los distintos virajes que la investigación experimenta irán sembrando la historia de dilemas; aquellos medios que en principio parecían censurables terminarán siendo asumidos como actuaciones nobles con tal de evitar un desastre mayor -Wallander utilizando a su recién estrenada pareja Mona (Ellise Chappell) para interrogar a su jefe, el multimillonario Gustav Munk (Alan Emrys), en su propia fiesta o la obtención, sin orden, del ADN de un sospechoso.

Los episodios dirigidos por Ole Endresen (1-3) y Jens Jonsson (4-6) no poseen grandes ideas visuales, pero utilizan con cierto criterio las escalas en función de las situaciones dramáticas que plantea cada secuencia. Así, cuando Wallander es interrogado por Asuntos Internos y miente para poder seguir con el caso (no informa de que su agresor es el sospechoso al que él busca) un plano general final aliviará la tensión generada por la combinación precedente de planos cortos (el rostro de Kurt muy cerca del objetivo) y de planos en contrapicado para encuadrar a los interrogadores (que tienen una posición de superioridad). La última toma, llena de aire, indica que Kurt se ha salido con la suya y puede, al fin, respirar. Por cierto, el interrogatorio final también es buen ejemplo, pero describirlo implicaría destriparles el desenlace y, en este caso, no es necesario, basta con que se fijen en cómo acaba la secuencia y qué posición ocupan el sospechoso y los policías cuando el primero abandona la sala.

Un momento de la serie

Sin ser una serie revolucionaria, está producción de Yellow Bird Films para la plataforma de la N tiene sus buenos momentos, el más interesante lo constituye la secuencia final, en la que se abre la puerta a una posible continuidad y se utiliza la música como contrapunto, como elemento del discurso que, en lugar de respaldar las imágenes, las compromete. En esa clausura, una vez que se le ha dado carpetazo a la investigación, veremos a Kurt y a Mona subir al apartamento del policía. Sobre el felpudo hay un paquete. La conversación entre los dos es amable y ambos se muestran razonablemente esperanzados con respecto a su futuro inmediato. El paquete esconde un bizcocho hecho por la madre de Ibra como agradecimiento por haber salvado a su hijo. Todo ese bloque en el que las imágenes apuntan un desenlace feliz está acompañado por una composición musical propia de una secuencia de suspense, como si el bulto sobre la alfombrilla pudiera no ser un presente sino una bomba. Si uno atiende a la resolución (en falso) del caso y asume que Kurt se acaba de granjear poderosos enemigos, ese final en el que la felicidad parcial y la amenaza latente se funden a partir de esa superposición de imágenes y música de tonos divergentes (opuestos) tiene todo el sentido del mundo. Con toda seguridad, El joven Wallander continuará.

@EnricAlbero

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