William Faulkner en 1954. Foto: Carl Van Vechten

William Faulkner en 1954. Foto: Carl Van Vechten

A la intemperie

Volver a Faulkner

Cada noche que escribía, el escritor necesitaba whisky, tabaco, lápiz y papel para marcharse al mundo que estaba inventado paso a paso 

14 junio, 2023 02:16

Volver a Faulkner es regresar una vez más a Yoknapatawpha, en el profundo sur de los Estados Unidos. Pero es, sobre todo, volver a la novela de los años 30 del siglo pasado, en plena recesión, una época en crisis que dio a novelistas extraordinarios que provocaron un giro en el entendimiento de este género literario: John Dos Pasos, Hemingway, John Steinbeck, Scott Fitzgerald.

Hace tiempo me preguntaron en una universidad española cuál era el escritor más inteligente que había leído. Entonces señalé sin dudarlo a William Faulkner, que había inventado un mundo de ficción sobre un papel y escribiendo con un lápiz. Ahora vuelvo a releer algunas de estas páginas eternas y, al regresar a Yoknapatawpha, la encuentro exactamente igual: genial, cruel, bellísima.

Retrato de una época que marcó una huella de hierro en la vida del llamado mundo real, la Historia con mayúsculas. También me preguntaron otra vez cuál era el cuento de Faulkner que más me había gustado. Aquí tuve más dificultades “técnicas”, pero al final no lo dudé, como no lo dudo ahora, al regresar a Yoknapatawpha en este peregrinaje literario que es la tele Tura de un autor clásico y eterno: El oso, contesté entonces y repito ahora.

['Luz de agosto', de William Faulkner: canción triste del profundo sur]

Whisky, tabaco, lápiz y papel. Estos son los cuatro elementos que Faulkner necesitaba cada noche que escribía para marcharse al mundo que estaba inventado paso a paso, con la paciencia que da el sur de aquella tierra y un inmenso talento literario. Muchos estudiosos han escrito sobre el origen del nombre de Yoknapatawpha, el condado en el que se llevan a cabo las novelas y muchos cuentos de Faulkner.

Hay quien ha escrito que lo más probable es que, una de esas noches del escritor dipsómano, llenas del calor del alcohol y llevado por la mano de la literatura, Faulkner se quedará dormido sobre el papel luego de garabatear un nombre ilegible para la secretaria que, al día siguiente, cuando pasó el texto a la máquina de escribir, no supo traducir sonó como Yoknapatawpha. Bendito detalle, en todo caso, como afirmaba Nabokov.

Los detalles son la vida misma de la novela y ahí, en ese recóndito rincón de la escritura literaria, está el corazón que nunca deja de soñar con un mundo distinto al real al que vivimos, en el que sobrevivimos como podemos, convenciéndonos de que somos libres aunque, en realidad, en una u otra dimensión, seamos sirvientes y hasta esclavos de la tiranía de la vida, del drama humano de la existencia.

Porque de eso, de drama y tragedia clásicas, está llena la escritura faulkneriana y por eso, porque habla de nosotros en cualquier tiempo, las relecturas de las novelas de Faulkner son siempre una epifanía renovada, un juego de luces y oscuridades, un camino lleno de túneles al fin al de los cuales no hay ninguna luminosidad que nos espere, sino los pensamientos trágicos y las vidas de personajes que no son más que juguetes rotos del azar, de la necesidad y, tal vez, de las sincronicidades de las que hablaba Jung.

Las relecturas de las novelas de Faulkner son siempre una epifanía renovada, un juego de luces y oscuridades

Santuario, la gran novela de Faulkner, fue traducida al español por el novelista y periodista cubano Lino Novás Calvo, inmediatamente después de que se publicara en inglés en los Estados Unidos. Poco tiempo después, la traducción de Novás Calvo, que también tradujo al español El viejo y el mar de Hemingway, apareció en una colección de la Editorial Austral que tuvo, durante décadas, el marchamo de un canon ideal, Áncora y Delfín.

Novás Calvo era, igualmente, un gran cuentista y novelista, muy influido por la novela norteamericana de la época, pero gran conocedor de la literatura clásica, griega y latina. Escribió una gran novela, Pedro Blanco, el negrero, que de vez en cuando regresa al lector en una nueva edición que resulta felizmente interminable.

[William Faulkner: 'Mientras agonizo', retrato de una tierra baldía]

Hay algo en Faulkner que es determinante en su pensamiento literario y que lo convierte en un escritor de resonancias bíblicas, como lo es Steinbeck: no dudan en usar las sentencias que suenan a música profundamente sagrada, venida de los viejos siglos en los que los únicos libros que existían de verdad eran los libros sagrados. Tengo para mí que esa sacralidad, escondida en el alma de cada una de sus novelas, hace de Faulkner un evangelista literario del mundo contemporáneo.

Algunos críticos y especialistas universitarios y académicos dicen, a veces con la boca torcida, que la literatura narrativa de William Faulkner “está de capa caída”. Con certeza intelectual, no lo creo. Las novelas que atan historias humanas, tragedias constantes (las que vivimos de una u otra manera), épocas críticas de la Humanidad; las historias de ese género crean personajes y situaciones semejantes a la vida que vivimos y sufrimos semejante a esa noche que llamamos tragedia. Y eso, como vemos y recordamos cada vez que leemos las novelas de un gran novelista, nos da la impresión de que no se va a caber nunca, sino que la historia se repite llevada al desastre por imbéciles llenos de ruido y furia.

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