Larrain

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Exposiciones

Sergio Larrain, los niños no lloran

Sergio Larrain

18 julio, 1999 02:00

IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 25 de septiembre

Los niños, Valparaíso y Londres constituyen las tres grandes series temáticas que articulan la exposición dedicada al fotógrafo Sergio Larrain. Iniciado en la práctica de la fotografía con una Leica, Sergio Larrain (Santiago de Chile, 1931) hizo públicos sus primeros pasos fotográficos a principios de los años cincuenta, lo que provocó el reconocimiento de su trabajo y la aceptación del encargo de fotografiar niños vagabundos en la ciudad de Santiago de Chile.

Con esta serie, en fotografías siempre cálidas, emprendería un acercamiento progresivo al ser humano, a través del que logró mostrar su lado más terrible y tierno a la vez. Fijando el objetivo de una cámara ya experimentada en los niños, la ciudad de finales de los años cincuenta se convierte en un escenario en el que tienen lugar los más imprevisibles acontecimientos. Aun a pesar de que el contexto urbano aparece en estas fotografías fuera de plano, la cámara de Larrain recorre anónimamente todos sus recovecos censando a los espontáneos protagonistas de una vida que se hace a sí misma, sin que medie la intervención adulta.

Ya en esta serie, en silencio, Larrain deja constancia de una mirada que indaga en las contingencias de un mundo en construcción, dejando que sean ellas mismas las que expresen su propia voz. Con una factura impecable que pronto le valió la estima del Museo de Arte Moderno de Nueva York, en sus gelatinas de plata dio un papel a una ciudad en la que, como en cualquier otra ciudad occidental conducida por la vorágine del progreso, se retrataba la invisibilidad de los submundos.

Años más tarde, en Londres, Larrain toma el pulso a otra ciudad en la que se cruzan miradas más complejas. Las angulaciones, los personajes que entran y salen de los encuadres y las superposiciones de planos diversos en un mismo marco son, entre otras, estrategias compositivas que toma prestadas de los constructivistas y las experiencias de la Neue Sachlichkeit, reinterpretándolas, haciéndolas suyas. Parejas a las vanguardistas fotografías de artistas como Rodchenko, Michail Kaufman, Moholy-Nagy, Walker Evans o Paul Strand, las fotografías de Larrain verbalizan el lenguaje moderno. Llevado como ellos por la experimentación formal, Larrain capta con su cámara la inmediatez, objetivizándola.

Si bien en sus fotografías permanece cierto aire de intemporalidad, esa nueva visión emprendida por las vanguardias es filtrada y adecuada a las circunstancias de una nueva época. El tránsito de los banqueros, la espera de un tren, la cola del autobús, el vistazo de un periódico ajeno, una pareja de enamorados, la consulta a un guardia urbano, el cruce de una calle y el cigarrillo en un club nocturno son imágenes que corren sin previo aviso. Esbozados apenas por los escuetos y al mismo tiempo intensos relatos del reportaje social, los acontecimientos tienen lugar delante del espectador con toda naturalidad. A él le llegan detenidos un instante, el justo para que de ellos se destile la sensibilidad y la información suficiente.

Será el momento en el que el espectador tome parte activa y acabe implicándose en esas visiones de lo cotidiano, como un paseante más, como un viajero del metro o el observador de un escaparate. Todo presentado de forma discreta, aunque dejando el espacio necesario para mostrar también el lado curioso

En estas imágenes se dibuja un ritmo de acontecimientos que fluye de un papel a otro de forma instantánea. Lo casual ralentizado en el objetivo de Larrain se convierte en un asunto extraordinario, cargado de una significación trascendente. Como filtrada por la niebla que todo lo condensa, unas veces la luz pronuncia todos sus matices con claridad mientras otras veces suaviza los acentos en una gama de contrastes y armonías en las que se define el Londres de finales de los años cincuenta.

Y de Europa, fichado por Cartier-Bresson para Magnum, Larrain regresa a Chile abriendo el objetivo a una luz que campa a sus anchas deteniéndose en suaves descripciones capaces de dilatar un tiempo reflejo de espacios que acaban saliendo del reducido marco del papel fotográfico. Antes en París, donde residió dos años, sus fotografías fueron difundidas por revistas de gran tirada como Paris Match. Luego entraría en contacto con Pablo Neruda, para quien realizaría un magnífico reportaje de fotografías sobre su casa en Isla Negra y que saldrían a la luz en un libro aparecido en la colección Imagen y Palabra de la editorial Lumen.

La colaboración con Neruda se reanudaría años más tarde en una publicación de las fotografías de Valparaíso que aparecieron por primera vez en la revista “DU” en 1965, poco antes de abandonar prácticamente la fotografía, dedicado al estudio de la cultura y la mística oriental. Desde entonces fijó su residencia en Ovalle, un pueblo de la cordillera chilena donde atiende a la difusión del yoga, escribe, pinta y esporádicamente realiza alguna fotografía. Tres miradas muestran en esta exposición, en definitiva, a modo de flashes, una aproximación silenciosa al ser humano, inmerso en todo tipo de eventualidades, como esbozos en los que coagula la permeable existencia de lo cotidiano.