Thomas Hirschhorn: 'Power tools', 2007. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Thomas Hirschhorn: 'Power tools', 2007. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Arte

Thomas Hirschhorn en el Museo Helga de Alvear: una retrospectiva fascinante, acogedora y catártica

Con grandes piezas empoderadoras, esta exposición del artista suizo en Cáceres nos introduce en un mundo de dimensiones desproporcionadas de carácter enciclopédico.

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A muchos nos apasiona Thomas Hirschhorn (Berna, 1957), a nadie deja indiferente. Tras la pérdida de Helga de Alvear, en el Museo de Arte Contemporáneo de Cáceres se ha programado un ciclo de exposiciones de artistas muy queridos por la coleccionista, con fuerte impronta personal y con conexión directa con los públicos actuales. Tras Santiago Sierra, llega ahora el suizo Hirschhorn con quien la directora del museo Sandra Guimarães ha confeccionado una exposición antológica.

Thomas Hirschhorn. My Atlas # Our Atlas

Museo Helga de Alvear. Cáceres. Comisaria: Sandra Guimarães. Hasta el 10 de mayo

La idea sugerida por la comisaria de crear un Atlas, siguiendo la inspiración del Atlas Mnemosyne (1924-1929) del historiador del arte alemán Aby Warburg, en el que Hirschhorn ha trabajado los dos últimos años, le ha permitido articular algunas de sus pequeñas piezas pertenecientes a la colección, así como la gran instalación Power Tools, 2007, ahora expandida con la activación de un taller, además de la reciente y apabullante instalación Fake it, Fake it - till you Fake it, 2024, que podemos disfrutar por primera vez en Europa. A lo que se suma, como es habitual, en el atrio de entrada de la Casa Grande, la antigua Fundación, la muy cáustica y casi minimal Gravity, Mass and Democracy, de 2025.

Me quedan dudas sobre si My Atlas (2025) ha sido una buena idea. Cuarenta y cinco enormes paneles construidos con sus materiales habituales, cartón recubierto de plástico negro y solapados con todo tipo de documentos: fotografías, dibujos, planos, etc., ocupan todas las salas de la Casa Grande.

Sin orden cronológico, salvo el primero que alude a sus inicios gráficos en el París de los años ochenta, cada panel pone el énfasis en materiales, procesos, referentes y experiencias. Pero ni siquiera la guía gratuita editada para la ocasión anima a detenerse en todos y cada uno de ellos.

Comprendo que, llegado a cierta edad, cada cual, y más un artista, está tentado a hacer un recuento. Y no es que las heterodoxas asociaciones de imágenes del Atlas Mnemosyne le vayan mal al proceder de Hirschhorn. Pero todo en su trabajo es tan explícito que no parece que haya nada muy especial que descubrir y que pueda sustituir la ocupación y percepción físicas de su trabajo, imprescindibles.

Vista de la exposición de Thomas Hirschhorn. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Vista de la exposición de Thomas Hirschhorn. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Tampoco creo que a un artista tan peculiar le convenga, y menos a estas alturas, emplear su tiempo en la trillada deconstrucción estética del arte de archivo. Incluso, aunque por oposición, nos recuerda al ordenado Atlas del afamado y cotizado pintor Gerhard Richter, en sus antípodas, asimilándole a ese proceder ‘tan alemán’.

Posibles contradicciones que Hirschhorn ha pretendido evitar añadiendo Our Atlas en el título de la exposición, sugiriendo su intención de proponer a cada visitante la creación de su propio atlas.

Sus instalaciones son acogedoras, empoderadoras y catárticas. Qué gran expedición es volver a recorrer 'Power Tools'

Sí tienen, sin embargo, mucho interés los anexos a estos paneles, piezas colocadas en el suelo y colgadas sobre la pared, así como dibujos y muchísimos cuadernos del artista en vitrinas. Algunos nunca habían salido de su estudio. Hirschhorn insiste una y otra vez con dibujos y esquemas en su ascendencia anarquista y en esa raíz irracional que le vincula íntimamente a Nietzsche y a los denominados neonietzscheanos Foucault y Deleuze. Sin duda, fuente inagotable, antisistema y radicalmente crítica, cuya impronta irradia energía por doquier.

Sus instalaciones son acogedoras, empoderadoras y catárticas. Qué gran expedición es volver a recorrer la ahora ampliada con un taller Power Tools-Workshop, esa ferretería de cartón aparentemente laberíntica y con toda suerte de herramientas físicas e intelectuales, cuyo proceso de composición y construcción puede analizarse en el panel 32.

Thomas Hirschhorn: 'My Atlas', 2025. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Thomas Hirschhorn: 'My Atlas', 2025. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Sin que tales indicios alcancen a emular ni por un momento la experiencia ante el derroche de recursos, las proclamas sinceras y directas en pequeños carteles y grandes pancartas: “mejor la calidad que la cantidad”, “concéntrate en algo”, amontonados “amor”, “amor”, “amor”... Y sobre el taller: “aquí tienes herramientas para crear tu propio poder”.

En los estantes de la librería, mucha filosofía, desde Platón al pensador de los afectos Spinoza y Bataille; y literatura, cine, teoría del arte; pero también, periódicos y revistas populares. Nadie queda excluido. Pero sí invocado sin escapatoria a tomar el mando, como un niño cuando juega sus aventuras sin miedo, en este recinto mágico, tan material y de ensueño.

La otra gran instalación Fake it, Fake it - till you Fake it (finge hasta que lo consigas), solo mostrada antes en la galería neoyorquina Barbara Gladstone, es una respuesta a “¿cómo hacer arte en tiempos de guerra, violencia, miedo, odio, resentimiento?”, en palabras del artista.

Para quien la recorre puede ser una catarsis de la impotencia que sufrimos ante las imágenes que vemos en las pantallas cada día. En este caso, Hirschhorn ha reducido nuestro universo a una gran sala de mesas con ordenadores, pero también encontramos otras pantallas de teléfonos y portátiles en estanterías con instantáneas de guerras.

Vista de la exposición. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Vista de la exposición. Foto: Jorge Armestar / Museo Helga de Alvear

Además, sobre las mesas hay tazas de trabajo, ceniceros y útiles para drogas esnifables, mientras emojis de caritas cuelgan del techo saturando este espacio tóxico. Resulta muy liberador pararse ante las pantallas estalladas, con las imágenes hechas añicos en astillas cortantes saltando de los monitores.

Por supuesto, todo de cartón, papel de aluminio, cintas de embalar… una precariedad material y analógica afín a la vulnerabilidad del hundimiento existencial que vivimos, ya casi como entelequias bajo el amenazador imperio de la IA, auténtico trasunto de esta instalación.

¿Acaso su reemplazo nos incapacita para entender el mundo y actuar? La respuesta puede hallarse en un anexo del panel 41: en el homenaje a Simone Weil cita “todo lo que es un acto de inteligencia es intuición”