Eduardo Chillida y Pilar Belzunce en Grasse, en 1988. Foto: Hans Spinner. Cortesía de la Sucesión Eduardo Chillida y Hauser & Wirth

Eduardo Chillida y Pilar Belzunce en Grasse, en 1988. Foto: Hans Spinner. Cortesía de la Sucesión Eduardo Chillida y Hauser & Wirth

Arte Opinión

Eduardo Chillida, mirar con el ojo lleno de lo que se mira

Recuerdos de infancia, de juegos de pelota, de dibujos de manos y de música clásica. Susana Chillida recuerda a un padre bueno y vehemente. Un poeta del espacio.

10 enero, 2024 02:15

"A los hijos lo importante es quererlos”, decía mi padre. Y él nos quería y nos lo hacía saber. Hombre de honduras, sutilezas y enseñanzas impremeditadas, con sus acciones contagiaba “algo” no siempre claro, pero definitivo. Por ejemplo, su peculiar modo de mirar, que le llevaba a ver la profundidad y la pureza de las cosas más simples. Memorias de tiempos diversos me acompañan. Su recuerdo es cálido.

Me veo entre hermanos buscando fósiles por la Sierra de Urbasa. El encuentro con aquellas piedras –que eran más que piedras porque llevaban la vida de otros seres reflejada en su costra y el tiempo prensado en ellas– resultaba emocionante. Así nos lo hacía entender. “Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira”. Por contraste aprendimos que también hay maneras de mirar y no ver nada.

Pasarnos una pelota pequeña de mano en mano por el salón era toda una experiencia; no solo un juego que él iniciaba. Al haber prescindido al máximo de tabiques, el espacio era amplio. Enseguida entendías que importaba mucho la fuerza exacta con que lanzarla, el estilo del brazo al soltarla -como un latigazo-, la concavidad de la mano que iba a recibirla, el sonido noble que se producía al contacto y el placer de recibirla fuerte contra la palma…

Con solo estar con él, te daban ganas de superarte y valorar los matices que puede tener cada cosa

Lo llamábamos jugar a “blocar” que es lo que hacía él como portero de la Real Sociedad de San Sebastián de joven. Frecuentemente el juego fluía hacia el reto: lanzamientos difíciles y paradas casi imposibles en los que la estética siempre contaba. Con solo estar con él, te daban ganas de superarte y valorar los matices que puede tener cada cosa.

Le gustaba de vez en cuando compartir la calma de su estudio con nosotros. Como estaba cerca de la casa, en el jardín, solía invitarnos a subir para dibujarnos. Notábamos que no todos éramos igual de adecuados para la labor de modelo. Siendo tan perfeccionista como era, a veces, por ejemplo, cambiaba a un hermano por otro a la hora de dibujar sus manos porque veía en él cualidades plásticas mayores.

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En cualquier caso, a todos nos retrató con cariño. También nos invitaba a escuchar música clásica con los ojos cerrados y dejarnos llevar por la imaginación; después nos preguntaba qué habíamos visto. En mi recuerdo yo siempre veía el mar. Eran momentos de gran paz, de esos que, aunque solo ocurran una vez en tu vida, pueden dejar poso.

En realidad, eran ejercicios físicos, o de sensibilidad y percepción, del mismo estilo que su padre entrenaba con él y sus hermanos. La vida es un continuo y, tanto su filosofía como sus modos, han llegado hasta nuestros hijos a través de nosotros.

La vida es un continuo y, tanto su filosofía como sus modos, han llegado hasta nuestros hijos a través de nosotros

En una carta antigua nuestro abuelo escribió a su hijo Eduardo, aún muy joven, valorando su espíritu evolutivo. Le recomendaba que conservara su propia personalidad sin orgullo ni altanería, pero con tesón y constancia en lo que considerara justo. También le decía literalmente, “… eres impulsivo y vehemente. ¡Hermosas cualidades para vencer, pero siempre que vayan acompañadas de la reflexión!”

Mi padre se dedicó a reflexionar sobre el mundo con su arte, y lo hizo en profundidad. Celebrar ahora su nacimiento es una ocasión alegre, especialmente al sentir que no solo la familia siente ganas de festejar su vida.

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Eduardo Chillida era un hombre en el buen sentido de la palabra, bueno, como decía Machado; un poeta del espacio que aportó no solo obras sino también preguntas necesarias a las que no siempre es fácil dar respuesta.

Desde aquí saludo y agradezco a él y a Pilar Belzunce, mi madre, su labor. Formaron un verdadero tándem y tiempo habrá de conocer a ambos mejor durante este próximo año. 

Susana Chillida es hija de Eduardo Chillida y autora de libros como Cien Palabras para Eduardo Chillida, 2015, o películas como Chillida, el Arte y los Sueños, 1998. Este año publicará Una vida para el arte (Galaxia Gutenberg, 2024).

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