Vincent van Gogh: 'La casa amarilla', 1888. Museo Van Gogh, Ámsterdam

Vincent van Gogh: 'La casa amarilla', 1888. Museo Van Gogh, Ámsterdam

Arte

Los lienzos son para el verano: Van Gogh, Picasso y otros artistas que encontraron la inspiración bajo el sol

Los remeros de Renoir o los paisajes desérticos de Georgia O'Keeffe demuestran que la estación más cálida del año también puede ser la más propicia para la creación.

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“Aquí el sol me abrasa la cabeza, pero los colores se vuelven más vivos, más puros. Me siento más yo mismo”, escribió Vincent Van Gogh en una de sus cartas en julio de 1888. Durante ese verano, en un estado de exaltación creativa, pintó varias obras fundamentales de su carrera, como Los girasoles o La casa amarilla.

El verano es, para muchos, una estación propicia para la creación. Con sus días largos, su característica luz y su ritmo cambiado, se convierte en una época fértil en la que numerosos artistas han aprovechado las temperaturas cálidas, el retiro y la contemplación para dedicarse a su obra.

Tàpies, Miró, Picasso, Georgia O'Keeffe o Ana Mendieta figuran entre quienes han legado algunas de sus piezas más importantes bajo la luz del verano.

Obsesión por la luz

Si hay un grupo de artistas especialmente identificado con esta estación, es el de los impresionistas. Claude Monet, autor de Impresión, sol naciente (1872), obra fundacional del movimiento, fue uno de los grandes maestros del color y de la luz. Gran parte de su serie Nenúfares (1897-1926) fue realizada durante los veranos que el artista pasaba en Giverny, su residencia rodeada de un gran jardín exuberante, repleto de lirios, tulipanes, narcisos y rosales.

Amantes de la pintura al aire libre, los impresionistas redujeron el tamaño de los lienzos para poder transportarlos fácilmente a la naturaleza. Otro de los nombres clave de este movimiento, Pierre-Auguste Renoir, inmortalizó en el verano de 1881 la vida rural de Chatou en la vibrante El almuerzo de los remeros, una escena luminosa y social a orillas del Sena en la que el pintor retrata a varios de sus amigos como Angèle, el periodista Maggiolo, el pintor Caillebotte o su futura esposa, Aline Charigot.

Pierre-Auguste Renoir: 'El almuerzo de los remeros', 1888. Colección Phillips, Washington D. C. Los lienzos son para el verano: Van Gogh, Picasso y otros artistas que encontraron la inspiración bajo el sol

Pierre-Auguste Renoir: 'El almuerzo de los remeros', 1888. Colección Phillips, Washington D. C. Los lienzos son para el verano: Van Gogh, Picasso y otros artistas que encontraron la inspiración bajo el sol

También Camille Pissarro, considerado el padre del impresionismo, retrató la vida rural en La cosecha de heno, Èragny (1901), una pintura en la que, experimentando con el puntillismo, captura la labor agrícola en la Alta Normandía.

Desde 1884 el artista vivió en Èragny-sur-Epte, donde pudo realizar otras obras como Verano, huerta en Èragny (1894) o El huerto soleado en Èragny (1895), en las que el verano se convierte en personaje y protagonista.

Y Berthe Morisot, una de las pocas mujeres del grupo, centró su mirada en temas vinculados a la vida cotidiana, la naturaleza y la figura femenina. En obras como Un día de v (1879), en la que dos mujeres, probablemente modelos, pasean en una barca en el Bois de Boulogne de París, o En el lago (1883), de nuevo ambientada en el parque parisino situado cerca del barrio de Passy en el que vivía, Morisot capta la belleza lánguida de los meses de calor.

Berthe Morisot: 'Un día de verano', 1879. National Gallery, Londres

Berthe Morisot: 'Un día de verano', 1879. National Gallery, Londres

Un refugio creativo en la Costa Azul

“En el sur, con el sol y el mar, pinto con más alegría”, dijo Pablo Picasso. El artista malagueño disfrutaba convirtiendo sus veranos en laboratorios de experimentación. La Costa Azul francesa —que visitó por primera vez en 1920—, se convirtió en uno de sus refugios favoritos. Ciudades como Vallauris, Cannes y Antibes lo recibieron durante los meses más cálidos del año.

Fue precisamente en el Castillo de Grimaldi —hoy sede del Museo Picasso de Antibes— donde, al calor del clima mediterráneo, experimentó uno de sus veranos de mayor pulsión creativa. En 1946, alojado allí junto a Françoise Gillot, realizó 23 pinturas y 44 dibujos.

Pablo Ruiz Picasso: 'Joie de vivre' ('La alegría de vivir'), 1946. Musée Picasso, Antibes, Francia

Pablo Ruiz Picasso: 'Joie de vivre' ('La alegría de vivir'), 1946. Musée Picasso, Antibes, Francia

Obras como La alegría de vivir, Sátiro, Fauno y Centauro con tridente, Mujer con erizos de mar o La cabra transmiten una paleta más luminosa, trazos más sueltos y un tono inusualmente lúdico. El verano en Picasso no fue pausa, sino aceleración.

Volver a casa, volver al origen

Para Joan Miró, Mont-roig del Camp fue el inicio de toda su trayectoria, sus raíces, su regreso al origen. Durante años, como en una especie de ritual, el artista volvía cada verano a la localidad tarraconense. Allí la familia tenía una masía, y fue en ese paisaje mediterráneo donde Miró experimentó con estilos y colores, con pinturas y ensamblajes. Fue también allí, en contra de la voluntad de su padre, donde decidió que su vida la dedicaría al arte.

Para el artista, Mont-roig del Camp no solo fue una gran referencia visual, sino también emocional. De hecho, confesó que toda su obra estaba concebida allí.

Joan Miró: 'La masía', 1921-1922. National Gallery of Art, Washington D. C. © Successió Miró, 2022

Joan Miró: 'La masía', 1921-1922. National Gallery of Art, Washington D. C. © Successió Miró, 2022

Fue en verano de 1921 cuando Miró comenzó a pintar La masía, una de sus obras más conocidas y la que marca el final de su etapa figurativa y el inicio de su propio lenguaje artístico. Esta representación del mundo rural catalán se repetiría en otras obras como Mont-roig, la iglesia y el pueblo o Paisaje de Mont-roig.

En varias ocasiones Antoni Tàpies confesó que el verano le resultaba una época perfecta para trabajar. En la localidad de Campins, en Montseny, el artista compró una masía en la que se refugiaba durante los meses de más calor. Pero lejos de abandonarse al descanso, Tàpies aprovechaba esa tranquilidad para la lectura, el pensamiento y la creación de sus obras de gran formato.

Durante el verano de 2006 realizó 14 obras; en 2009, cerca de 40. “En verano tengo más energía, es cuando leo o escucho música. Con el calor me animo del todo”, aseguró durante la presentación de una de sus exposiciones. Ese entusiasmo por el verano también marcó su despedida: en verano de 2011 decidió que dejaba los pinceles en ese mismo lugar que tanto le había inspirado.

El desierto como revelación

En el otro extremo del mapa, la artista Georgia O’Keeffe pasaba sus veranos en el desierto de Nuevo México, rodeada de una luz árida. En 1929 visitó por primera vez la región y aquella experiencia visual le llevó a conectar de manera profunda con sus raíces, con su paisaje, con su tierra. “Cuando llegué, supe que era mío. En cuanto lo vi, supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero supe que encajaba conmigo exactamente”, confesó.

Georgia O'Keeffe: 'Summer Days', 1936. Whitney Museum of American Art, Nueva York

Georgia O'Keeffe: 'Summer Days', 1936. Whitney Museum of American Art, Nueva York

Desde pequeña, a O’Keeffe le gustaba dar largos paseos y en aquel nuevo entorno pudo recoger huesos, flores y piedras, elementos que se colaron en sus obras y cambiaron su paleta. Para ella, los huesos de los animales que encontraba estaban relacionados con la belleza del paisaje y la fuerza del espíritu americano.

Durante aquellos meses cálidos la artista pintó una de sus obras más conocidas, Cráneo de vaca: rojo, blanco y azul (1931), así como Cerro Pedernal o Summer Days, ambas de 1936. Si bien durante años continuó visitando el desierto, tras la muerte en 1949 de su marido, Alfred Stieglitz, decidió comprar una casa en Ghost Ranch, donde pasaba parte del año.

También en América, Ana Mendieta aprovechaba los meses más cálidos del año para realizar algunas de sus acciones performativas al aire libre. El clima más amable de esta estación le permitía trasladarse a entornos naturales y experimentar con la tierra, el agua, el fuego y la sangre.

Ana Mendieta: 'Tree of Life', 1976

Ana Mendieta: 'Tree of Life', 1976

En lugares como Iowa, Cuba o México, la artista llevó a cabo algunos de sus earth-body works, como la serie titulada Siluetas (1973-1980), para la que moldeaba la forma de su cuerpo en la arena o la tierra. Una de las obras que conforman esta serie es Tree of Life (1976), en la que vemos cómo el cuerpo de Mendieta, completamente cubierto de barro, se fusiona con un árbol.

Si bien para muchos el verano está ligado a la relajación y la desconexión total, para otros representa el momento idóneo para concentrarse en su trabajo. Jardines y masías, playas y desiertos, la estación más cálida del año también ha sido escenario de grandes obras de arte.