Image: Marcel Dzama, a 33 revoluciones

Image: Marcel Dzama, a 33 revoluciones

Exposiciones

Marcel Dzama, a 33 revoluciones

Dibujando una revolución

3 noviembre, 2017 01:00

Vista de sala

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 7 de enero

Es una exposición sin comisario en la que el propio Marcel Dzama (Winnipeg, Canadá, 1974) parece haber participado activamente. También la galería que le representa desde 1999, David Zwirner, y que presta la mayoría de las piezas expuestas, complementadas con conjuntos menores de obras que aporta Helga de Alvear -quien le organizó una exposición en 2013- y las galería Sies + Höke de Düsseldorf y Magnus Karlsson de Estocolmo, ambas con convenios de representación otorgados por Zwirner. Una exposición, por tanto, de mercado, que actualiza la celebrada en el CAC Málaga en 2012. Casi toda la carrera de Dzama ha estado en manos de este poderoso galerista, que le descubrió cuando tenía 24 años y le colocó de inmediato en una primera línea que le sigue viniendo grande. Después, su popularidad se ha visto afianzada por encargos de músicos muy conocidos como David Byrne, Bob Dylan, Beck o Arcade Fire, para los que ha hecho portadas de discos y vídeos, y el año pasado colaboró con el New York City Ballet, diseñando la escenografía y el vestuario para The Most Incredible Thing.

¿Cuáles son sus méritos? Marcel Dzama es un buen dibujante, enmarcable en una tendencia que se ha bautizado como faux-naïf (falsa ingenuidad), con suficiente imaginación y talento compositivo para ser un estupendo ilustrador. Cayó en gracia en un momento, a finales de los noventa, en que el dibujo se estaba poniendo de moda entre comisarios y galeristas, y en el que iba creciendo una ola de infantilismo en el arte que hoy sigue bien alta. Convenía aportar, eso sí, para lograr la aprobación de la crítica, un toque de perversión, de subversión y/o de culteranismo, algo que Dzama supo hacer muy bien. Veinte años después, nadie le disputa su reinado en este territorio y, sin embargo, esta presentación de su obra reciente revela a las claras algunas debilidades. Está claro que Dzama ha ido construyendo a lo largo de los años una iconografía que, a pesar de los muchos préstamos, puede llamar suya, y un estilo muy reconocible y atractivo. Son especialmente notables sus composiciones con base geométrica, que llegan a ser calidoscópicas y que le sirven para organizar una abundancia de figuras en disposiciones coreográficas, las cuales unas veces recuerdan al vanguardismo ruso y otras a los ballets acuáticos de Esther Williams.

Vista de sala

Las citas artísticas son cada vez más frecuentes. Aquí encontramos a su idolatrado Marcel Duchamp, a Oskar Schlemmer -determinante en toda su aproximación a la danza-, a Francis Picabia, a Max Ernst, a Joseph Beuys… pero también, por extenso, a Goya, y hasta a Correggio (en un dibujo que versiona su Júpiter e Io) o a William Blake. La película Un baile de bufones, a la que se dedica una de las salas, bebe muy directamente del lenguaje cinematográfico del director Guy Maddin, que es amigo y paisano suyo, con sus filtros de color y sus homenajes al cine mudo. Todo tiene un buscado aire retro, apenas siniestro; incluso el característico cromatismo de Dzama, que hace pensar en los cómics antiguos. El simbolismo de sus figuras es ambiguo y fluctuante, y no sirve de mucho intentar encontrar pistas en los títulos porque a veces los toma de las letras de las canciones que escucha mientras dibuja. Así que es difícil saber exactamente qué quiere transmitir.

Ahora llama a la revolución, que será, dice, femenina. Pero, una revolución ¿contra qué? "Un baile de resistencia" ¿a qué? Estrella de Diego, que comisaría la exposición vecina a ésta en La Casa Encendida, sobre Anna Bella Geiger, relaciona en su texto para el catálogo de Dzama todo este imaginario con el del carnaval insurgente y liberador. Cada cual sentirá el impacto de la obra según su sensibilidad: yo veo más bien un baile de disfraces bastante inofensivo en el que las mujeres enarbolan metralletas y arcos como elementos de attrezzo en la representación. La obra tridimensional, sobre todo los dioramas, mantiene ese tono teatral y añade el aire de caja de juegos. Y la "monumentalización" de los dibujos, que han saltado a una escala mayor y a la pintura mural, le ha sentado mal a su grafismo, que pasa de delicado a desmañado.

@ElenaVozmediano