Maquiavelo retratado por Santi di Tito

Maquiavelo retratado por Santi di Tito

A la intemperie

El valor del pensamiento abstracto

Hoy en día, la mayoría de los ensayos que se publican son enumerativos. Ya no hay un Maquiavelo, sino aprendices de Maquiavelo

20 abril, 2022 02:22

De vez en cuando hago una descubierta intelectual, abandono mi zona de confort en la lectura, la poesía y la narrativa, y me atrevo a sumergirme en las aguas turbulentas del ensayo contemporáneo, bastante distinto a lo que entendemos por ensayo desde que este género se inventó en la filosofía. Mi experiencia personal como lector del ensayo que se publica hoy en día, con la publicidad que se añade al hacer creer que en sus páginas se descubre un nuevo e insólito Mediterráneo, es decepcionante.

Por regla general, el autor ha escrito un texto de charlatán de feria con el que quiere demostrar sus conocimientos profundos sobre lo que escribe. Pero ya se sabe que un ensayo no es una enumeración acumulativa de hechos, fechas y nombres, sino una construcción intelectual llena de pensamientos abstractos que desvela una nueva tesis sobre lo que se escribe y compone y propone un nuevo campo de debate y discusión.

Si alguien quiere demostrar que la Ilíada está escrita por un hombre y, sin embargo, la Odisea está escrita por una mujer, tendrá que mostrar y demostrar su tesis e incluso dar el nombre de la escritora. Nausícaa, por ejemplo. No basta con enumerar mis conocimientos sobre el griego homérico, sino, sin charlatanería alguna, demostrar las diferencias de ambas escrituras, suponer otra conclusión y decidirse, basándose e inventando pensamientos abstractos, a crear otra tesis distinta. La convencionalmente aceptada. Por eso hay ensayos que crean escuela y se discuten académicamente durante siglos y otros, débiles en sus presupuestos y consecuencias, se apagan como una estrella que tal vez nunca debió tener luz.

Hoy en día, la mayoría de los ensayos que se publican son enumerativos. Es decir, enumeran los hechos sobre el asunto, descargan información “sobre el tema” y se consuelan con lo que demuestran que han estudiado y que saben cediéndole al lector el resultado de su sabiduría. Pero hoy en día, esa información exhaustiva ya no se estudia con esfuerzo profundo en las bibliotecas más exigentes y en las enciclopedias de la sabiduría, porque las nuevas tecnologías facilitan cualquier dato sobre cualquier asunto y evita años de trabajo al ensayista que lo que quiere es sentir la euforia pública del pensador que él mismo cree que hay en él.

De modo que, hoy por hoy, algo de truco hay en el ensayo, sobre todo si se conforma con trasladar de los programas tecnológicos toda la información que necesita, la enumera por escrito y la deja ahí, a la intemperie, como si hubiera descubierto de nuevo América.

Hoy no encuentra el lector un ensayo contemporáneo sobre, por ejemplo, el poder y la fascinación que ejerce sobre el ser humano, con la profundidad de El Príncipe, que empieza siendo una enumeración de consejos para el político y termina garabateando también las hipótesis del futuro de ese poder, sea del tiempo que sea. Quiero decir: ya no hay un Maquiavelo, sino aprendices de Maquiavelo que se aventuran a repeticiones históricas y perpetran su truco actualizando los datos que facilitan rápidamente los mecanismos de las nuevas tecnologías.

De ahí la afluencia de maquiavelitos y charlatanes al mercado, a vender sus productos como se venden las lechugas y los calcetines. O los chorizos, tanto da. Y lo peor es que los medios informativos, contaminados por la publicidad de ese mismo mercado, ayudan a la confusión jerarquizando al alza un talento mediocre y premiando al más torpe de la clase, aunque el más popular, con el galardón de “crítico de primera serie”.

Falla la verdad, la honradez profesional, el esfuerzo intelectual, la misma escritura, que en Maquiavelo es bellísima y en los charlatanes es simple material de escribidor profesional. Ya no interesa el pensamiento abstracto, esa categoría tan cansina a estas alturas, ni la verdad. Interesan las mayorías, las masas absurdas y animalizadas que dan el poder y lo quitan con el mismo resultado de vez en cuando, cada cierto tiempo, para parecer que todo cambia aunque nunca cambie nada, según enseñanza del sobrino del príncipe De Salina en la novela de Lampedusa.

Interesa, sobre todo, la ceguera de esas masas y la facilidad con la que se les engaña. Interesan la banalidad y la constante perversión del valor de la imagen, como consecuencia de la publicidad y el bombardeo de la propaganda. Parece no haber tiempo para inventar una nueva forma de pensar que se sustente sobre la antigua, sobre aquella que convertía al autor de ensayos en un sabio o en un filósofo, en todo caso un creador de pensamiento, un creador de escuelas, lo que siempre entendimos por un ensayo: un texto escrito que nos desvela algo que estaba escondido en el agujero oscuro que es a su vez otro descubrimiento para una nueva vida y un nuevo mundo.

Ahora, a la chapuza se le llama brillantez porque el tal ensayo aparente, sólo aparenta, sabiduría. Pero, pregúntenselo ustedes también, ¿qué añade? Nada. O, por ser benévolo por una vez, casi nada.

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