Image: Lois Patiño, devolver la voz

Image: Lois Patiño, devolver la voz

Exposiciones

Lois Patiño, devolver la voz

Eco de la imagen

9 mayo, 2014 02:00

Montaña en sombra, 2012

La New Gallery. Carranza, 6. Madrid. Hasta el 31 de mayo. De 750 a 2.500 euros.

Buscar el lugar en el que la imagen desborda e inunda, arde e incendia, tiembla y derriba, es una de las intenciones del cineasta Lois Patiño (Vigo, 1983). Para él las imágenes van más allá de lo que se ve y producen reflejos que llevan a otro lugar, casi igual, muy parecido al original, pero que se torna diferente por el simple hecho de haber sido mirado antes y de ser contemplado ahora. O que mueven a otro tiempo, no al del instante de la grabación, sino a uno que pertenece a las propias imágenes y también al espectador, al que se sitúa delante de ellas y echa un simple vistazo o al que se para y las observa con detenimiento, pudiendo hacerlo con los ojos cerrados porque hay algo de táctil en ellas, tocan y podrían tocarse. A veces, incluso pinchan. El punctum, ese alfiler punzante del que hablaba Roland Barthes cuando escribió sobre fotografía en La cámara lúcida y que tienen las imágenes cuando alguien concreto las mira, puede llegar a ser muy poderoso. Es punta, sí, pero también detalle, punto, y momento, por ejemplo, el de ebullición. Las imágenes son tiempo, siempre.

En este buscar lo que va más allá, las imágenes de Patiño quieren convertirse en una voz que lanzada al vacío retorna alterada, como explicita el título de su primera individual en una galería en Madrid, El eco de la imagen. En la muestra ha incluido diferentes videoinstalaciones en las que las imágenes ocupan el espacio, escapan de las pantallas que cuelgan del techo y se reflejan sobre las paredes. A veces incluso la imagen que sale del proyector se borra, desaparece y es su luz la que construye otra imagen, similar pero diferente, como sucede con los espectros de color que crea el agua que cae en Catarata (2014) o en ese retrato, que son muchos porque se multiplica como en un espejo infinito, que de pronto es atravesado por un filo que corresponde al destello del canto iluminado de uno de los metacrilatos móviles sobre los que se proyecta en Ecos del rostro (2014).

Ecos como los de las fotografías que reciben al visitante y que sirven de prólogo a lo que está dentro, imágenes que parecen los fotogramas de alguna secuencia y que trasladan a otro formato la intención de las instalaciones, llegando a saltar del marco y quedando suspendidas, una detrás de otra. Las imágenes, todas, los vídeos y las fotografías, adquieren cierto estatuto de paisaje, de lugar por el que transitar y detenerse, como los personajes que habitan algunas de las obras de un modo que remite al romanticismo, mirones minúsculos en la nieve, en una llanura o delante de una cascada, figuras mínimas como las de la película Montaña en sombra (2012) que se empequeñecen ante lo inmenso de la naturaleza. Así, las imágenes se transforman en ese paisaje al que grita un paseante solitario esperando que su voz regrese.