A modo de resumen de una década de trabajo, Antonio Murado presenta una serie de óleos realizados entre 1996 y 2001, en los que están presentes los motivos esenciales de su obra. Paisajes, pétalos y migrañas se acumulan en esta exposición sin solución de continuidad, como si se dieran en un mismo espacio de tiempo y acción pictórica. De este modo, los sombríos paisajes que ocuparon obras fechadas a principio de los años noventa, se trasplantan de nuevo, también aquí, como una obsesión no resuelta. Y así, los pétalos, ahora más espaciados, y las marañas, uniformemente intrincadas, crecen como retazos de esa común naturaleza pictórica en la que Murado anda enredado desde hace años. Si bien estos extractos de naturaleza no resultan sorprendentes, ya que revelan una huella del pintor ya conocida, su carácter sincrónico, sin embargo, sí resulta insólito. Aquí, como antes, vemos a un pintor de oficio, sumergido en la boscosa acción de los pinceles, capaz de explorar, al mismo tiempo, la raíz de lo sombrío, como de descubrir tenues claridades.