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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Una foto de Lowry

Malcolm Lowry, sumido en la demencia alcohólica del mezcal, escribió una novela única: Bajo el volcán

21 agosto, 2019 09:59

Encima de la chimenea de mi casa en la sierra de Madrid hay una foto de Malcolm Lowry. La observo todo el tiempo, con la televisión cancelada para todo lo que queda de verano. La examino con detalle varias veces: blanco y negro, viejo papel de una revista norteamericana (tal vez Village Voice, en uno de aquellos antiguos números suyos, tan espléndidos); el hombre está tendido, cómodo, sobre una hamaca y no sé, por fin, si mira a un horizonte fuera de cámara, absorto en el paisaje, o si lee un libro que tiene en sus manos. El tipo está tranquilo, muy relajado, e imagino su mirada larga y su reflexión imaginativa, tan literariamente benéfica. Esa foto me da pie a muchos pensamientos, muchos cuentos no escritos que imagino en la vida de Lowry, tan excesivo, tan espléndido, tan perdido dentro de sí mismo, en esa fotografía escrita que es Bajo el volcán.

Una vez en Cuernavaca, un grupo de escritores seguimos durante el día la huella de Lowry en aquel pueblo que dio lugar a su gran novela. Hubo debates, discusiones, citas imaginarias en este bar o en la otra cantina con el escritor que, según algunos de los que nos acompañaban, había escrito la mejor novela mexicana del siglo XX. Yo no las he leído todas, por supuesto, y no puedo asegurar que sea de las mejores, pero puedo asegurar que Lowry es un gran escritor gracias a esa novela, porque esa novela es una gran novela. Semprún y Cabrera Infante se pasaron años tratando de descifrar ese Aleph literario para convertirlo en un guión cinematográfico y nunca lo consiguieron. Más tarde dos o tres jóvenes estudiantes de cine lo intentaron y abrieron la caja del secreto, aunque la película no fue muy allá en las cosas del arte.

En el viaje por Lowry en aquella Cuernavaca de hace veinte años, pensé en la tragedia dipsómana del Cónsul Firmin, su demencia alcohólica, su locura de amor por Ivonne, su impotencia política ante el avance de los cristeros y el fascismo. Y la guerra de España en la cercanía sentimental. No es una novela fácil de leer, y seguramente, por lo que he visto en las dos biografías de Lowry que he leído, tampoco fue una novela fácil de escribir. Al contrario, fue un calvario mezclado con excesos de mezcal; fue una novela que me obligó, por necesidad literaria, a enfrascarme una temporada en tragos y tragos de botellas de El gusano de oro, un mezcla vulgar y barata que, paradójicamente, fue el principio de mi retirada definitiva de los alcoholes que me habían acompañado hasta ese momento en mi vida.

Me he preguntado un montón de veces por el talento literario e intelectual de Lowry, aparentemente fragmentario en sus resultados, pero trágico hasta más allá del corazón, clavado en el alma del ser humano solo ante su propio peligro de vivir, sufrir y hacer sufrir. Me he preguntado siempre por el valor del alcohol en la historia literaria del ser humano. El alcohol como motor del talento para escribir: he visto, mucho más acá de Andrómeda, borrachos que han querido ser escritores pero que eran solamente borrachos. Han aparecido bajo los fotos en el centro del escenario, oyendo un aplauso imaginario y jugando, encima de las tablas y la farsa, a histriones universales cuyo tatuaje se queda para siempre en la memoria de los hombres. He visto talentos literarios aplastados por el alcohol y tirados en el arcén de la literatura, en una esquina del bar de la vejez llorando la injusticia de la vida y el desdén con el que el mundo ha tratado su trabajo. He visto borrachos en este mismo mundo de todas las especias: genios verbales que con tres tragos en el cuerpo sueltan una retahíla de maravillas, palabras nuevas, poemas inventados, secretos de las mismas palabras que se pronuncian; los he visto erguidos por la euforia que produce la costumbre diaria de beber ron o cualquier otro alcanfor que los vigoriza y les suelta la lengua. Los he visto triunfar en las tertulias, en los bolos de las universidades más importantes del mundo, pero no los he visto ganarse la mitad de la eternidad escribiendo un poema inolvidable, ni los he visto ganarse el pulso que se echan a sí mismos con un cuento de esos que empiezan y terminan sin que el lector se dé cuenta de que ha leído solo un cuento y nada más.

Sin embargo, Malcolm Lowry, sumido en la demencia alcohólica de la ginebra y el mezcal, escribió con sangre en el alma una novela única en México y en el mundo. Una novela que convirtió en respeto para siempre las risas de una época contra el borrachito que escribía textos incomprensibles. Ahí está la vaina: mucho respeto para el viejo borracho. Gloria al escritor de Bajo el volcán. Escritores, échenle un pulso, a ver si pueden.

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