El Cultural

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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Un vivo olor a milagro

Miles y miles de lectores hacen cola en la puerta de la FIL para entrar a ver libros, a comprarlos, ojearlos, hojearlos y hacerlos suyos. Huele, pues, a milagro. Laico, pero milagro

11 diciembre, 2019 09:55

Cuando se abren las puertas de la Feria Internacional del Libro, todos los años a finales de noviembre, en Guadalajara, México, se produce el milagro: el milagro se huele, se palpa, se ve. Miles y miles de lectores, preferentemente jóvenes, hacen cola en la puerta del recinto ferial para entrar a ver los libros, a comprar libros, a ojear libros, a hojearlos y hacerlos suyos. Huele, pues, a milagro. Laico, pero milagro. El visitante avisado se sorprende, sin embargo, de estas multitudes que como seres hambrientos pagan para entrar y pagan los libros que compran. Digo miles, y son cientos de miles, aunque ustedes no se lo crean. Tuve que salir dos veces del recinto lleno de gente y libros porque la multitud, entretenida en la pasión de los libros, cumplía con el milagro anual de la FIL que hacen posible, entre otros, los 31 trabajadores y la cúpula de la Fundación de la Universidad de Guadalajara: 2 hombres y 29 mujeres, dirigidos por Raúl, el fabricante laico de este milagro. Tuve que salir del recinto agobiado por la gente, apelotonada, detenida, embebida en los libros a lo largo y ancho de todo el espacio de la Feria, sin apenas dejar caminar a nadie.

Del otro lado de la calle, el Hilton, el Hollywood en cuyo lobby se pasean los escritores elegidos para la gloria de la FIL durante una semana. Ahí está Sunset Boulevard, empavonados ellos, empoderadas ellas: pasan por ahí, y pasean, más de seiscientos escritores de toda laya, condición y clase, sin distinción de nacionalidades ni razas, ni religiones: escritores. La visibilidad de las mujeres es obvia y aquí nadie puede discutirla, pero, de todas formas, hacen arte de presencia pública en algunos actos feministas muy pacíficos. Aquí ni hay guerra ninguna, y el lobby de los abrazos es un albero abierto donde todo el mundo se quiere y todos los escritores se aman como nunca. ¿Es o no un milagro? Alberto Ruy Sánchez y yo mismo presentamos The night, con el autor presente, Rodrigo Blanco Calderón. A Rodrigo lo invitan a otra mesa de escritores latinoamericanos, y una de ellas, de las que intervienen, de la que no recuerdo bien el nombre, despotrica de todo: desde su familia hasta el capitalismo. Dice, por ejemplo, que ella tiene certeza de ser de izquierdas desde antes de nacer; y que mantiene vivo un recuerdo de cuando tenía ocho meses y su abuelo de aprovechó sexualmente de ella. ¡Gran memoria la de la chica! ¿No es un milagro? Remata la jugada haciendo un elogio del chavismo venezolano, que desea para toda América y todo el mundo, y Rodrigo Blanco no tiene otro remedio que intervenir: le lleva la contraria y le habla de la realidad de Venezuela y de la farsa del chavismo y el madurismo. Le advierte del peligro que está en jugar con frivolidad con las cosas de comer y la política. Ella, la escritora, se siente indignada y acosada. Y grita: "¡Machista, eres un machista!". "¡Aplaca, Señor, tu ira, tu justicia y tu rigor!", exclama Tirma Rejón, la Roja, desde una página perdida de la novela que estoy escribiendo en estos tiempos revueltos.

En la salida reservada dentro del recinto ferial para los escritores que vanos a intervenir de inmediato, nos atienden los meseros con una amabilidad y rapidez insólita: agua, café, té, refrescos. Frente por frente de mí, en un mullido sofá está Siri Hustvedt, la escritora Premio Princesa de Asturias 2019. Gran señora, gran escritora, gran mujer, con una educación y armonía dignas de respeto. Le digo que fui miembro del jurado que le concedió hace unos años el mismo galardón a su marido, Paul Auster. Me extiende la mano en señal de amistad. Y está la editora Elena Ramírez, de Seix Barral, irradiando belleza e inteligencia. No todas las mujeres, ni mucho menos, tiene que vociferar para hacerse visibles: somos nosotros, los escritores, los que somos invisibles al lado de su inteligencia. Hablo con Enrique Krauze, que me cuenta leyendas del tiempo de Maximiliano y me confirma que sí, que conoció mucho a Mercedes Pinto, "Doña Mercedes", que le dedicó un libro con la siguiente letra: "A Enrique, que quisiera que fuera el hijo que perdí". "Juan Francisco", le digo, el hijo que murió en la travesía de Lisboa a Montevideo, cuando huía de la España de Primo de Rivera, que le había desterrado a Fernando Poo por el escándalo público que organizó sin querer el leer, en las inauguración del curso universitario de Madrid, un texto titulado "El divorcio, medida terapéutica para la sociedad". ¡Año 1924 en España! Ella sí era una mujer entera, libre, valiente, como Carmen de Burgos, que le había dejado su lugar para que leyera precisamente aquel texto sobre el divorcio que ha hecho historia en España.

Guadalajara da para todo. Se hace de todo, se está en todo: el cansancio llama al descanso, el descanso al fruto y al recuerdo del ayer inmediato. Una fiesta.

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