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La ascensión y el declive social de Rembrandt

El Museo Thyssen Bornemisza inaugura una exposición que explora la importancia del retrato en Ámsterdam entre 1590 y 1670 con la obra del maestro holandés como eje

18 febrero, 2020 09:12

Rembrandt llegó a Ámsterdam en 1631 invitado por el marchante Hendrick Uylenburgh. Su traslado desde Leiden, atractivo desde el punto de vista de los encargos que allí podía obtener y por la creciente riqueza de la ciudad, le aportaba una perspectiva de trabajo seguro, y los contactos que este le proporcionó le introdujeron en una ciudad en creciente expansión artística y económica. Allí, en busca de despegar se estrenó como retratista, género que no había cultivado hasta entonces. Sin embargo, su enérgica pincelada y las poses dinámicas de sus lienzos lo convirtieron en un artista que sobresalió muy pronto. Su aportación más importante al género es “haber aplicado las reglas de la pintura de historia a sus retratos”, sostiene Norbert Middelkoop, comisario de Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670, exposición que se podrá ver hasta el 24 de mayo en el Museo Thyssen-Bornemisza.

“Pero Rembrandt ni estaba solo, ni fue un genio aislado. Para hacerle justicia debemos compararlo con otros pintores activos en Ámsterdam”. Por ello, la muestra reúne un centenar de pinturas y grabados del maestro y de otros artistas como Frans Badens, Cornelis van der Voort, Thomas de Keyser o Bartholomeus van der Helst. El objetivo, por tanto, es conocer cómo era el retrato en la ciudad antes de la llegada de Rembrandt, cómo evoluciona con su presencia y “cómo cambia el gusto a final del siglo”, explica Mar Borobia, jefa de Conservación del museo. 

Al igual que sus colegas, Rembrandt estuvo sometido a las reglas de la oferta y la demanda del mercado pero el gran maestro del siglo de oro holandés “no se dejó guiar por las opiniones de sus clientes”, y siempre se mantuvo fiel a sus convicciones. Tampoco se dejó llevar por los nuevos gustos, lo que hizo que al final de su vida se le considerara un artista adusto y anticuado. “Este es un recorrido por la ascensión y el declive en términos sociales y de fortuna del artista”, asegura Guillermo Solana, director artístico del museo. Tres años después de su aterrizaje en la ciudad Rembrandt se casó con Saskia Uylenbrugh (sobrina del marchante Hendrick), lo que supuso un ascenso en la escala social. Durante años el pintor se dedicó a inmortalizar a recién casados, artesanos trabajando, niños, hombres de negocios o pintores. No hay reyes sino toda una nueva ola de gente que persigue ser recordada en el futuro. Algunos de estos retratos son individuales, otros grupales, lecciones de anatomía de diversos cirujanos o miembros de las guardias cívicas. Todos estos encargos le permitieron comprar una vivienda en 1639 (sede hoy del museo Rembrandthuis) pero en 1642 su mujer muere y los aprietos económicos empezaron a sobrevolar sobre el artista.

Dirck Santvoort: 'Gobernantas y celadoras de la Spinhuis', 1638

Durante estos años se vivió una oleada de artistas que comenzaban a llegar a la ciudad y se percibió un cambio que hizo que muchos artistas “abandonasen los patrones de Rembrandt y empezasen a transitar por otros caminos. La pintura deja de ser sobria para convertirse en más academicista y colorista para intentar halagar al retratado”, asegura Borobia. Pero el maestro de Leiden se mantuvo fiel a una pintura en la que se centra en la representación de los caracteres, prestando especial atención a los rostros, de “fuertes empastes y muy monocromática”. Cuando en 1656 sus problemas financieros se acuciaron tuvo que subastar parte de su colección de pintura y objetos y se trasladó, junto a su hijo Tito, a un barrio humilde de la ciudad. Allí, abrió un estudio que le permitió seguir pintando aunque sin la gloria de tiempos pasados.

Un recorrido cronológico

La muestra que ha ideado el Museo Thyssen-Bornemisza cuenta con importantes préstamos de museos internacionales como el Amsterdam Museum, el Rijksmuseum, el Metropolitan de Nueva York o la National Gallery de Londres. El centenar de obras que podemos encontrar en la exposición (22 son retratos salidos del pincel de Rembrandt) está dividida en nueve apartados cronológicos. Las tres primeras salas están compuestas por los retratos realizados en Ámsterdam antes de su llegada. En esta época sobresalieron artistas como Nicolaes Eliasz Pickenoy y Thomas de Keyser, cuyo estilo había estudiado Rembrandt.

Tras esta introducción que nos sitúa en una ciudad en pleno apogeo y ebullición llega el turno de un joven Rembrandt, “aún inexperto”, según Rudi Ekkart y Claure van den Donk. En estos trabajos se observan algunas de las características de su estilo: el movimiento y la acción que parece detenida cuando el retratado ve llegar al espectador. “Eran pinturas sencillas pero monumentales, en formato de tres cuartos, como las del matrimonio Brouaert de 1632, cuya composición denota un claro parentesco con sus antecesores y contemporáneos más inmediatos”, escriben Ekkart y Van den Donk en uno de los textos del catálogo. Las siguientes salas están dedicadas a establecer un diálogo entre el maestro holandés y sus rivales más directos como Frans Hals, que aunque nunca residió en la ciudad sí recibió encargos que acometía desde Haarlem; Jacob Backer, Dirck Santvoort o Jan van Loon. 

A partir de 1640 el mercado lo lideraron artistas que se sumaron a los nuevos gustos, más refinados y coloristas, que procedían de Europa. Son estas salas las que cierran el recorrido en contraste con las piezas de un Rembrandt que sigue centrado en hacer hincapié en las emociones de los protagonistas de sus lienzos. Como asegura Solana, “se va atrincherando en un estilo cada vez más alejado del gusto público”.

@scamarzana