Image: Anne-Marie Schneider, rebasando la línea

Image: Anne-Marie Schneider, rebasando la línea

Exposiciones

Anne-Marie Schneider, rebasando la línea

Anne-Marie Schneider

20 enero, 2017 01:00

Sin título (Tríptico), 2012

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 20 de marzo

En un primer recorrido, la exposición que Anne-Marie Schneider (Chauny, Francia, 1962) presenta podría entenderse como el desarme de un amplio cuaderno de notas que habría viajado hasta hoy desde finales de los ochenta. La línea se convierte en la unidad mínima compositiva, evidenciándolo en un dibujo de 1991 que reúne el texto referido a la negación del punto gramatical -el sin origen y sin objetivo al que alude Jean-François Chevrier en el texto que cierra el catálogo de esta muestra-. Ese dibujo funcionará como libro mínimo de instrucciones para un trabajo que irá extendiendo su campo de acción a medida que avanza la década de los noventa y, tras la inicial búsqueda de una tímida convivencia línea- color, termina por desembocar en una relación coprotagonista que quiebra el anterior orden jerárquico.

Esta relación se afianza sobre el papel, pero también cuando el soporte se amplía a lienzos y películas que a priori podrían interpretarse como un ejercicio de ruptura del montaje con la regularidad monótona, pero que sin embargo, releídos detenidamente aportan una serie de claves a la hora de entender el proceso de su dibujo. Entre ellas destacan la manera despreocupada con que son filmadas en super 8 acciones cotidianas, o la inserción intercalada de breves animaciones y planos en los que la cámara efectúa un movimiento impaciente, negándose así a que la acción provenga únicamente de lo filmado. Todo ello habla de esa fuerza expresiva de la línea, pero aparece una gran carga simbólica del color, que se consolida en series como La bella y la bestia (2009).

No falta la celebrada serie de dibujos para la Documenta X, referida al desalojo en 1996 de unos "sin papeles", refugiados en la Iglesia de Saint-Bernard en París, que supuso para ella un punto de inflexión dentro de su trabajo, pero también de su presencia internacional. Daba la sensación de que lo narrativo apelaba hasta ese momento a un universo netamente autobiográfico, sin la intervención explícita de lo político. Sin embargo, no puedo evitar recordar el quiebro temático protagonizado por Zoran Music, que en medio de su actividad como paisajista, rompió tras casi tres décadas el silencio acerca de su paso por el campo de concentración de Dachau con su serie Nous ne sommes pas les derniers para, acto seguido volver a sus paisajes desérticos que él relacionaba estrechamente con la vida. En el caso de Music, esas series serán reveladoras por la relación que establecen con el antes y el después. Lo mismo ocurre con Schneider y, a partir de lo ocurrido en la Iglesia de Saint-Bernard, cuando ningún gesto previo o a posteriori podrá leerse como algo aleatorio. La profunda carga irónica de sus películas, el diálogo entre la abstracción lírica y el expresionismo, patente en la deformación y exageración de las extremidades humanas o en la aplicación reciente de un color que destaca por lo matérico, así como el dibujo generado al incidir sobre esas masas monocromas, determinan un doble juego entre la intencionalidad y una improvisación aprehendida basada en un claro saber hacer.

El resultado es una de esas exposiciones de mínimos, sin artificios, que seduce al espectador lento, al que recorre las salas saboreando el conjunto en los intervalos del muro en que la línea se interrumpe. Nada más sutil que una exposición en que la tensión no fluctúa, sino que se mantiene sin desembocar en algo sentencioso.

@AngelCalvoUlloa