Exposiciones

Eros y Thanatos

16 enero, 2000 01:00

"Venus y el mandril", 1999. 160 * 130

Círculo de Bellas Artes. Sala Goya. Alcalá, 42. Madrid. Hasta el 6 de febrero

Álvaro Delgado reflexiona sobre una cuestión clave en la representación artística del desnudo: el arte debe sortear los impulsos del instinto a la hora de plasmar un cuerpo desnudo, de manera que el deleite estético excluye el deleite carnal

L a pintura de álvaro Delgado (Madrid, 1922) es de las que, vistos algunos de sus cuadros, resulta en adelante perfectamente reconocible. Trazos airosos y enérgicos con los que compone figuras que encarnan un peculiar expresionismo de contornos sensuales, en singular equilibrio. Composiciones preñadas de movimiento, que tanto en los seres humanos como en los paisajes parecen retratar no sólo su apariencia exterior sino también la energía que les da vida. Finalmente, una paleta de colores intensos, en la que han predominado los tonos ocres, pero también verdes y azules soñadores. álvaro Delgado figura en la historia reciente de la pintura española como uno de los más conspicuos integrantes de la denominada Escuela de Madrid, esa continuación de las preocupaciones -no del estilo- que fraguaron en la que fuera su antecesora, la Escuela de Vallecas. La intención de combinar el lenguaje vanguardista con el paisaje y la problemática más entrañablemente nacionales, fue el motor de quienes antes de la Guerra Civil paseaban camino de Vallecas -Alberto Sánchez, Benjamín Palencia, Pancho Lasso-. Después de la contienda, un grupo de jóvenes entre los que figuraba nuestro artista actualizaron ese propósito, dando lugar a trayectorias en las que un irrenunciable interés por problemas pictóricos se puso siempre al servicio de un arte humanizado -dicho esto en contraposición a ese otro que en los años veinte Ortega llamó con tan poca fortuna "deshumanizado"-. El posicionamiento crítico de álvaro Delgado respecto de los propósitos vanguardistas es uno de los elementos que desde sus inicios han caracterizado su trabajo.

Las obras que se presentan en esta ocasión en el Círculo de Bellas Artes constituyen una serie titulada Eros y Thanatos. Quiero llamar la atención sobre este particular, porque álvaro Delgado siente predilección por este tipo de planteamientos: la concepción de una obra global, más allá del conjunto de cuadros singulares. La Crónica del Navia, la Crónica de la Olmeda y la reciente Crónica Astur son otros cuantos ejemplos de este empeño. Pintados entre 1996 y la actualidad, los cuadros que ahora contemplamos, dedicados a los principios contrapuestos de la vida y la muerte, estaban inevitablemente en el camino de un artista que siempre ha dejado constancia del momento que le tocaba vivir. Parte de representaciones ejemplares de ambos temas en la historia de la pintura: el célebre grabado de Durero, El caballero, la muerte y el diablo, otros de Baldung Grien, como El caballero y La muerte y la doncella. Esto en lo que se refiere a Tánatos. En el caso de Eros, el punto de partida es más amplio y ambiguo: paisajes bíblicos, venus neolíticas, mitología clásica y una inevitable referencia a las figuras femeninas de Picasso. Confieso mi predilección por los cuadros que versan sobre este último aspecto, entre otras cosas porque, de forma consciente o no, reflexionan sobre una cuestión clave en la representación artística del desnudo. Me refiero al hecho que los tratadistas han subrayado siempre: el arte debe sortear los impulsos del instinto a la hora de plasmar un cuerpo desnudo. Lo carac- terísticamente artístico es una sublimación de lo material, de manera que el deleite estético excluye el carnal. Creo que buena parte de la historia del desnudo en Occidente ha jugado a caminar por esa sutil distinción. También lo hace álvaro Delgado. Sus desnudos son en ocasiones tan explícitos como artísticos, en un esfuerzo de integrar lo fisiológico con lo estético. Las variaciones sobre la Venus ensimismada, o sobre la Venus y el mandril no son precisamente mojigatas, pero nadie podría tacharlas de pornográficas. En el caso de estas últimas, la contraposición del voluptuoso cuerpo femenino, civilizado, con el mono de ojos desaforados, como plasmación del instinto salvaje tienen a mi juicio el mayor interés.

Me gustaría, finalmente, citar unas palabras del autor: "No he intentado inventar nada nuevo en la pintura... Me he limitado a desarrollar un lenguaje con el que expresar ciertas ideas y comunicar experiencias que me pertenezcan". Viene a cuento para ilustrar una posición ante la vanguardia que no es de rechazo -como lo prueba en su obra- pero tampoco de absorta dependencia. Gracias a ello, álvaro Delgado ha construido uno de los universos pictóricos más personales de su generación. El catálogo de las obras está acompañado por una serie de magníficos poemas de Antonio Gamoneda, poeta singularísimo al que esa tensión entre innovación y tradición tampoco le resulta ajena.