
'Capas de la Reina (Poema de la Tierra)', de Néstor de la Torre. Foto: Wikimedia Commons
Néstor de la Torre, el síndrome de Stendhal en el Reina Sofía
La antológica que acoge la pinacoteca madrileña contrasta con la injusticia de que el pintor canario no tenga el reconocimiento que se merece en su propia ciudad.
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Hay una inmensa antológica de Néstor de la Torre [Néstor Martín-Fernández de la Torre] (Las Palmas de Gran Canaria, 1887 - 1938) en el Reina Sofía, en Madrid. Y me ha vuelto a ocurrir lo mismo que con Millares en el mismo museo: hizo aparición en mí, como espectador pasional y aunque fuera por un par de minutos, el síndrome de Stendhal: la belleza pura y perfecta de su obra plástica.
Con Millares, en la antológica del Reina Sofía de hace ya bastantes años, tuve el privilegio de estar solo durante una hora, en horario cerrado al público, observando maravillado la obra del Goya del siglo XX español. Confieso que esa sensación de la belleza terrible de las arpilleras de Millares para mí solo durante una hora me provocó una temblorosa ingravidez que ahora he vuelto a sentir.
Esta vez tenía un handicap: había público paseándose por la sala y observando las obras de Néstor, ese líquido flotante, agua verde mar retratado por el artista, la estética del joven modelo nadando quieto boca arriba, dejándose llevar por la caricia totalitaria del agua marina; esa joven sirena trotando submarina, nadadora de fondo, esos colores y ella bailando entre las invisibles corrientes del agua verde mar: la expresión perfecta de un perfecto poema de sangre modernista, antes y después de una plástica que antes distinguía el sexo de los ángeles bañándose en el océano —uno u otro— y después lo convierte en indistinguible a los ojos del espectador ingenuo.
Digo que había público examinando de pasada los cuadros de Néstor, pero eso no fue obstáculo para que el temblor estético subiera por mi espalda hasta llevarme esa belleza al éxtasis de sentirme solo en la exposición del Reina Sofía. Y ahí yo, casi hablando con él: con el gran Gustavo Durán: el modelo perfecto, el amante pasional de Néstor; el adolescente Gustavo Durán, un hombre entero.
La vida real de Gustavo Durán es una leyenda grande y genial que no les voy a contar hoy. Eso sí, les recomiendo la lectura, a quienes les interese, de una muy muy buena novela de Horacio Vázquez-Rial, diría que la mejor de las suyas que llevo leídas: El soldado de porcelana. Tengo para mí que esa novela debía de haber tenido mejor suerte, pero una crítica reacia en aquellos momentos a entender la vida tal como era fue siempre y sigue siendo ahora un obstáculo insalvable, además del despiste general de los lectores verdaderos o falsos.
La maldición del olvido
Si hablo así de Gustavo Durán es porque ya lo había conocido antes en algunas de las obras que ahora se exponen en el Reina Sofía. Me explico. En la ciudad en la que nací (y nacieron Néstor y Millares), Las Palmas de Gran Canaria, hubo un día un museo dedicado a Néstor y a su obra. Era para mí un lugar sagrado de peregrinaje cada vez que iba a mi ciudad natal. Una hora conversando solo, extático, entregado a un soliloquio de placer que me exigía seguir hablando conmigo mismo mientras me abismaba una y otra vez en el Poema del Mar o el Poema de la Tierra, Néstor puro, en colores y deleite.
Y allí, quieto, rodeado de público turístico a quien un parlanchín guía le cantaba cuatro boberías típicas que se llevarían de aquella catedral sagrada como si Néstor no fuera más que un pintor de almanaques de raigambre local. Tal era ya la incuria, pero ahora ha llegado a la culminación: la desidia y el olvido total. Ese gran mausoleo vivo de Néstor lleva cerrado en Las Palmas de Gran Canaria más de siete años. Entre burócratas, políticos de bolsillo, ridículos analfabetos y una élite social a la que todas estas maravillas eternas le importan nada, el Museo de Néstor lleva cerrado siete años.
Ir al Reina Sofía a ver la antológica de Néstor ha representado para mí un activo de venganza y vindicación personal. Finalmente, la incuria, la desidia y el analfabetismo galopante de la élite influyente de mi ciudad no me han podido separar de mi amistad con Néstor, con Gustavo Durán, con las sirenas del artista y con los colores del mar en que se bañan y de la tierra en la que respiran. Deseo vivamente una reparación urgente al atropello civil que significa tener siete años cerrado el museo de un genio de la plástica universal.
Si hubiera nacido en París o en Barcelona gozaría en esas ciudades llenas de luz de un mausoleo abierto al público y de un reconocimiento general y mundial. Esa es mi pena hoy: hay que saber nacer donde te vayan a querer y no donde te olviden y te ignoren. Pero, en fin, entiéndanme: me vuelve y me conmueve el síndrome de Stendhal. Tampoco Millares tiene en mi ciudad un museo, una fundación, algo que sustente el recuerdo del genio en sus obras. Vayan a ver la exposición de Néstor al Reina Sofía, está abierta hasta septiembre, pero no la dejen para después del verano: la recompensa es el placer de la belleza. Los avisados, aunque sean pocos, verán que tengo razón y que no exagero nada.