Un hombre juega al ajedrez contra una inteligencia artificial. Foto: Pavel Danilyuk / Pexels.

Un hombre juega al ajedrez contra una inteligencia artificial. Foto: Pavel Danilyuk / Pexels.

A la intemperie

IA, el enemigo en casa

Este sábado en el Festival de cine de Venecia, Guillermo del Toro manifestó su oposición a que una inteligencia artificial alterase su cine, pero ¿puede el autor escapar de la máquina?

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El director cinematográfico Guillermo del Toro, "creador de monstruos cinematográficos", ha sido muy claro en unas declaraciones realizadas hace unos días con motivo del estreno de su última película en el Festival de Venecia: sus películas huirán de la IA porque seguirá tratando de hacer cine lo más artesanal posible.

Esas palabras son también un aviso para navegantes despistados o pícaros galeotes que tratarán, sin duda, de hacer todo lo contrario de lo que pretende Del Toro. El cine como arte hace tiempo que está en peligro, gracias a la multitud de trucos que las tecnologías y los efectos especiales le regalan a los productores para que sus películas sean más baratas, más sofisticadas y asombrosas y mucho más hipnóticas para las masas que siguen viendo cine como si les fuera necesario para respirar.

Y ahora, ya está aquí la IA, el enemigo en casa, lo que significa que guiones y filmes serán filtrados y zarandeados por las más extrañas y nuevas prácticas tecnológicas, sin que en ningún momento el espectador de la película sepa cuál episodio o qué secuencia es la artesanal —la verdadera— o la inventada por la IA.

Si podemos asegurar que el cine en los diez años próximos no será como estamos viéndolo ahora, no podemos decir lo mismo con la llegada en tromba de la IA a los estudios cinematográficos de todo el mundo: será otra cosa que no es la de ahora mismo. Los más pesimistas pensamos que en esa misma temporada de una década, la IA pasará a degüello a la creatividad humana en la escritura literaria, la música y las artes plásticas.

Habrá escritores que se negarán, tal vez durante un tiempo, al uso como apoyo y "ayuda" a su creación artística; habrá pintores, escultores y músicos que prohibirán, por una temporada tal vez corta que la IA introduzca sus juegos nuevos en sus obras, pero —como digo— será siempre una minoría: todos terminaremos arrollados sin contemplaciones bajo esta máquina china que caerá sobre nosotros como una incesante lluvia de misiles.

¿Dónde estará de aquí en adelante la verdadera literatura? La de siempre, sin afeites ni añadidos de la IA, el tan temido enemigo en casa

Nadie sabrá, entonces y desde ahora, qué cosa es original del autor y qué no lo es. ¿Qué dirá el lector de literatura? Como decía hace ya decenas de años Octavio Paz: "cada vez son más, pero leen peor".

El mercado editorial ha impuesto, desde hace mucho tiempo, unas normas y unas leyes que terminan doblegando la honesta voluntad del escritor, quien ni siquiera admite que sobre sus textos hayan actuado las garras de lo que se llaman "correctores de estilo", los cuales acaban empeorando con creces, y hasta destrozarlos, los textos literarios que se corrigen en los salones editoriales.

Esa clase de censura, más la del propio mercado —que busca historias fáciles, legibles, de leer y tirar— y que induce al autor a estar pendiente de un lector inexistente que le dice, mientras escribe, lo que debe o no debe escribir y cómo escribirlo.

Y ahora llega el gran facilitador, la bruja que lo arreglará todo. Sin apenas esfuerzo, una vez que se sepan manejar los mandos y los mecanismos que hacen caminar sobre el texto artesanal a la IA, tampoco sabremos qué es una cosa ni otra, de quién es la frase que acabo de leer, si del autor real o del que maneja la IA.

Todo será un fraude, si no lo está siendo ya, porque el ritmo de las mentes que fabrican la IA y ponen a punto sus válvulas y caballos es mucho más rápido que el nuestro, el de los escritores artesanales que ya hicieron "el sacrificio" de acceder al teléfono móvil y al ordenador, ese aparato del que no pueden prescindir y sin el que no pueden tampoco escribir.

Hace años, García Márquez me preguntó de repente si usaba "laptop" para escribir. Era la primera vez que había oído esa palabra, profundamente extraña entonces para mí y me quedé sin palabras, no supe qué contestarle.

Todos terminaremos arrollados sin contemplaciones bajo esta máquina china que caerá sobre nosotros como una incesante lluvia de misiles.

"Computadora, hombre, computadora", me ayudó entonces. Le dije que todavía no utilizaba ese cachivache. Entonces me dio una teórica muy ordenada sobre el tiempo que íbamos a hacer los escritores perpetrando nuestras novelas y cuentos antes o después del uso del "laptop". "Con "laptop" en tres años tienes escrita una novela; sin "laptop" tardarás lo de siempre, unos siete". Era un aviso.

Desde entonces a hoy, el número de novelistas y cuentistas ha crecido exponencialmente en todo el mundo y cualquiera quiere ser escritor de novelas que, con toda sinceridad, no añaden nada nuevo, pero sí malo a las literaturas del mundo entero.

¿Cuánto tardará un novelista tramposo y pícaro en escribir una novela al estilo de cualquier escritor que le venga en gana si utiliza sobre el texto todos los mecanismos que va creando la IA y facilitan el fraude con suma facilidad y mínimo esfuerzo? Y ¿dónde estará de aquí en adelante la verdadera literatura? La de siempre, sin sospechas, sin afeites ni añadidos de la IA, el tan temido enemigo en casa.