Image: Torres-García, gabinete inédito

Image: Torres-García, gabinete inédito

Exposiciones

Torres-García, gabinete inédito

Torres-García en sus encrucijadas

10 junio, 2011 02:00

Composición , 1932

Comisario: Tomàs Llorens. MNAC. Parque de Montjüic. Barcelona. Hasta el 11 de septiembre.

Asombra la versatilidad de Joaquín Torres-García (1874-1948), un pintor complejo donde los haya, cuya obra oscila entre la figuración y la abstracción, entre la vanguardia y la pintura clásica… Acaso podríamos explicar esta multiplicidad como propia del artista moderno, bajo el signo del cambio y la novedad: salto constante al vacío, experimentación incesante, búsqueda y exploración de nuevos territorios. Y, además, está su itinerario vital, también nómada: Barcelona, Nueva York, Italia, París y Madrid para recalar en su Uruguay natal. Sin embargo, más allá de esta imagen proteica, empezamos a vislumbrar una suerte de unidad que otorga otra coherencia, una lógica interna, al proceso de Torres-García.

No se trata ahora de evocar la densa trayectoria del pintor, pero sí es necesario apuntar aquí un episodio que nos ayudará a clarificar su posición. Es sabido que el artista, formado como Picasso en la fecunda Barcelona del final del siglo XIX, acabará por ser un referente del Noucentismo a principios de 1920. Esto es, en el caso de Torres-García, de una pintura figurativa evocadora del mundo clásico. No se trata de un arte pompier, sino que representa, al contrario, una propuesta de modernidad: colores planos, ingenuidad, simplificación, tendencia estructural… Poco después, hacia 1917, el mismo Torres-García -con Rafael Barradas- protagonizará, de nuevo en el contexto barcelonés, uno de los primeros episodios de vanguardia que podemos calificar de autóctonos, si bien se trata de una síntesis de diversos ismos europeos. Pintura mediterránea y vanguardia parecen representar, a primera vista, mundos divergentes, cuando no opuestos. Y, sin embargo, el propio artista escribirá en sus memorias años después: "en una y otra pintura, en uno y otro caso, a la base de todo, estaba él, su personalidad. Y la línea, a pesar de parecer distinta, era la misma siempre, fuese lo que pintase o escribiese".

Falta por saber cuál es la "línea" y la "personalidad" que, según Torres-García, dan continuidad a su obra, al igual que sus motivaciones. Pues bien, ésta es la problemática que aborda la exposición, cuya principal aportación es la de haber desplegado en el espacio una selección visual que facilita las asociaciones y los vínculos entre las imágenes. Se trata de un montaje estructurado en epígrafes que marcan capítulos o secciones de la exposición, pero sensible a descubrir continuidades, a evocar una idea de encadenamiento y proceso unitario. El recorrido se plantea a modo de bucle o círculo sin fin, en el sentido de que tanto el principio como el término inician siempre un retorno, como un viaje de ida y vuelta.

Desde esta perspectiva, la trayectoria de Torres-García se presenta no como una evolución, sino como el desarrollo en paralelo de diversas facetas de un mismo universo. La exposición procede de la colección de Alejandra, Aurelio y Claudio Torres-García y se compone de dibujos inéditos. Posee un aire a gabinete, es decir, de espacio íntimo, privado. Sobre todo, porque algunos de los dibujos hacen intuir el método de trabajo del pintor, lo que generalmente pasa desapercibido en las obras de gran formato o más acabadas. Y es que estos diseños -como los ideogramas con que el artista conceptualiza el mundo y los esbozos en los que apunta a un sistema de proporciones- nos muestran una parte oculta de su creación, lo que necesariamente nos ha de revelar las raíces y referencias estéticas. Esto es, el porqué Torres-García siempre "pintó el mismo cuadro" o "escribió el mismo texto", a pesar de las apariencias.