Image: Willie Doherty, golpe de amnesia

Image: Willie Doherty, golpe de amnesia

Exposiciones

Willie Doherty, golpe de amnesia

El amnésico

30 mayo, 2014 02:00

Frame del vídeo El amnésico, 2014

Galería Moisés Pérez de Albéniz. Doctor Fourquet, 20. Madrid. Hasta finales de junio. De 6.500 a 75.000 euros.

Un hombre conduce un coche negro. Su mirada se concentra sobre la carretera. Está nublado. El cielo se ha cubierto de gris. Acaba de llover y el suelo está húmedo. Puede que los neumáticos no se agarren bien al asfalto resbaladizo y por eso él tenga que mantenerse tan atento. Podría ser que lo que parece concentración no sea sino ausencia, que su mente esté en otro lugar y en otro momento, fuera de allí. De pronto frena y se para en el arcén. Abandona el automóvil y se adentra en un bosque. Detiene su caminar en un claro. Ha llegado. Está en el lugar al que había huido mientras conducía. Ahora sólo le queda encontrar el momento. Tiene que regresar, retroceder, retornar, volver a un tiempo perdido. Su rostro es una máscara. Es imposible leerlo, no hay emociones. Se mantiene como un jeroglífico, un enigma que resolver. No hay un gesto ni una expresión que explique por qué ha ido hasta allí. Se tumba sin miedo a mancharse el impoluto abrigo marengo que lleva puesto. Ir con traje y corbata oscuros a un bosque para acostarse sobre un lecho de hojas caídas resulta extraño. No sería intencionado, si no fruto de un impulso, aunque él parecía determinado. Sabía a dónde se dirigía y lo que tenía que hacer: sentir la tierra bajo su cuerpo. Ha extendido sus manos a un lado y otro de la cabeza.

Golpea el terreno con las palmas. Su cara está pegada al suelo. Ve a un insecto trepando por las hojas putrefactas. Gira el cuello y mira cómo una lombriz se retuerce. El espíritu que estaba convocando se aparece. Ha ocupado su puesto. También ha regresado, ha vuelto a ese claro, es un retornado. Le han despojado de sus ropas. Sólo le han dejado la camiseta interior y los calzoncillos. Lleva el pelo rapado y tiene grandes patillas que le cortan las mejillas. Aparenta ser más joven. Se desvanece. El hombre de gris se ha levantado. Tiene la cabeza gacha, mira al suelo, y se ha metido las manos en los bolsillos del abrigo. Levanta un pie, lo adelanta y apoyándolo lo mueve como si aplastara una colilla para apagarla. Su elegante zapato de cordones no se ensucia. Se marcha. Un hombre conduce un coche negro...

La historia se repite una y otra vez. Es un bucle continuo. El protagonista, los protagonistas están atrapados en un pretérito imperfecto que se hace presente tenazmente. Podría haber sucedido en cualquier lugar, en cualquier momento. Aquí y hoy también. Recuerda a una secuencia de un filme de misterio, a la escena capital de un thriller clásico. Tiene todos los elementos para parecerlo, aunque el ritmo sea lento porque la cámara se demora demasiado en los pormenores. Quizás se trate de una historia de fantasmas, de apariciones y, sobre todo, desapariciones, como ese otro vídeo, Ghost Story (2007), del mismo autor, Willie Doherty (Derry, Irlanda, 1959), en el que se recorre un camino solitario mientras una voz en off, la de Stephen Rea, el actor que encarna ahora al hombre de gris, relata distintos episodios violentos, habla "sobre el dolor y el terror que han sucedido allí" sin demostrar ninguna emoción, igual que ahora se mantiene impasible.

En este nuevo trabajo, El amnésico, producido para esta individual en la galería Moisés Pérez de Albéniz, no hay una única conclusión, como no tiene principio ni final, ni existe una víctima y un asesino, a pesar de se haya cometido un crimen. Doherty no toma una posición clara -aunque se intuye cuál es en su regresar constante- sobre las políticas del olvido que se han impuesto en ese territorio de conflicto que ha sido -y es todavía, aunque prefiera obviarse- su país. Una obligación de desmemoria que queda rota por ese pasado que vuelve repetidamente y que impediría construir un futuro. No hay que recordar, insisten. Sin embargo, las huellas de lo que sucedió permanecen, el paisaje ha quedado marcado, ha sido herido, como lo demuestran las cicatrices de las cortezas de los árboles de la serie fotográfica, Damage, que acompaña a la película en esta ocasión, o los parajes industriales alemanes de su vídeo Secretion, que se proyectó en la última Documenta, y que evidenciaban un trauma, el de la historia. La amenaza está implícita, como ocurre en la obra que presentó en la Bienal de Venecia de 2005, Nonspecific Threat, en la que la cámara rodea a un hombre cuyo aspecto podría resultar agresivo, a pesar de que nunca se sepa si es el que intimida o el intimidado. La violencia no ha desaparecido, como se querría. Quizás se pretenda invisible, pero está allí. Sólo hay que fijarse en los detalles. Olvidar no es tan fácil. Lo sabemos bien aquí.