Image: A vueltas con Ana Laura Aláez

Image: A vueltas con Ana Laura Aláez

Exposiciones

A vueltas con Ana Laura Aláez

The black angel’s death song

14 abril, 2005 02:00

Knife, 2005

Juana de Aizpuru. Barquillo, 44. Madrid. Hasta el 27 de abril. de 4.500 a 15.000 e.

No alcanza uno a comprender por qué se celebra una exposición tan endeble y vacía como ésta de Ana Laura Aláez (Bilbao, 1964), una "artista" afirmada y negada por igual, pero que, entre filias y fobias, disfruta de una presencia pública envidiable desde finales de los ochenta. ¿Es consciente Aláez -quien ha jugado a veces con gracia y lujo el rol de diva- de que una muestra así equivale a una declaración de crisis? ¿Y por qué una galerista prestigiosa, Juana de Aizpuru, no se ha negado a un proyecto hueco, y que, para más inri, exige un montaje más costoso que los habituales? Sea como fuere, lo que sí documenta la exposición es el final de las relaciones de trabajo y promoción entre Aláez y Aizpuru, que han durado bastantes años.

La situación invita a reflexionar -más allá de Aláez- sobre el proceso de frivolidad que evidencian las prácticas de ciertos "artistas" del sector glamouroso, que parecen seguir creyendo en el principio "todo vale", abrogándose una genialidad fingida, que conduce a situaciones de patetismo. Pues no; con buenas intenciones no basta. El arte se forja en las antípodas de lo insustancial.

¿En qué consiste la exposición? En lo material, en una serie de seis fotografías correctas e inanes -protagonizadas esta vez por modelos muy monas, en lugar de por la propia Aláez, que cuando posa infunde intención a la imagen-, y un vídeo elemental que, secuenciado, se proyecta en tres pantallas en la sala grande de la galería, tapizada de moqueta negra para la ocasión. Se salva la banda sonora del vídeo, con música de Ascii.disko (o sea, Daniel Holc) y con la voz de Ana Laura. En lo intencional, Aláez trata -en las fotos- de "la belleza que encontramos en la destrucción" y -en el vídeo- de "la percepción estética en la transformación de las cosas". No es fácil actuar en los dominios deslizantes de esa estética que combina lo sublime con lo abyecto, y lo transitorio con lo trascendente. Ello exige afilar la sensibilidad, un trabajo contrastado y -como diría el cineasta John Waters- "tener muy buen gusto para apreciar el mal gusto". Otra vez será.