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En plan serie por Enric Albero

'Informer'. El canario y la mina

19 abril, 2019 07:57

Hace un par de semanas les entregué unas líneas dedicadas al primer episodio de Informer, la serie británica que desde el pasado 9 de abril se puede ver en España a través de Filmin. A modo de resumen, recordemos que estamos ante una serie creada por Rory Haines y Sohrab Noshirvani en la que se narran “los contratiempos a los que se enfrenta Raza Shar (Nabhaan Rizwan), un joven de ascendencia paquistaní detenido por tráfico de drogas que será utilizado por la unidad antiterrorista de la que forma parte Gabriel Waters (Paddy Considine) como informante para prevenir un posible ataque terrorista”.

Conviene no olvidar, tampoco, que esta producción de Neal Street Productions para la BBC sigue la senda de propuestas previas, con una fuerte implantación en tierras británicas, como puedan ser las creaciones de showrunners como Jed Mercurio (Line of Duty, Bodyguard) o Hugo Blick (The Shadow Line, Black Earth Rising), en las que la investigación policial, sus derivaciones políticas y las cuestiones de orden moral que afectan a unos personajes constantemente atravesados por los dilemas, forman un todo indisoluble. En ese sentido, esta teleficción dirigida al completo por Jonny Campbell (Doctor Who, Shameless, In the Flesh) “muestra cómo, en la lucha contra el terror, cualquier estrategia es válida con tal de detener al enemigo. Los agentes de la ley no dudan en violar los códigos que han jurado respetar bajo la firme creencia de que, en el fondo, los están defendiendo por otros medios. Un atentado en Rotterdam que ha causado 17 muertos y 63 heridos, y la presencia, meses atrás, del presunto instigador en Londres, dispararán una trama plagada de claroscuros”.

Quedémonos con el concepto de claroscuro, con ese contraste acusado entre la luz y las sombras y pensemos en el momento en el que Raza, alojado en la vivienda del perpetrador de los atentados, es detenido y encarcelado. El impacto lumínico que en la retina provoca el cambio de la secuencia A (la operación policial se desarrolla de noche y se observa, parcialmente, a través de las cámaras adaptadas para la visión nocturna que llevan los agentes) a la secuencia B (el encierro de Raz en una celda nívea) termina por dibujar una suerte de ying-yang que, a la postre, sirve para describir la facilidad con la que los protagonistas de esta historia son capaces de pasar de un lado al otro. Esas composiciones en claroscuro también se aplican a la filmación de los rostros de Raza o de Gabriel, un tipo con una doble vida policial y personal que es incapaz de abandonar las costumbres y las amistades adquiridas en su etapa como agente infiltrado en un grupo neonazi.

Sin ser un prodigio formal, Informer contiene algunas imágenes interesantes y maneja con prestancia varios recursos que analizaremos a continuación. En ese quinto capítulo, llama la atención el momento de la liberación de Raza, toda vez que se ha cerrado la operación y se ha averiguado que, en su faceta de informante, no ha traicionado al cuerpo de policía. Cuando le comunican que puede marcharse y se le devuelve su pasaporte, Campbell sigue filmándolo como si ese encierro no hubiera terminado. Aprovecha el diseño de la celda (un cristal ahumado, una puerta) para decirnos que estamos ante alguien que jamás podrá escapar de su condición de soplón, que siempre estará a merced de Gabriel o de tipos como Gabriel, que no hay escapatoria posible. De hecho, la realización aprovecha muy bien determinados elementos urbanísticos de los suburbios londinenses -los puentes de paso superiores, por ejemplo- para indicar que los habitantes de esas zonas viven atrapados en una suerte de laberinto del que es casi imposible salir.

También apuntábamos que ya en el primer episodio existía un juego continuado con el foco, que las imágenes oscilaban entre la nitidez que ofrecía una fotografía muy contrastada y esos efectos de distorsión que podía indicar una falta de claridad en el desarrollo de los acontecimientos, una verdad inaccesible a primera vista que iría siendo revelada mediante la acumulación de indicios pero que, en todo caso, nos depararía más de una sorpresa. En definitiva, las imágenes nos alertaban de que no pisábamos suelo firme. Esa inestabilidad no es sino la traslación visual de la zozobra emocional en la que viven inmersos Raza y Gabriel. El primero porque pone su vida en juego cada día: pasa de hacer de correo de la mafia albanesa a jugar a la consola con un yihadista; miente constantemente para alcanzar sus objetivos, no importa si sus añagazas van dirigidas a su familia a sus objetivos; a pesar de sus, teóricamente, buenas acciones, vive sometido a una presión constante que lo lleva a meterse en peleas o a perder una relación y sabe que el día que descubran su verdadera condición pasará la noche en la nevera de la morgue. Otro tanto sucede con su superior, un Gabriel que termina por confesarse adicto a su antigua vida, un tipo que quiere seguir al lado de su familia pero que no puede renunciar a las dosis de violencia y de poder que le proporcionaba estar al frente de una banda de supremacistas que ayudó a desmantelar bajo el nombre de Charlie. Estamos ante alguien sumamente violento, capaz de matar (o inducir a la muerte), de amenazar, de saltarse la ley, de hacer cuanto sea menester para alcanzar un objetivo y salir indemne. Por eso es tan interesante el personaje de Holly Morten (Bel Powley), su ayudante, una joven aprendiz que no duda en apropiarse de los métodos de su tutor profesional y termina por investigarlo, acción que revela, al tiempo, interés por una información que, en última instancia, le concederá poder sobre su superior.

Una cuestión de tiempo

Informer tiene una estructura temporal que puede recordar a títulos como, por ejemplo, Daños y perjuicios (Todd A. Kessler, Glenn Kessler & Daniel Zelman, 2007-2012). En el parte inicial de cada capítulo se hace referencia a un presente relacionado con un tiroteo en el que está involucrada Emily (Jessica Raine), la esposa de Gabriel. Tras esa breve introducción, se volverá la vista al tiempo anterior en el que se sitúa el relato principal, centrado en la desarticulación del grupo terrorista que ha perpetrado ya sendos atentados en Rotterdam y Turín. En cada episodio se nos irán dando migajas de información sobre lo que se supone es el desenlace de la historia (el tiroteo), una manera tan efectiva como tramposa de generar expectación basada en la dosificación de datos y hechos que se le administran al espectador como si de una droga cara se tratase.

Esa conjugación de tiempos aun se torna más compleja en un episodio final en el que se cruza el tiempo del atentado, con el tiempo de la investigación (se funden las dos líneas al son de Let It Grow de Eric Clapton) y al que se suma el tiempo del juicio que tiene lugar meses después de los hechos. Esa conjunción cronológica obliga a los guionistas al uso continuo del flashback para explicar, en ese último episodio, qué es lo que realmente sucedió en aquella masacre en la cafetería. Sin ánimo de desvelarles el nombre del asesino -ni siquiera el de la víctima principal- conviene adelantar que todo es fruto de una casualidad, de un encuentro fortuito que se produce, en primer lugar, porque se dan las circunstancias para que se dé; esto es, tenemos una detallada descripción del modo de vida de las familias que viven en los suburbios y de las dificultades que afrontan en su vida diaria y observamos como, en esas condiciones marcadas por la depauperación, la pedagogía criminal tiene una amplia penetración (lo mismo un máster en organización criminal y distribución de estupefacientes que un posgrado en teología del sacrificio) principalmente porque genera beneficios para aquellos que están obligados a subsistir con trabajos precarios (si es que los tienen). Además, las instituciones (en este caso representadas por los agentes del orden) lejos de preocuparse por la situación de estos ciudadanos se dedican, básicamente, a explotarlos para sacar el mayor beneficio posible. Lo más importante -para mí- del personaje de Raza es su pobreza, su condición de humilde es la que lo sitúa en el punto de mira de la policía y su entorno familiar (emigrantes paquistaníes) favorece su explotación por parte del sistema. Quizá la línea de diálogo que mejor describe todo esto es la que pronuncia la Inspectora Jefe Rose Asante (Sharon D. Clarke): “No necesitaríamos al canario si supiéramos lo que hay en la mina”. La secuencia en la que Gabriel le lleva a un centro de detención de refugiados y le obliga a ‘salvar’ a uno de ellos (a ese se le permitirá quedarse en Gran Bretaña) es un crudo ejemplo de estos desequilibrios geopolíticos que a alguno puede parecerle exagerado pero que forma parte, también, de nuestra realidad más próxima (los CIE).

No nos despistemos. Decíamos que la resolución del enigma no obedece tanto a la reacción causal de un personaje sino a la suma de condiciones más casualidad. No soy fan de lo arbitrario en la ficción y menos en la ficción criminal. Hay que tener mucha mano para que salga bien y Haines y Noshirvani necesitan, en el episodio final, ir hacia atrás en el tiempo para lanzarnos un golpe de efecto tras otro (o recurrir a breves elipsis). La narración se resiente y aunque es cierto que todos los elementos -el caldo de cultivo- para que suceda lo que termina por suceder han sido bien colocados a lo largo de los cinco episodios anteriores, al final todo se antoja entre atropellado y caprichoso (siguiendo la máxima de Jean Claude-Carrière, lo que sucede es inesperado, pero no es inevitable… cuando debería serlo). A nivel de escritura tampoco convence la rápida confesión de Sal Brahimi (Arinzé Kene): no cuadra que alguien que lleva tanto tiempo haciendo de enlace para terroristas y que se acaba de cargar a un policía confiese después de un interrogatorio suave, sin amenazas (o anda escaso de fe, cosa poco verosímil dadas sus amistades, o le da todo igual, actitud poco interesante para un personaje que no sea el Nota).

En cuanto a la construcción de personajes, la figura más endeble es la del padre, Hanif (Paul Tylak), un tipo que roza la caricatura (a veces parece Homer Simpson, ya se hacen una idea) pero cuya conversión al islam en el episodio final nos sirve para reflexionar sobre otros asuntos. Que este señor orondo y descuidado pase de beberse la fábrica de Fuller’s a rezar el Corán con devoción -tragedia mediante- es importante para desentrañar los interrogantes que plantea Informer. Al final, son las acciones llevadas a cabo por los miembros del cuerpo de antiterrorismo las que terminan por sembrar de minas un campo ya de por sí plagado de obstáculos. Mentir o saltarse la ley para alcanzar un objetivo termina siendo contraproducente, conduce a hombres como Hanif hacia la religión y aunque no se especifica si existe radicalismo detrás de su conversión, el entorno que la serie ha descrito lo convierte en un candidato ideal para caer en las redes del ISIS (la destrucción de la familia de Raza es de una crueldad inasumible; una derrota en todos los frentes). En ese sentido, la repetición de una mirada entre dos personajes permitirá a Campbell establecer una rima que evidenciará las trágicas consecuencias que conlleva aplicar cualquiera que sea el medio para alcanzar un fin, sin por ello dejar de reconocer el peligro de la amenaza terrorista y la dificultad para combatirla. Si en lugar de informantes se invirtiera más en educación y en medidas sociales, tal vez los problemas serían otros y tal vez no pagarían el pato siempre los mismos (espero sepan disculparme, la campaña me afecta).

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