Image: Sueños de Nueva York

Image: Sueños de Nueva York

Arte

Sueños de Nueva York

16 octubre, 2003 02:00

Pacto de madrid, 2003. Instalación de Fernando Sánchez Castillo en el exterior del P.S.1

Es un gran acontecimiento. Arte joven español en el P.S.1, el espacio de vanguardia del prestigioso Museum of Modern Art de Nueva York, y referente por sí mismo para los observadores internacionales del arte. Y es una gran oportunidad para los afortunados artistas que participan en la exposición El Real Viaje Real , pues no sólo optan a ser conocidos en una de las capitales de la contemporaneidad, sino que, con este espaldarazo, refuerzan sus posiciones en casa.

Por más que nos duela reconocerlo, España no está en el mapa artístico internacional, y no es por falta de calidad de nuestros artistas. Se ha debatido mucho si la promoción estatal es o no es positiva, si es eficaz o no. El hecho es que, ya que se invierten fondos públicos, hay que exigir que la actividad esté bien orientada. Y frente a algunas erráticas itinerancias de artistas hoy poco o nada interesantes que este mismo Ministerio ha promovido, esta iniciativa da en el clavo: aunque tendrá que superar la lejanía del centro de la ciudad del PS1 (en Queens) y la habitual tacañería de la crítica neoyorquina, la exposición va al lugar adecuado con un tipo de arte adecuado para llamar la atención de público, crítica y mercado.

Si bien se ha cuestionado la elección de Harald Szeemann como comisario de la muestra, hay que aceptar que no tenemos en España mediadores de comparable reputación (a pesar de las polémicas que han rodeado algunas de sus propuestas) y, tratándose de buscar la máxima eficacia para el evento, no dudo que se trata de una decisión acertada. Y no es en absoluto mala idea la articulación de la presentación en torno al concepto de viaje. Lo malo es que un asunto tan contemporáneo y en principio de definición tan clara se ha hecho confuso al intentar adornarlo con alusiones históricas, monárquicas e imperialistas, vinculándolo a la tercera travesía de Colón (1498-1500), en la que pisó por primera vez el continente americano. Pero parece olvidarse con qué talante: buscaba las riquezas que podrían justificarle en España; casi ciego y enfermo , se aferraba a la idea de que había encontrado el auténtico Paraíso Terrenal, aunque no ponía ninguna objeción a que sus habitantes fueran exportados como esclavos; al fin, los desmanes de su familia en La Española pusieron fin al viaje con la detención del almirante y sus hermanos, llevados presos de vuelta a la Península.

Szeemann propone a la vez una exposición temática, una selección de arte joven español y una nueva demostración de su teoría de un arte de "intención intensa". Acerca del tema, da la impresión de que el comisario se olvidó de él en algún momento de la preparación de la exposición. Algunas de las obras lo ilustran claramente, y desde perspectivas cambiantes y enriquecedoras (los tópicos nacionales frente al exotismo, el sincretismo derivado de la conquista, la utopía de lo paradisíaco, la colonización turística, el naufragio, la confusión de las lenguas, la cartografía de lo doméstico…) pero no soy capaz de ver la relación en otros. Y para valorar la representatividad de los artistas seleccionados, hay que empezar pasando por alto dos importantes incoherencias. En primer lugar, no tiene ningún sentido que, junto a los diecisiete artistas españoles, figuren tres latinoamericanos: Tania Bruguera (cubana), Ernesto Neto (brasileño) y Priscilla Monge (costarricense). Si lo que se pretendía era poner en diálogo ambos lados del Atlántico, o recordar los lazos históricos de España con el Nuevo Mundo, la proporción es desde luego inadecuada. De otro lado, si bien no puede dudarse de la calidad de Antoni Abad, Néstor Torrens y Cristina García Rodero (protagonista de la muestra por número de obras), su presencia rompe la cohesión del criterio generacional (todos los demás nacieron entre 1963 y 1970). Resulta extrañísima, finalmente, la inclusión de Justo Gallego (que construye una catedral en Mejorada del Campo), sólo explicable por el interés de Szeemann por el "outsider art".

Al margen de estos reparos, hay que decir que en la muestra figuran algunos de los más interesantes creadores actuales, con buenas obras estupendamente montadas en espacios amplios (que incluyen unos sótanos bastante lúgubres), y que el conjunto es atractivo: plásticamente funciona. Los más destacables, Mateo Maté, Sergio Prego, Alicia Martín, Pilar Albarracín, Santiago Sierra, Eulalia Valldosera, Fernando Sánchez Castillo y Enrique Marty. Estos tres últimos son, si no me equivoco, los únicos que han producido obra para la exposición (el público madrileño reconocerá casi todas las obras cuando se trasladen al Patio Herreriano en Valladolid), y hay que subrayar el esfuerzo de Sánchez Castillo, con dos estupendas insta- laciones escultóricas en el exterior del edificio, y de Marty, que ha llenado de figuras pintadas salas y pasillos. A demás, se han seleccionado obras de otros artistas que considero más artificiosos o débiles, como Ana Laura Aláez, Carles Congost, Carmela García, El Perro o Javier Velasco, representativos, en cualquier caso, de tendencias que gozan del aplauso de una parte de la crítica y del mercado.