Arte

Cómo seleccionar un director de museo

El concurso público e internacional se impone en un proceso de elección hoy por hoy inexistente en España

27 octubre, 2005 02:00

Última planta del nuevo Reina Sofía

Son cada vez más notorios y polémicos los despidos y nombramientos de directores de nuestros museos de titularidad estatal. Claro está que viven del erario público, pero eso no debería excluir a la sociedad civil de su gestión y dirección. Se trata aquí de analizar las formas de elegir a director y patronos de estos centros, de señalar posibles modelos (nuestros vecinos pueden enseñarnos) y, sobre todo, de hacer una llamada a los agentes culturales para que, entre todos, exijamos el fin de un intervencionismo inadmisible.

El Museo Nacional de Arte de Cataluña, tras la reciente dimisión de su director, Eduard Carbonell, ha anunciado que cubrirá la plaza mediante convocatoria pública e internacional. Han avanzado a El Cultural que una comisión de directores y exdirectores de museos examinará a los aspirantes (que superen los lógicos requisitos) para proponer al patronato del MNAC un candidato idóneo. Tal proceso es habitual en países de largo rodaje museístico, como Gran Bretaña, Estados Unidos o Alemania; en España supone tal rareza que el presidente del patronato del MNAC ha tenido que advertir que, con su iniciativa, no pretenden dar lecciones a ninguna otra institución cultural. Pero estarán demostrando que es posible hacer las cosas como es debido, en lugar de la acostumbrada imposición de un director por parte del ministro o consejero de cultura de turno. Es bien sabido que, en España, cada nuevo gobierno, central o autonómico, renueva por sistema todos o casi todos los directores de instituciones culturales, sea cual sea su objeto: artes plásticas, teatro, música, literatura... Son nombramientos que se hacen con precipitación, en sólo unas semanas, y que se dictan sin la menor consideración hacia los patronatos que supuestamente las gobiernan, sin dar opción a una elección abierta y sin consultar a los representantes legítimos en cada campo. Que esto sea la norma no significa que debamos aceptarlo. Que sea legal no significa que sea democrático, y conduce en ocasiones a verdaderos desastres.

No se trata ahora de cuestionar a los directores en ejercicio, entre los cuales contamos con excelentes profesionales, sino, de una vez por todas, terminar con estas prácticas, duramente criticadas por voces autorizadas desde todos los ámbitos y desde hace ya muchos lustros. La madurez democrática de este país exige que la cultura sea gobernada de otra manera. Un informe muy reciente del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, para el Consejo Europeo, señala que "la voluntad de participación del Estado en la cultura es común a todos los niveles del gobierno" y llama la atención sobre una "cierta desconfianza hacia la capacidad de la sociedad civil para ordenar de manera adecuada sus demandas y preferencias". Pues bien, la sociedad civil está ya preparada para liberarse de la tutela de las administraciones en los asuntos culturales.

Hace pocos días (el 18 de octubre) la ministra Carmen Calvo compareció en el Senado para dar cuenta de su trabajo, y se le recordó por segunda vez la urgencia del Plan Integral de Museos que hace meses debería haber presentado. Este Plan tiene como objetivo principal avanzar en la transferencia de museos a las autonomías, pero trata otros asuntos. ¿No sería una gran ocasión para que el Gobierno mostrara su talante progresista incluyendo en él una recomendación de no injerencia y de "traspaso de poderes" a los agentes de la cultura? Ya es hora de que los grupos políticos discutan y acuerden en las Cámaras limitar sus atribuciones en las instituciones artísticas.

La postura de los directores
El último cambio de gobierno, en Galicia, ha hecho caer a Miguel Fernández-Cid. Cada director saliente se duele de los modos empleados: también Alberto Martín en Salamanca o Juan Manuel Bonet en Madrid, en tiempos recientes y en distintas circunstancias, han sufrido los reveses políticos. Pero ¿de qué hay que extrañarse? Quien a dedo es puesto, a dedo es depuesto. Esto lo saben en la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo de España (ADACE), que en un comunicado emitido a principios de este mes se mostraban favorables a los "procedimientos transparentes, reglados y competitivos". "Creemos imprescindible -decían- que los nombramientos de los responsables de los museos y centros de arte se basen en concursos públicos, evaluados por comisiones técnicas y atendiendo al desarrollo de un programa que sea el que establezca las líneas de actuación de la institución". La presidenta de ADACE, Yolanda Romero, está de acuerdo en que un director elegido en concurso gozará de mejores condiciones de trabajo que el que es nombrado, siempre en la cuerda floja, sin saber nunca de cuánto tiempo dispone para desarrollar un programa. Romero nos ha confirmado que la Asociación está trabajando ya en un documento sobre este tema. "Es uno de nuestros objetivos prioritarios. Una comisión está recopilando información para redactar una propuesta de modelo a todas las administraciones. El sistema ideal es el que da a los patronatos capacidad de decidir sus rumbos, pero en España éstos están muy politizados. Queremos definir los perfiles que deberían estar representados en ellos. Y deseamos que también las asociaciones de artistas, críticos y galerista se incorporen al debate".

La exclusión o la presencia minoritaria en los patronatos de profesionales independientes y respetados, con ambiciones para el museo en cuestión, que conozcan bien sus carencias y sean capaces de decidir en cuestiones cruciales es un problema de base que hay que solucionar cuanto antes. Otro es la ausencia de planes rectores serios para las artes en las distintas administraciones: si se construyen y se amplían edificios sin saber a dónde se quiere llevarlos, difícilmente se podrá orientar su actividad y será imposible saber qué buscamos en sus directores.

Modelos posibles
En Estados Unidos, en el que funciona el sistema de concurso, se ha dado hace sólo un mes un relevante caso inscribible en un modelo también aceptable. Thomas Krens, después de 17 años, deja la dirección del Guggenheim Museum de Nueva York a Lisa Dennison, Conservadora Jefe del museo desde 1996 y que trabaja en él desde 1978. Se trata de una "sucesión" y un "ascenso" que ha contado con la aprobación del Board of Trustees de la Fundación Guggenheim. No puede negarse que el proceso seguido tiene sentido en una institución de este tipo, pero siempre sería preferible que hubiera sido escogida en una convocatoria abierta. Así es como ocurrió en la selección, en 2003, del actual director del también neoyorquino Whitney Museum, Adam D. Weinberg, que había sido conservador de la colección permanente del museo entre 1993 y 1998 y fue escogido por el patronato tras considerar a un buen número de candidatos de altísimo nivel.

Los museos europeos se parecen cada vez más a los americanos, pero son aún otra cosa. En nuestro continente la aportación privada es mucho menor, lo que favorece la presencia política. España tomó de Francia la tendencia intervencionista. El nombramiento de Alfred Pacquement como actual director del Musée National d’Art Moderne en el Centre Georges Pompidou lo decidió el presidente del Centro, Jean-Jacques Aillagon, nombrado a su vez por el Ministerio de Cultura. Todo a dedo. Pero al menos allí se contrata al director por un plazo (con Pacquement pasó de tres a cinco años) que suele cumplirse. Es Gran Bretaña la que muestra el camino a seguir, con instituciones en gran parte financiadas por el Estado pero gobernadas desde los patronatos (¡y aún con entrada gratuita!). Los museos británicos tienen por costumbre anunciar en la prensa los puestos vacantes, lo cual no implica, como nos corrobora Vicente Todolí, que no inviten personalmente a postularse a candidatos que consideran interesantes. El inmenso British Museum anunció su búsqueda en septiembre de 2001, nueve meses antes de que expirara el contrato de Robert Anderson. Además, se encargó a los consultores Saxton Bampfylde Hever que hicieran propuestas al Board of Trustees. Finalmente fue elegido Neil McGregor, que dejaba la National Gallery después de 15 años y que ha reflotado un gran museo que, recordemos, se encontraba en una situación muy crítica en vísperas de su 250 aniversario. La National Gallery se quedó sin director hasta que, anuncio en prensa mediante y tras cuatro meses de deliberaciones, pudo presentar al Primer Ministro (el Gobierno aporta dos terceras partes del presupuesto) la candidatura de Charles Saumarez (antes en la National Portrait Gallery), que naturalmente fue aprobada. Por cierto, que tanto este museo como la Tate publican en sus páginas web las actas de las reuniones de sus patronatos, en las que cualquiera puede informarse sobre programas, personal, préstamos, adquisiciones, etc.

Consenso y previsión
En Alemania se sigue un método similar. Como estado federal, los länder legislan y gobiernan sus instituciones museísticas. Hay excepciones, como aquí: la Stiftung Preußischer Kulturbesitz (Fundación Herencia Cultural Prusa) gestiona el gran conglomerado de 16 museos estatales berlineses y recibe apoyo económico gubernamental, sin quedar bajo su jurisdicción. La SPK, presidida por Klaus-Dieter Lehmann, se gobierna mediante un Consejo, integrado por representantes políticos, y un amplio y deslumbrante Comité Asesor de académicos y directores de museos y bibliotecas. El Consejo (Stiftungsrat) es quien finalmente nombra los directores de los museos: así, en junio del pasado año, anunció la designación de Andreas Scholl como nuevo director de la Antikensammlung (otro caso de promoción interna). Consejo político y asesores científicos han de llegar a acuerdos: cuando no es así, estos últimos no dan la callada por respuesta. En octubre de 2004, el jefe del comité asesor del Deutsches Museum de Múnich, uno de los más grandes museos de la ciencia en el mundo, dimitió junto a otros dos miembros a causa del nombramiento de Wolfgang Heckel, en el que no se atendieron sus recomendaciones. Una lección para los patronatos de, por ejemplo, el IVAM, que acepta sin rechistar a Consuelo Ciscar como directora (ya no es que el político imponga a su candidato, sino que se impone a sí mismo), o para el del Reina Sofía, que ni propone ni recibe propuestas acerca de sus sucesivos directores: se le comunican decisiones.

La Frankfurter Kunstverein, a la que se trasladará pronto Chus Martínez, quedó vacante porque Nicolaus Schafhausen, su director, será el nuevo conservador jefe del Witte de With de Rotterdam a partir de la primavera de 2006 y durante tres años. Nos informan desde este centro holandés de que el comité de selección estuvo formado por miembros del patronato (que incluye a varios artistas con proyección internacional) y asesores externos, y que tardaron unos seis meses en tomar una decisión. Esta anticipación a los fines de contrato, así como las dimisiones pactadas, son ciertamente algo impensable hoy por hoy en España, donde los directores son despedidos de un día para otro.

Recordaré por último la elección de Christoph Becker como director de la Kunsthaus Zurich (la mejor colección pública suiza), en uno de los más complejos y largos procesos conocidos. Era una cuestión que interesaba mucho a la colectividad: son 80.000 los miembros de su asociación de amigos del Museo, en una rica ciudad de poco más de 300.000 habitantes. El comité de selección lo formaban el director del patronato, el artista Peter Fischli, el alcalde, un coleccionista y Jacqueline Burckhard, editora de la influyente revista Parkett. Además, se formó un comité asesor integrado nada menos que por Nicholas Serota, de la Tate; Suzanne Page, del Musee d’Art Moderne de Ia Ville de Paris; Uwe Schneede, de la Hamburger Kunsthalle; y Stanislaus von Moos, profesor de historia del arte de la Universidad de Zúrich (hay que decir que a este comité no le hicieron mucho caso). Todos trabajaron metódicamente durante seis meses, tras poner anuncios en siete periódicos suizos, alemanes y austríacos. De treinta seleccionados pasaron por fin a tres. Pero entonces hubo unas filtraciones a la prensa que asustaron a los patrocinadores del museo (eran candidatos demasiado "modernos" y cercanos, se dijo, a Parkett) y Becker, conservador del siglo XIX en la Staatsgalerie de Stuttgart pasó a ser favorito. En enero se anunció su nombramiento: con todo, seis meses antes del momento de relevo.

Las consecuencias
Aquí estamos tan lejos de algo así que nos vemos obligados a felicitar incluso al MARCO de Vigo, que para cubrir la vacante de Carlota álvarez Basso ha convocado un concurso abierto con errores de bulto. Primero: a pesar de aceptarse aspirantes españoles y europeos, exige el dominio del gallego, lo que reduce drásticamente los candidatos; segundo: se anuncia sólo en dos periódicos de la ciudad; tercero: los seleccionadores serán los miembros de un patronato de políticos y empresarios. Claro está que, a pesar de que ha dado grandes pasos, éste es un centro pequeño y por fuerza local.

El cambio es mucho más urgente en los diez o doce grandes museos españoles. Si las autoridades políticas convocan a bombo y platillo concursos arquitectónicos en los que se favorece a las grandes estrellas internacionales -lo cual, sin duda, da buena fama a la institución- ¿por qué no hacen lo mismo cuando se trata de elegir un director? No tengamos miedo al extranjero, pues aportaría contactos e internacionalización a nuestros grandes centros. Y no despreciemos el modelo de gestión empresarial, siempre y cuando logremos que se consoliden en los museos -pero sin caer en la burocratización- equipos de conservadores, comisarios y profesionales que se encarguen de los asuntos artísticos y museísticos.

Las consecuencias del modelo español son muy negativas. Al margen de que, en ocasiones, no se elija a las personas adecuadas para los más altos puestos, es trágico que no existan transiciones pactadas, pues se dejan colgados proyectos ya en marcha que han requerido a veces una fuerte inversión de dinero y trabajo, y comprometen a artistas y comisarios que se encuentran con que, de un día para otro, ya no tienen exposición. Esto proyecta una imagen nada seria; supone desprestigio y falta de credibilidad para un museo, lo mismo que los bandazos en la orientación que cada director quiere imprimir. Ya basta de improvisación, ya basta de excluir de la gestión a quienes hacen la cultura, ya basta de protagonismo intervencionista.


Cinco años y un proyecto
A Vicente Todolí, director de la Tate Modern desde 2003, le llegó del Departamento de Recursos Humanos del centro londinense una solicitud para participar en el concurso abierto para elegir al nuevo director. Además de estas invitaciones personales, el anuncio de la vacante y del concurso se publicó en "The Guardian" y "The Art Newspaper". "Me pidieron un currículum y un proyecto de programa", nos cuenta. Sólo después de dos rondas de entrevistas y cuando los candidatos quedaron reducidos a cuatro, se anunció su nombramiento. "Ahora tengo un contrato abierto aunque me pidieron informalmente un mínimo de cinco años", confirma Todolí.

Patronos con contrato
"En el IMMA los patronos, aunque son nombrados por el ministerio, también tienen contrato de cinco años, de manera que siempre hay representantes de los dos grandes bandos", explica Enrique Juncosa que dirige desde 2003 el museo dublinés. También a Juncosa le invitaron a presentarse al concurso y le fueron llamando a las sucesivas entrevistas que iban eliminando a candidatos. "Todo el proceso duró cerca de un año. Tengo un contrato por cinco años que yo puedo rescindir pero ellos no. Desde luego, todo es mucho más independiente que en España, un caso atípico e incomprensible", afirma.

El comité de expertos
La prensa de Alemania también ha recogido el reciente anuncio del concurso convocado para dirigir la Frankfurter Kunstverein. Chus Martínez (hasta enero directora artística de la Sala Rekalde) fue elegida después de que la invitasen a presentarse. "Tuve que presentar un proyecto pensado para la institución. De entre todos los candidatos nacionales y extranjeros, se realizó un primer corte y quedamos dieciseis, y más adelante pasamos a ser dos", dice. El Contrato de Chus Martínez será de tres años renovable a cinco si no hay contratiempos. En cuanto al comité de selección, nos explica que "allí estaban presentes desde el consejero de cultura, hasta arquitectos o académicos".