
Abel Azcona momentos antes de la entrevista en uno de los balcones del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Foto: Sara Fernández
Abel Azcona, el artista que va a conocer a su madre en una 'performance': “Mi historia es la que es. Yo hago arte para sobrevivir”
El creador se enfrenta a su obra cenital, en la que se encontrará con madre, prostituta, adicta y sintecho durante 50 años, en una sesión catártica en el Círculo de Bellas Artes.
Más información: Caravaggio, el "macarra del Barroco", regresa a Roma siglos después con la mayor exposición sobre su obra
Son testigos de esta entrevista la Gran Vía y las reproducciones de los treinta y un grabados de La tauromaquia de Goya, que nos observan desde la pared de la sala de juntas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Los toros sangrantes podrían simbolizar al mismo Abel Azcona (Madrid, 1988), uno de los performers (artistas que se dedican al arte de acción y del cuerpo) más controvertidos.
Su pasado trágico –atravesado por mil violencias– es el protagonista de su trabajo. Una obra incómoda, para unos polémica, para otros necesaria, que nos señala e interpela como sociedad, y que nos recuerda que la principal función del arte es ser espejo de su tiempo; y la suya –nos guste más o menos– lo es.
Nos encontramos con un interlocutor cuidadoso de discurso torrencial cuyo cuerpo doliente aún sonríe. Ahora se dispone a realizar una de las performances vertebrales de su trayectoria: el encuentro con su madre biológica –prostituta, adicta y sin hogar durante cincuenta años–, que le abandonó tras dar a luz después de varias tentativas de aborto.
El evento, que se celebra en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes este martes (por cierto, día de su cumpleaños), cuenta con el apoyo del Ministerio de Juventud e Infancia. En la sesión habrá ministros, pero también hijas de la heroína y la prostitución que han sufrido violencia infantil. Será, sin duda, una catarsis.
Pregunta. ¿Cómo está?
Respuesta. En una especie de noria. Por una parte, me apetece mucho lo que viene y por otra hay una parte muy dolorosa. Estoy en una dicotomía entre querer y no querer.
P. Su trabajo bascula entre el trauma, la herida, el dolor, el abandono o el abuso. ¿Cómo es trabajar con lo insoportable?

Detalle del tatuaje 'Madre'. Foto: Sara Fernández
R. He sufrido tanta violencia que me muevo bien en los terrenos de hostilidad.
P. Para la gente que no le conozca, ¿cómo se definiría?
R. Tengo tanta obra que habla por mí… Siempre digo que me defino como un hijo de puta, mejor, un hijo de putero, también un enfermo mental, y es que así es, lo soy.
P. ¿Llevar la vida al arte cura?
R. Es la única forma que he tenido de sobrevivir. No es que cure, es que si no lo hubiera hecho estaría muerto. El arte me ha ayudado a ir reparando y colocando los fantasmas. No me gusta utilizar palabras como terapia o sanación, pero sí que ocurre algo en el arte que me ayuda a seguir. Tengo muchas taras y heridas de guerra que me han ayudado a entender mi relato y a construirlo por mí mismo, porque mi historia no la he escrito yo.
P. ¿Qué le diría a la gente que opina que utiliza su trágica biografía para obtener relevancia mediática?
R. Pues que si yo pudiera apretar un botón y borrar todo ese pasado que me atormenta, lo haría sin dudarlo, pero no puedo. Ojalá no fuese un niño violado para poder hacer otro tipo de arte. Mi historia es la que es. Yo hago arte para sobrevivir. Quien conoce la historia del arte conoce a Sophie Calle, Tracey Emin, Pipilotti Rist, Yoko Ono, Marina Abramovic, Valie Export, Regina José Galindo… Podíamos hacer una lista de grandes artistas, sobre todo mujeres –es algo precioso de la performance, que sus grandes exponentes sean mujeres–, que han puesto su intimidad y su cuerpo sobre las tablas, y no es gratuito.
P. Decía Guy Debord en su libro La sociedad del espectáculo que “lo verdadero es un momento de lo falso”. ¿Cómo articula el principio de realidad en un trabajo biográfico?
R. Yo hago una obra purista, podíamos decir, me subo a la peana y pongo el cuerpo, estoy abierto a casi todo. Es verdad que trabajo con mucha autoviolencia, pero la voy midiendo y controlando. Ese es el tipo de trabajo que hago, más de los setenta, no como, por ejemplo, Angélica Liddell u otros, que incorporan música o mezclan disciplinas.
P. Como dice el lema feminista atribuido a Kate Millet, “lo personal es político”, su trabajo es absolutamente personal ergo político. ¿Por qué cada vez vemos menos de este tipo de arte en nuestros museos?

Detalle de las manos. Foto: Sara Fernández
R. España es así. Yo creo que las artistas más potentes tienen un discurso político porque cuentan su historia de manera muy cruda. En España no tenemos esta tradición. Podría nombrar a Marina Vargas ahora con su historia de cáncer, pero es verdad que estamos en un momento en el que prima lo personal, pongamos de ejemplo la obra de Annie Ernaux.
P. Ernaux también ha convertido la violencia en arte.
R. Me encanta su trabajo, es mi escritora favorita. Lo he leído absolutamente todo y estoy emocionado porque la voy a conocer dentro de poco en París. Ella habla de su yo, de su acontecimiento, de su aborto. Eso es lo que queremos, y por eso creo que ahora se empieza a entender lo que llevo haciendo durante veinte años.
P. Es que su dolor también es colectivo.
R. Yo antes era considerado un pirado y un generador de polémicas, pero ha habido una evolución. Hay artistas que colectivizan el daño, como Tania Bruguera o Regina José Galindo, que trabajan el dolor colectivo más que el propio. Ahora mismo están contando sus historias los cuerpos trans y los cuerpos indígenas. Necesitamos que el cuerpo que cuente las historias sea el cuerpo doliente.
P. Usted ha puesto fecha y lugar para su propia muerte.
R. Sí, pero ahora no quiero hablar de eso porque estoy en un renacimiento, trabajando el tema de la madre. Yo vivo todos los días lidiando con brotes psicóticos y con una salud mental muy frágil. Hay una parte política también en entender que mi madre me obligó a nacer y yo voy a decidir cuándo muero.
P. A usted le han etiquetado como un defensor masculino del aborto y de la eutanasia. ¿Se identifica con esta militancia?
R. Cada uno, en unas condiciones dignas tiene que decidir qué hacer con su cuerpo. El cuerpo es libre. No es que yo sea un defensor de la eutanasia, pero todavía tenemos una herencia católica que nos obliga a agarrarnos a vivir porque sí, pero ahora quiero centrarme en la vida.
P. ¿Cómo fue el momento en que entendió que podía articular su experiencia vital a través de la performance?
R. Pasé de un colegio ultracatólico a una Escuela de Arte, tuve un intento de suicidio, me ingresaron dos meses y cuando salí paré el tráfico desnudo con una silla de madera y empecé a gritar. Mi psiquiatra dijo que había sido un brote y mi profesora de la Escuela de Arte que eso era una performance.
P. Dos perspectivas en un contraste muy interesante.
R. A partir de ahí empecé a salir a la calle todas las semanas a realizar acciones bastante excéntricas –que ahora no haría– pero que me han llevado a donde estoy.
Resucitar a la madre muerta
P. Su próximo proyecto, en el que se va a encontrar con su madre biológica tras haber sido abandonado por ella en la Clínica Montesa de Madrid nada más nacer, pone fin a décadas de búsqueda.
R. A mi madre biológica la he estado buscando incansablemente durante treinta años en redes, con un detective…, y mis actos performativos han sido, en realidad, una búsqueda continua de la madre que, por cierto, apareció cuando dejé de buscar. Imagínate, algo que dabas por muerto, que es clave en tu vida –ya que toda mi obra versa sobre su ausencia– de repente aparece de esa manera tan drástica. De hecho, yo pensaba cerrar todo este ciclo materno y cuando estaba a punto de inaugurar una exposición en La Panera en 2023 alguien en Instagram me puso “hola” en cada una de mis ochocientas publicaciones: “hola”, “hola”, “hola”, “hola”.
P. Era ella.

Abel Azcona en las escaleras del Círculo de Bellas Artes. Foto: Sara Fernández
R. Sí, desde el principio me dice que me quiere conocer y me cuenta cómo ha vivido en la calle cincuenta años prostituida y consumiendo drogas en una situación precaria. Que le ha dado un ictus y que eso, de alguna manera, le ha dado la vida, porque la limpió de la droga y de la calle. Ahora vive en un piso de Cáritas en Málaga. Ella vivió en un terreno de violencia desde los catorce años, igual que yo, que he sido abusado, maltratado y violado, aunque mi peor herida es la del abandono. Siempre estoy reviviendo mi experiencia de orfandad, considero que mi madre es tan víctima como yo.
P. ¿Cómo va a ser el encuentro?
R. Quiero que haya cuidados, por eso elegí a Semíramis González como comisaria, para que la acompañe y la cuide en todo momento, que aporte esa mirada feminista, porque ambos estamos rotos. La cogeré de la mano durante una hora. Vamos a estar sostenidos, pero temblando. Lo voy a hacer de la forma más metafórica, simbólica, bonita y limpia que pueda.
P. Cuéntenos sobre otra madre suya, la histórica artista serbia Marina Abramovic.
R. Pues la conocí bastante tarde. Dicen que mi pieza Empatía y Prostitución es estilo Ritmo 0, una pieza en la que pone el cuerpo para que la audiencia haga con ella lo que quiera y, es curioso, porque cuando me contacta es para comisariarme esa pieza precisamente. A partir de ahí desarrollamos el concepto de “madre elegida” a través de sesiones de fotos. Tenemos una relación muy estrecha. También participa en este proyecto Orlan y, recientemente, Yoko Ono nos ha confirmado que también lo hará. Ellas son las grandes madres de la performance. Además el Abramovic Institute ha incorporado mi método de “performance autobiográfica” e imparto con ella talleres en Grecia y en otros lugares.
P. Y ¿después de esto?
R. No lo puedo contar, pero estoy preparando una gran exposición en el País Vasco que cerrará todo este ciclo familiar. Además tengo en marcha una gira importante por Tegucigalpa, Venezuela y varios museos de Latinoamérica.