Image: Universo Madoz

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Exposiciones

Universo Madoz

Chema Madoz

15 mayo, 2015 02:00

Sin título, 2014

Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 2 de agosto.

Chema Madoz (Madrid, 1958) es Premio PHotoEspaña (1998), Premio Nacional de Fotografía (2000), Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid, modalidad de Fotografía (2012). Ha expuesto en el Museo Reina Sofía, en el Pompidou y en museos de medio mundo. Hay más de una docena de libros importantes sobre su obra y esta se ha revisado puntualmente: en 2000 en el Reina Sofía, en 2006 en la Fundación Telefónica y en 2015 en esta muestra que ahora comentamos (la primera vez comisariada por Catherine Colemann y las otras dos por Borja Casani). Es decir, Madoz es ya un clásico. Sus exposiciones constituyen un éxito asegurado de visitantes y sus fotografías son reconocibles por un público amplio. Ha creado escuela: puede detectarse su influencia en jóvenes fotógrafos (si bien no veo que ninguno de ellos haya logrado la limpieza de sus imágenes).

El riesgo de lograr esta categoría con menos de 60 años y una aparente buena salud es que el resto de su trayectoria sea una mera repetición de los registros que le han conducido al éxito. Por mi parte, espero que asuma ese riesgo. Lo puede hacer. Porque si algo me parece innegable a la vista de esta exposición, que recoge su obra de 2005 hasta hoy, es que no ha caído en el manierismo ni en la repetición, que su mirada sigue siendo tan lúcida como el primer día. No se ha dedicado a explorar (o explotar) sistemáticamente sus motivos (por ejemplo, no hace series sobre mariposas, hay tres de ellas en una exposición de 120 imágenes y diez años de trabajo y lo mismo podríamos decir de la notación musical o la cuchara). No ha incurrido en el chiste visual ni en la estética del anuncio (y son dos de los límites que hacen muy estrecho el campo en que desarrollar su trabajo). En definitiva, en esta muestra encontraremos más de lo mismo, como encontramos más de lo mismo en tantas cosas maravillosas, ya sean los prados en primavera o las canciones de Leonard Cohen.

Decía que Madoz era un clásico, pero eso no le ha convertido en estatua. Hace poco ha cambiado de galería en Madrid (de Moriarty, que le acogió desde el principio de su trayectoria, a Elvira González). Parece que ha habido también cambios con los profesionales que revelan sus fotos. Y no siempre atina al disparar el obturador y desecha cierto número de imágenes.

Por otro lado, podemos detectar algunas novedades en su trabajo: el libro como objeto no es tan frecuente y sin embargo ha aparecido el texto manuscrito. También encontramos un tipo de objetos figurativos, inéditos o casi: animales de juguete, seres humanos en maqueta. Junto a ellos, los motivos de siempre: esferas de reloj, firmamentos, notas musicales... La muestra combina los grandes formatos con los conjuntos de fotografías más pequeñas, una elección que está determinada por el grado de detalle de lo que se muestra. Las salas de la Comunidad de Alcalá 31 no son fáciles, pero en esta ocasión se han adaptado perfectamente a la obra. Queda ordenada, sin zonas ocultas y con buena circulación. Sus bóvedas de pavés tienen algo de crisálida en donde bulle un gusano a punto de convertirse en mariposa (la mirada de Madoz es contagiosa).

A riesgo de pecar de didáctico, creo que la obra de Madoz proporciona una excelente oportunidad de entender a qué se llama poema visual. Si bien una imagen vale más que mil palabras, en el poema visual el cambio no es tan desigual como en cualquier otra transacción entre literatura y creación plástica. Es decir, las fotos de Madoz se pueden traducir a lenguaje perdiendo mucho menos significado en el cambio que si lo hiciéramos con las de otros fotógrafos, desde García Alix a Ciuco Gutiérrez, desde García Rodero a Vallhonrat.

En el caso de estos cuatro, lo que vemos no se puede de ninguna manera reducir a discurso. Pero el caso de Madoz es otro. Muchas de sus fotografías son figuras de lenguaje llevadas a la práctica. Metáforas, como la copa de árbol que es nube o que es madeja, y en este sentido, me gustan las que desenmascaran las frases hechas: "el hilo del discurso" que vemos, efectivamente, cuando una telaraña está hecha de hilos que son escritura. Otras veces sus fotos son figuras del pensamiento: paradojas, como el canto rodado que se eleva como un globo, o alegorías, como el reloj cuya correa es una cinta métrica (en otra ocasión, una vía del tren), para señalar que el tiempo siempre depende del espacio.

Toda la poética de Madoz se construye a partir de las leyes de la semejanza que rigen nuestro mundo. Quiero decir que si en el universo el espacio es curvo, esa será la forma que espontáneamente tomen los líquidos abandonados sobre una superficie o los sólidos friccionados al azar. Y es que el vocabulario de las formas es limitado: la llama de una vela es un ala, los círculos concéntricos que produce una gota sobre el agua son los de una tapa de lata de conservas. Como en su día señaló aquel escultor extraordinario que fue Ángel Ferrant: "Todo se parece a todo". Pero Madoz va más allá de lo verbal. Crea cambios de sentido: siempre hemos visto que la nuez se parece a un cerebro, pero él pone dentro de una cáscara de nuez un corazón. O el caso del cinturón de castidad convertido en columpio. Una exposición que encarna esos placeres de la imaginación de los que hablaran los viejos estetas. Y es tan nueva...