Gonzalo Celorio, el 11 de septiembre de 2025, en Ciudad de México. Foto: EFE/José Méndez

Gonzalo Celorio, el 11 de septiembre de 2025, en Ciudad de México. Foto: EFE/José Méndez

A la intemperie

Gonzalo Celorio: armonía ética y estética en la escritura literaria

La concesión del Premio Cervantes al escritor, mexicano y español por origen, nacionalidad, criterios y sentimientos, nos resulta un gran acierto en todos los sentidos y dimensiones.

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Si hay que hablar de un escritor en español cuya ética y estética vitales se trasladen armónicamente a su cotidiana escritura literaria, independientemente del género que escriba, ese es Gonzalo Celorio.

No todos los días tiene la literatura de lengua española contemporánea una buena noticia que cause alegría intelectual y provoque esperanza literaria en la mayoría de las tribus y clanes de nuestras literaturas a lo largo y ancho de la geografía de la lengua, de modo que con la concesión del Premio Cervantes a Gonzalo Celorio, mexicano y español, por origen, nacionalidad, criterios y sentimientos, nos resulta un gran acierto en todos los sentidos y dimensiones.

La estética y la ética van paralelas en la vida y la escritura literaria de Celorio. Su memoria, profundamente intelectual, firmó hace unos años un título ineludible de leer: Mentideros de la memoria (en Tusquets, su editorial de casi siempre). En sus páginas, la memoria de Celorio es musical, porque a música literaria suenan cada uno de los episodios que van a resonar y rebotar en nuestra propia memoria luego de leerlos todos. Hay encuentros intelectuales, cercanías y distancias, criterios más o menos discutibles pero nunca fáciles ni diletantes. Son criterios y recuerdos, dibujos del escritor de hechizos que nunca se olvidan.

El encuentro con Juan Rulfo en su despacho y la posterior exégesis que sobre su impresión hace la memoria literaria de Celorio es único en ética y estética: en este caso es, y eso honra a Rulfo y a Celorio, la verdad de la verdad desvelada por el recuerdo y puesto ahí, negro sobre blanco de la página, para que el lector se deleite con la profundidad de esta escritura memorialista.

Cada página de Mentideros de la memoria está tocada por la magia secreta del verdadero escritor, de ese que cree que no se puede de ninguna manera entrar en la literatura como un elefante en una cacharrería, sino en una cueva sagrada al final de la cual y escondido entre piedras oscuras está el tesoro.

Lo mismo podemos decir de su último libro publicado hasta el momento, muy recientemente, Ese montón de espejos rotos (Tusquets): la misma armonía literaria, la misma estética en los criterios más profundos o en los episodios más banales. Porque Celorio es además pura memoria pasada a fondo por el ingenio literario en cuyos vasos se depura un lenguaje a caballo entre lo mexicano o lo español, entre los dos tonos, las dos sintaxis, las dos tierras, los dos orígenes, siempre armónicos, simétricos en la estética y en su ética.

Leí hace décadas El metal y la escoria (Tusquets) donde la metáfora se vuelve carne cercana, susurro, convencimiento: la narración -y a veces ensayo- al servicio del objetivo, todos los sentidos de la lengua bailando entre el origen y el presente, nada fácil de escribir y familiar cercano de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Ficción al servicio del ensayo de la verdad del mestizaje, esa cosa que a tantos y tantos otros disgusta como si fuera un pecado sacrílego e irredimible, cuando en realidad es la forja de algo nuevo que viene a caminar hacia adelante.

Por ese mismo cauce corren las aguas limpias de Y retiemble en sus centros la tierra (Tusquets), con esa misma firmeza de una prosa tallada en el mundo clásico, en las historias encontradas de una y otra parte. Ese retemblor literario impone al lector avisado una reflexión irrenunciable, que por mero respeto a la tolerancia vamos a ser siempre intolerantes con la intolerancia.

Y luego está la entrañable pieza para piano titulada México, ciudad de papel, que por decoro no puede perdérsela ningún lector interesado en México, su historia y sus coloridos entrecortados, sus fiestas, sus tequilas, sus huitlacoches…

En todas estas piezas que he citado está un escritor siempre haciéndose en cada momento, pertrechándose una y otra vez de materiales de uso diario que el escritor -el deicida- transforma en tesoros literarios que no se encuentran todos los días en las vitrinas de las mejores joyerías de nuestras literaturas.

En cuanto a sus ensayos y criterios en vigor, Gonzalo Celorio es un hombre serio, sólido y profundo, que puede dar lecciones sin muchos esfuerzos a muchos mexicanos y españoles que creen que conocen la realidad histórica de sus pueblos y exigen perdones y genuflexiones a quienes llevan la misma sangre mestiza en la guerra y en la paz, a quienes son precisamente sus antecedentes familiares e históricos, aquellos que llegaron a Tenochtitlan con las naves quemadas y con la idea de no regresar jamás a España para fundar un país, México, al que amamos todos los que lo conocemos.

Y todo eso, Celorio lo realiza con suavidad, lo habla con convicción, lo maneja con soltura, con tequila, vino o mezcal; es decir, con delicadeza estética, ética y armónicamente.